Enrique Ochoa Reza, líder del PRI. Foto: Margarito Pérez |
Por
Arturo Rodríguez García (apro).- No sé si Andrés Manuel López Obrador, al
ponerle por nombre al partido Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena), atendiera a una invocación de la muy extendida veneración
mexicana, la “Virgen Morena”, o al color de piel más común entre los
pobres de México. Pero sí es claro que el peyorativo “prieta”, usado por
los detractores del tabasqueño, apela al muy arraigado y
mayoritariamente inconsciente racismo.
Nos educaron e inculturaron con sentido racista para la subsistencia
de las elites –auténticas y actuantes en las cúpulas del poder en muchos
casos desde el período virreinal, con relaciones familiares estilo
feudal— que son pura gente blanca.
Asómese a un acto en Los Pinos; vea las páginas de sociales; repase
el directorio de los organismos empresariales o, sencillamente, vea la
publicidad en cualquiera de sus formatos, para que note el racismo que
algún publicista expuso con brutal sinceridad: los morenos no son
aspiracionales. (Recomiendo México Racista, libro de Federico Navarrete.
Grijalbo 2016.)
El juego de palabras, iniciado con Jaime Rodríguez Calderón, y
continuado con menos fortuna por el líder del PRI, Enrique Ochoa Reza,
es reflejo de concepciones que van del racismo por color de piel y la
asociación con el descenso en la escala social, al sexismo.
Enunciado racista, machuno y de mal gusto: “a los prietos de Morena
les vamos a demostrar que son prietos, pero ya no aprietan”. Se impone
en peyorativo al género masculino de los prietos; los prietos que “no
aprietan”, se afirma el macho, rico, influyente, priista.
Hace tres años, Lorenzo Córdova se refirió burlón a un abuelo
chichimeco jonaz que, como otros abuelos de pueblos y comunidades
indígenas, pedía representación legislativa. La cuestión no era para
unas “crónicas marcianas”, como dijo la máxima autoridad electoral del
país.
El alegato, jurídicamente fundamentado, consistía en exigir el
constitucional derecho indígena a votar y ser votado en un sistema
basado en sus usos y costumbres, en el legislativo federal. Acudieron a
Córdova y a otros para pedir una circunscripción indígena porque sienten
que los partidos no los representan.
La diferencia entre Ochoa Reza y Córdova Vianello –ambos doctorados
en ciencia política por las elitistas Columbia y Turín, respectivamente—
es que la discriminación del presidente del INE fue una conversación
intervenida y filtrada, que difícilmente pronunciaría en público,
mientras que el del PRI, lo dijo y, para refrendarlo, lo tuiteó.
Los dos episodios son anecdóticos, pero no pueden disociarse de las
nociones de raza, clase y género: el sistema excluye a los pueblos y
comunidades indígenas, excluye a los pobres que son mayoritariamente
prietos o, en su excepción, güeros de rancho. Hay razones económicas en
el racismo persistente en el sistema, porque facilita el despojo y la
explotación que, con las reformas estructurales, se agravó.
De lo anecdótico a lo sistemático. Es cierto que la discriminación de
Ochoa ofende a los de Morena y nos ofende a todos. Pero él es lo que es
y representa lo que representa. Creo más lamentable que, María de Jesús
Patricio, no vaya a lograr el registro como candidata independiente
–necesita 600 mil firmas de aquí al viernes–, que su postulación fuera
descalificada, inclusive por un sector de Morena como ya ha acreditado
Gloria Muñoz, y que haya enfrentado la indiferencia de los otros
partidos.
Marichuy reúne condiciones inadmisibles en la política mexicana: es
indígena, pobre, mujer y honesta, tanto que sus firmas no son
fraudulentas, a diferencia de los otros aspirantes independientes a la
contienda presidencial.
Ella, el Concejo Nacional Indígena y todos sabemos que no ganaría la
elección, precisamente por el mayoritario racismo. Pero su voz es
indispensable en un país desigual, antidemocrático y excluyente como el
nuestro donde –como advertían los abuelos que se reunieron con Córdova–
indígenas y pobres no están representados por los partidos políticos.
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