No es fácil para los priistas (y panistas-perredistas, esa gente del
Pacto por México), configurar el mal en el adversario, porque sus
cargas, que son las cargas del mal gobierno de Enrique Peña Nieto y de
los miembros de su partido expuestos por corrupción, lo superan todo.
Lo intentan una y otra vez, sin éxito. López Obrador tiene apoyo de
Rusia y de Nicolás Maduro, se ha dicho desde algunos conciliábulos de la
inteligencia estadunidense. El desmontaje es espontáneo, entre otros
motivos porque a los promotores mexicanos –entre los que se cuentan
propagandistas del modelo emergente que representaba el grupo de países
Brasil, Rusia, India y China, BRIC— se les pasó observar que la “Guerra
Fría” se terminó hace casi tres décadas y que el capitalismo ruso es tan
norteamericano como Donald Trump.
También porque la injerencia y los negocios trasnacionales al amparo
del poder, señaladamente con estadunidenses, se han fomentado en los
últimos sexenios como insignia del progreso que, sin embargo, no se han
reflejado más que en el desmantelamiento de la industria nacional
pública y privada. O bien, porque se diga que hay dinero venezolano
detrás de López Obrador, afirmación ridícula al observar que el gobierno
de Maduro no tiene ni para pagar su membresía en la ONU por segundo año
consecutivo.
Son varios sexenios en los que además de injerencias, la corrupción
se internacionalizó como en el caso de la poderosa brasileña Odebrecht,
precisamente en el sector energético, donde la reforma en la materia se
implementa agotando la última fuente de riqueza que quedaba pendiente de
privatizar y cuyos beneficiarios son inversionistas extranjeros que
designan gerentes de entre la vieja tecnocracia priista.
López Obrador es intolerante y autoritario, es otra afirmación que se
basa en las reacciones que en muchos momentos ha tenido frente a la
crítica y el escrutinio público. Es verdad que el candidato tiene
exabruptos, que descalifica y reprueba en lugar de responder y
transparentar. Pero en el comparativo sale ganando.
Imposible cuestionarle autoritarismo desde las filas de los
perpetradores (y justificadores) de Atenco, Oaxaca y Lázaro Cárdenas en
2006, que son los mismos de los electricistas de 2009 y de Cananea en
2010. Los autores que, en alternancia partidista, radicalizaron su
embestida en la represión de marchas desde diciembre de 2012; de los
maestros desde 2013; de los estudiantes de Ayotzinapa de 2014; de los
mixtecos de Nochixtlán en 2016, y de los miles de asesinados,
desaparecidos, detenidos, torturados y hostigados en unos 300
movimientos sociales aislados, opositores a proyectos energéticos,
mineros y de infraestructura con beneficiarios privados.
El PRI, inmerso en una crisis interna por su supervivencia, lanzó un
spot el pasado lunes titulado “Un día sin el PRI”, con estampas de
programas sociales que, conforme al mensaje, pueden perderse. Fracaso de
spot: en título por reversible; en narrativa por ser discurso de Peña
Nieto, su principal lastre y, en contenido visual, porque muestra los
hospitales, escuelas y viviendas magníficas e impolutas, que no existen.
Hasta los creadores del “peligro para México” en 2006, dicen que ya
no funcionará la estrategia del miedo, pero hay una obstinación que, por
otra parte, empieza a configurar un escenario, ahí si peligroso, como
lo es que la apuesta por el tabasqueño deje esta precaria, defectuosa e
indeseable democracia nuestra aun peor, con un presidente sin
contrapesos.
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