Quinto Poder\Por: Argentina Casanova*
Para
cada mujer, un feminismo; para cada identidad asumida como mujer, un
feminismo, bajo los parámetros básicos de que sea una forma y un camino
hacia la libertad propia, una conciencia para transitar hacia decidir
sobre el cuerpo, la vida y su forma de vida; el feminismo no es para
nada una regla que pueda ser igual para todas o que demande lo mismo
para todas las mujeres.
Mucho se ha cuestionado acerca de la existencia de “parámetros” de un
deber ser feminista, la sororidad y otras formas de “medir” que tan
feminista se es, postura que entraña ya de por sí una patriarcal forma
de “valorar” a la otra en relación a estándares fijados desde una
superioridad moral-ética que lo mismo puede dar el conocimiento o más
recientemente los entrecruzamientos con las posibilidades del ser
feminista.
Me refiero a la cada vez evidente fragmentación de corrientes a
partir de asumir que elegir un tipo de alimentación, una forma de vida,
una práctica sexual y una forma social de convivencia con los hombres de
la familia o los cercanos puede o no validar que tan feminista se es,
una vez más a partir de una postura que valida y certifica. De ahí la
broma feminista de “el carnet”.
Sin embargo, no abordaré ese tema en este artículo, al que en cambio
dedicaré la reflexión acerca de lo que la posibilidad del feminismo nos
brinda no como una teoría sino como una práctica, como un entenderlo
solo como el nombre de una forma de ver nuestras vidas de cuerpos de
mujer o genitalidades identificadas bajo la construcción social
reconocida como “femenina”.
En la Escuelita Popular Feminista que se sostuvo en la Península
maya, como nombramos a la península a razón de la conciencia de las
fronteras geográficas hilvanadas desde el patriarcado, conversábamos en
una dinámica en la que feministas lesbianas y heterosexuales teníamos
siempre una constante de reflexión: cómo interiorizamos el feminismo en
nuestras relaciones familiares y de pareja.
Las mujeres, todas nacimos en ambientes patriarcales aun cuando
creciéramos con madre o abuela, ellas regidas y crecidas en sistemas
sociales en los que se valora y se otorga más derechos a los hombres,
aprendimos a desaprender esas imposiciones ya sea por una autoconciencia
de que eso no podía estar bien y una necesidad de libertad esencial. La
conciencia de un ser habitando un cuerpo femenino.
A partir de esa conciencia y/o de los aprendizajes teóricos o
conceptuales acerca de la existencia de algo llamado feminismo, pero
también en caso de mujeres en las comunidades a partir de la reflexión
con otras mujeres de que existe eso que Rosario Castellanos llamó “otra
forma de ser humana y libre”.
A partir de ese momento convivimos en una dualidad entre la
niña-mujer que fue educada en un ambiente y en un sistema social
patriarcal y en la niña-mujer consciente de un yo diferente, que busca
libertad porque es en la libertad del cuerpo, de las ideas, del espacio
social, de las posturas políticas de decidir hacer y romper con las
imposiciones como concibe una aproximación a esa nueva yo, o en una
nueva forma de concebir su comunidad, su libertad misma desde otras
perspectivas y tomar conciencia de lo que ella misma quiere para sí.
Así, las mujeres que emprendemos un camino hacia el “feminismo” y la
libertad, vivimos en una constante búsqueda de armonía entre las dos
mujeres que viven en un mismo cuerpo, la presión ejercida por un sistema
patriarcal que te dice cuánto debes pesar o cómo debes verte, cómo
debes comportarte, qué debes pensar sobre ti misma porque es lo que
piensa ese sistema, en lo que debes creer y cómo debes creerlo. Nos
hicieron hasta una idea de quién y cómo era Dios, un Dios que odia a las
mujeres.
Y como no es suficiente presión del sistema patriarcal que nos
mantiene escindidas, además nos inventamos la constante evaluación para
medir si estamos siendo lo suficientemente feministas a la luz de
aprendizajes culturales que pueden y dejan fuera a muchas mujeres cuyos
contextos son diferentes, rurales, indígenas, cristianos, católicos, en
los que los procesos de “libertad” y conciencia de igualdad se
desarrollan en otros ámbitos.
El feministómetro no es sino una extensión de ese sistema patriarcal
que nos está evaluando constantemente, pero ahora desde el mismo
pensamiento feminista y por feministas.
Una constante que como feminista me planteo es sobre lo que hago por
libertad y no por imposición, y ahí encuentro la respuesta acerca de lo
que me permito y me reconozco como algo que quiero y puedo hacer sin
“perder puntos feministas”, y entiendo que para otras mujeres los
procesos son en el mismo sentido.
Creo que la construcción de mi propio feminismo trasciende cualquier
postura o corriente y que en realidad la construyo a partir de mi
interiorización en lo íntimo, en lo cotidiano, en el pensamiento que
nadie puede escuchar acerca de lo que veo en mí y en otras mujeres, lo
que me mueve a mí y lo que mueve a otras mujeres, lo que me libera a mí y
lo que libera a otras mujeres que puede y es distinto en cada una.
A conciliar y terminar de una vez por fin de esa escisión a la que
espero llegar algún día, en el que se concilien las dos yo, las dos
mujeres que he aprendido a ser.
Por eso me quedo con la noción de que feminismo soy yo, eres tú que
me lees y es cualquier mujer que es consciente de su ser en su alteridad
y que nombrándose o no feminista asume un camino hacia su propia
libertad.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
Especial
Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
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