A Ricardo Anaya se le iba casi todo en el debate del domingo. Pero
estuvo muy lejos de obtener el triunfo que esperaba. Ni su capacidad de
“articular” –esa cualidad que obnubila a tantos intelectuales-- ni esa
enorme confianza en sí mismo le sirvieron de mucho. Mientras Meade
mejoró con respecto al encuentro anterior, Anaya tuvo un desempeño muy
inferior al esperado.
Se notaba que el candidato había dedicado largas horas a prepararse.
Casi puedo escuchar a sus consultores diciéndole: “No estás conectando
con la gente, Ricardo. Los grupos de enfoque lo están demostrando.
Necesitas emocionar, llegar al corazón”. Quizás también alguno le
sugirió: “Mira, ¿por qué no te llevas esta bolsita y cuentas aquella
historia que te contó Ana Laura en el albergue de migrantes, háblales de
cómo fue su deportación”.
Imagino a Anaya en largas sesiones frente al espejo, ensayando
rostros de gravedad melodramática, pensando que ese sería el momento más
álgido de la noche, viendo la forma de parecer empático ante el
sufrimiento ajeno, intentando superar esa sonrisa indolente que le
caracteriza. Y todo para que al final se demostrara --como ocurrió unos
días después-- que ni siquiera escuchó bien la historia de Ana Laura,
que apenas le puso atención. Que en el fondo todo en él es una pirueta
mercadológica que lo lleva permanentemente a falsear hechos y datos.
Hoy sabemos –porque a cada actuación de Anaya le sigue una larga
lista de desmentidos y verificados- que Ana Laura –quien efectivamente
fue deportada hace algunos años y hace un valioso trabajo a favor de los
migrantes en retorno-- ni llegó esposada de pies y manos a México como
contó Anaya, ni le entregaron una bolsa para poner sus pertenencias,
como efectivamente ocurre con muchos otros migrantes deportados (https://goo.gl/t53HHR).
Aunque Anaya nos diga que AMLO “no entiende el mundo” como él, su
verdadero mundo es mucho más pequeño que el del tabasqueño porque nunca
ha ido más allá de las élites, sus cenas y sus grillitas. Las alabanzas y
la lambisconería, típicas de la clase política, son su terreno natural,
el lugar en el que se siente cómodo (para muestra esos cebollazos tan
innecesarios dirigidos a León Krauze durante el debate).
Anaya pertenece a esa especie de políticos que en el fondo creen que
solo es posible ejercer el poder político sentándose en la mesa de los
ricos. Fiel representante de la gueritocracia y el mirreynato –las
formas de poder que en el fondo busca perpetuar—, Anaya es también un
claro ejemplo de ese espacio en el que la élite económica y el poder
político se confunden.
El frentista es el candidato perfecto para quienes creen –cada vez
menos- que un buen político es alguien que sabe hablar bonito y ser un
buen actor. Ni él ni su equipo se han percatado de que ese modelo está
en franca decadencia porque la gente cada vez se da más cuenta de la
mentira que se esconde detrás de esas falsas sonrisas.
Hace un par de semanas Jorge Castañeda se refería en un artículo al
“carácter profundamente aspiracional del mexicano”, uno que definía como
“la lógica de la publicidad de la Rubia Superior”. Esa pareciera ser la
estrategia pilar del anayismo en campaña: Apostar a que muchos
mexicanos pejefóbicos se identificarían con la historia de éxito del
“joven maravilla”, de un políglota bien educado, de un príncipe europeo.
Alguien que al hablar a los jóvenes de tecnología lograría apelar a sus
deseos de movilidad social. ¡Como si la gente quisiera Iphones y
tablets en lugar de salud y educación! Claramente, esa visión subestima a
la gente y soslaya sus necesidades reales.
Si uno tuviera que elegir a un vendedor de seguros con facilidad de
palabra, excelente presentación y deseos de superación seguramente
reclutaría a un Ricardo Anaya, con sus frases efectistas, aunque faltas
de veracidad; capaz de ofrecer siempre una sonrisa a los clientes. Pero
la realidad es que el candidato –vacío y sin alma- no logra siquiera
proyectar la gravitas de un líder. Maestro de la teatralidad sin
sustancia, Anaya es el candidato de la buena dicción sin visión. El
hombre que vende futuro, sin tener un proyecto. Un especialista en
ventas que a pesar de su habilidad y su destreza es un representante más
de esa casta político-empresarial que ha hecho política en nuestro
país.
Investigador del Instituto Mora
@HernanGomezB
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