Néstor Martínez Cristo
Algo hemos estado haciendo muy mal los mexicanos. El mundo entero nos percibe como pobres, desiguales y corruptos.
Así lo demuestran diferentes indicadores internacionales sobre temas
tan sensibles como la pobreza, la desigualdad y la corrupción, donde los
resultados son cada vez más trágicos y desesperanzadores. Algunos
datos:
Uno de cada tres mexicanos vive en la pobreza y uno de cada 10 lo
hace en la pobreza extrema, señala la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (Cepal) en su informe Panorama Social de América Latina 2018, publicado hace un par de semanas.
Al mismo tiempo, en su Índice de Percepción sobre la Corrupción,
correspondiente también a 2018, presentado en Alemania hace apenas dos
días, Amnistía Internacional ubica a nuestro país como uno de los más
corruptos, tres lugares por debajo del año anterior, en el sitio 138, de
un total de 180 naciones.
Ambos estudios están conformados por datos recabados recientemente
que nos confrontan con nosotros mismos, con nuestra muy peculiar manera
de ser y de actuar, y con un sistema podrido que nos atrapa y nos exhibe
de una manera lastimosa, crítica y vergonzosa.
Abundo: Para el caso de nuestro país, el informe regional de la Cepal
indica que dadas las condiciones actuales, en el mejor de los casos
México tardaría 16 años más para alcanzar la meta de reducción de la
pobreza, es decir, hasta 2035, cuando en países como Chile, la meta ya
se alcanzó y otros como Costa Rica y Perú estarían próximos a lograrlo.
Dos factores que confirman los resultados poco alentadores en nuestro
país son el número de personas con vivienda propia y la cantidad de
mexicanos que tienen activos financieros, elementos –ambos– que la Cepal
utiliza para medir los índices de pobreza en una nación.
En el caso de la vivienda, el estudio señala que 46 por ciento de la
población carece de casa propia en México, mientras en lo que respecta a
los activos financieros, el país tiene un bajísimo nivel que se limita a
operaciones de nómina o pensión,
por lo que el saldo al final de la quincena o mes tiende a cero en la mayoría de los casos.
El informe de la Cepal señala también que la desigualdad de ingresos
se ha reducido apreciablemente en la región desde principios de la
década de 2000 –situación que en mucho se debe al avance de Brasil en
este rubro en la época de Lula da Silva– pero México, Chile y Uruguay
evidencian la mayor concentración de la riqueza, lo cual genera un grado
de polarización insostenible de los ingresos.
Con relación al IPC de Amnistía Internacional se puede afirmar que
los resultados sobre corrupción no son más alentadores para México.
Nuestro país obtuvo 28 puntos en la escala de cero a 100 –en la que cero
significa el peor evaluado–, lo cual nos coloca en los últimos lugares
entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE).
“Ello –se apunta en el documento– por debajo de naciones como Grecia y
Hungría, que en años recientes enfrentaron problemas severos de
gobernabilidad y viabilidad económica.
En América Latina, México presenta resultados poco halagüeños: Chile, por ejemplo, lo aventaja por 111 lugares y Argentina, otro estado federado, por 53.
México se ubica al final de la tabla de la región, apenas por encima de Guatemala y Nicaragua,
países que enfrentan severas crisis de gobernabilidad democrática, destaca el análisis.
Lo cierto es que desde 2014, cuando se hallaba en el sitio 90, México
ha venido registrando una caída sostenida en el IPC, hasta situarse en
el puesto 138, el año pasado.
Todos estos datos, alarmantes sin duda, deberían ser una enérgica
llamada de atención a nuestras conciencias como mexicanos. Ya no es
válido desdeñar y menos desacreditar las mediciones internacionales
sobre realidades tan lacerantes. Estos indicadores tienen una
metodología probada y los resultados viajan por todo el mundo. Se
convierten en una especie de mapeo de la pobreza, la desigualdad y la
corrupción.
El sótano –o el infierno– está cada vez más cerca. Pecamos de
indolentes. Nos estamos acostumbrando a lo peor. Y el prestigio de los
mexicanos y del país se devalúa en el mundo. Estamos mal, muy mal. Urge
cambiar de verdad. Y éstos son precisamente los desafíos de lo que el
presidente Andrés Manuel López Obrador llama la Cuarta Transformación.
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