Víctor M. Toledo
A la par de la celebración de los 25 años del EZLN, el conjunto de resistencias y proyectos comunitarios que he seguido, documentado y acompañado por tres décadas, cumple 40 años. Este onomástico surge de las antigüedades de los principales proyectos ecológico-políticos de carácter campesino e indígena, como el de los caficultores orgánicos, los de las milpas agroecológicas, o las de los ejidos forestales.
Este otro zapatismo que no sólo ha sido ignorado por el EZLN, sino por el coro de intelectuales nacionales e internacionales que lo acompañan y sostienen automáticamente, es decir, de modo muy poco (auto) crítica, hoy forma, como veremos, el núcleo de resistencia contra los megaproyectos impulsados por las corporaciones y los gobiernos neoliberales. Este otro zapatismo, que he descrito, especialmente en mi libro La paz en Chiapas(2000),* se ha multiplicado y consolidado por buena parte del país.
A diferencia del chiapaneco, este otro zapatismo no surge de la confrontación con el sistema dominante ni de la rebelión armada ni de teorías eurocéntricas, sino de la creación de proyectos de todo tipo que surgieron como respuestas desde abajo a conflictos, agresiones, amenazas y desplazamientos forzados provocados por el capital corporativo en combinación con los gobiernos. Su zapatismo, del que no se presume porque se mantiene implícito, implica la combinación de formas de democracia participativa, esquemas productivos basados en una economía social y solidaria, apropiación ecológica de los recursos locales, inserción a mercados orgánicos, justos y/o solidarios, distribución equitativa de las ganancias, colaboración de investigadores de centros académicos de México y otros países, y relaciones con fundaciones, organizaciones no gubernamentales, iglesias y agencias del gobierno. Sus mayores valores son cooperación, organización, su relación de respeto con la madre naturaleza y un conjunto de conexiones profundas con la historia, con la tradición mesoamericana, que los mantiene fuera de ideologías políticas de origen europeo y dentro del espíritu de la comunalidad: tequio, mano vuelta, guelaguetza, cooperativa.
Recuentos de este otro zapatismo se encuentran en numerosos artículos y en nuestro libro Regiones que caminan hacia la sustentabilidad (2014)*. Ahí se consignan más de 500 experiencias exitosas en sólo cinco estados, derivados de estudios en Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo y Puebla, en áreas como manejo de selvas y bosques, agroforestería de café, agricultura orgánica, ecoturismo, extracción de productos no maderables, manejo de fauna silvestre, pesca artesanal y conservación comunitaria. Además se describen proyectos notables por su éxito y con reconocimientos nacionales e internacionales. La lista incluye a la Federación de Cooperativas Pesqueras de Baja California, comunidades forestales de bosques templados en la Sierra Norte de Oaxaca y Michoacán, ejidos eco-turísticos en Hidalgo, cooperativas de café orgánico en Puebla y Oaxaca, manejo de bosques tropicales por ejidos mayas en Quintana Roo, productores de chicle y miel en la Península de Yucatán, proyectos agroecológicos comunitarios en Tlaxcala y Oaxaca, extracción de palma en Guerrero, y experiencias de conservación de la biodiversidad. Desde la publicación del libro se han agregado experiencias como las ferias del maíz, los tianguis orgánicos (unos 80), la pesca sustentable de langosta en el Caribe y 100 proyectos de ecoturismo por pueblos indígenas*. Organismos nacionales que aglutinan a algunos sectores son la Organización Nacional de Organizaciones Cafetaleras, con 75 mil productores de 120 organizaciones; la Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales, con 125 mil asociados, y la Red Indígena de Turismo. Este otro zapatismo involucra la participación de unas 400 mil familias que manejan un territorio de casi 4.5 millones de hectáreas.*
En el difícil panorama del país y del mundo, el otro zapatismo forma un conjunto de iniciativas esperanzadoras para construir una modernidad alternativa a la civilización industrial, la que se ha vuelto una guerra contra la vida (Yayo Herrero). Como muestro en mi próximo libro, estas experiencias marcan una modalidad anticapitalista basada en la construcción del poder social, que inaugura una manera de concebir la transformación y deja atrás los ismos anacrónicos e inviables. Ni el EZLN ni el nuevo gobierno mexicano (2018-2024) pueden ignorar o soslayar este proceso, porque ahí están las claves para diseñar una vía original de emancipación social y ambiental.
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