La Jornada
El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, suspendió su visita a México, programada para finales de esta semana, en la cual debía abordar con el canciller Marcelo Ebrard la realización del plan conjunto de cooperación para el sur de México y Centroamérica que el presidente Andrés Manuel López Obrador planteó como nuevo enfoque bilateral para hacer frente al flujo migratorio hacia territorio estadunidense.
Aunque no fueron informadas las razones por las cuales el jefe de la diplomacia de la potencia del norte pospuso el viaje, es inevitable relacionar esa decisión con el contexto internacional de la crisis política venezolana, ante la cual México y Estados Unidos han asumido posturas claramente diferenciadas.
Mientras Washington otorgó reconocimiento inmediato al autoproclamadopresidente encargado, el político opositor Juan Guaidó, nuestro país optó por aplicar sus principios constitucionales y sus tradiciones diplomáticas: evitó tomar partido por cualquiera de los bandos en el conflicto venezolano y, junto con Uruguay, invitó a las partes a resolver sus diferencias en paz y por medio del diálogo.
Tanto la cancillería de México como la de Uruguay ofrecieron sus buenos oficios para facilitar una negociación orientada a resolver la crisis, una oferta que fue aceptada de inmediato por el presidente Nicolás Maduro y rechazada de manera elíptica por el diputado opositor que pretende disputarle la jefatura de Estado.
Ha de señalarse asimismo que la mayoría de los países del continente se alinearon con la Casa Blanca en el desconocimiento de Maduro y la aprobación de Guaidó comopresidentey en este hemisferio sólo Cuba y Bolivia se posicionaron con claridad del lado del chavista.
Otro dato de contexto insoslayable es que el sábado anterior, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el propio Pompeo pronunció un inequívoco chantaje al resto de los países al conminarlos aelegir un bandoentrelas fuerzas de la libertad(es decir, su propio gobierno) oel caos de Maduro.
En suma, la postura mexicano-uruguaya constituye un desafío a los designios injerencistas de la superpotencia en Venezuela y es ineludible relacionar la postergación de la visita de Pompeo con el deslinde de nuestra diplomacia frente a las posturas obsecuentes a Donald Trump que asumieron casi todas las cancillerías del continente.
De ser el caso, ese gesto de Washington conllevaría un doble afán intervencionista: en el escenario interno de Venezuela y en la política exterior mexicana y sería, además, un obstáculo en el desarrollo de la cooperación binacional para hacer frente a un conjunto de fenómenos que atañen a los dos países, empezando por el migratorio. Se afectaría de esa forma a México, pero también al propio Estados Unidos.
Cabe esperar que la administración de Trump entienda la conveniencia de respetar las diferencias entre ambas naciones en materia de política internacional y no mezclarlas con los asuntos bilaterales. Por lo que hace a las autoridades mexicanas, es de esperar que no cedan en su posición de principios ante presiones diplomáticas como la que podría estarse manifestando por medio de una visita postergada.
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