Al machismo le encanta eso de llevarlo todo a su terreno para hacerlo suyo, y desde ahí hacer de lo suyo lo de todos, es lo que vemos en el lenguaje cuando toma el masculino como neutro y lo neutro como genérico, para hacer, de ese modo, de lo masculino algo general.
El gran éxito del machismo no es presentarse como una opción más o
menos atractiva llena de ventajas, privilegios y oportunidades que
dirigen directamente a una situación de poder, sino hacerlo como realidad. De esa forma logra que aquello que los hombres han decidido desde su masculinidad sea considerado universal, es decir, para todas las personas, todo tiempo y todo lugar, mientras que lo de las mujeres, esa cara oculta tras el maquillaje de la sociedad,
sea tomado como parte de su modelo, integrado en él para que asuman
determinados roles y ocupen ciertos tiempos y espacios y, por tanto, supeditado a la referencia androcéntrica, o sea, a los hombres.
Por eso, como hemos repetido en más de una ocasión, el machismo es cultura, no conducta, y por dicha razón no necesita de nada ni nadie para que se manifieste cada día y en cada lugar como parte de la normalidad.
La fortaleza de esta construcción injusta parte de la base de que lo de
los hombres es la referencia adecuada para toda la sociedad, y los
hombres los elegidos para materializar y supervisar la marcha de dicha
construcción, y escenificarla a través de cada uno de ellos. Su éxito no
está tanto en la negación de esa injusticia como en su ocultamiento al limitar el machismo bajo dos criterios. Por un lado el contextual, que permite reducir el machismo a determinadas circunstancias, y por otro el cuantitativo, o sea, que para que ciertos comportamientos y conductas se entiendan como machistas deben alcanzar una determinada intensidad, pues de lo contario será considerado como una “broma”,algo de “mal gusto”,una cuestión “inapropiada”…pero no machismo.
No niega el machismo, eso no sería creíble ni aceptable, pero lo coloca en determinados lugares vivibles para así poder decir que el resto no es machismo. De ese modo el machismo deja de ser machismo y se convierte en normalidad,
una normalidad inmaculada y sin machismo concebida que permite que todo
aquello que llegue a ella para cuestionarla sea considerado una
“mancha” en su pureza original.
De un tiempo a esta parte se repite como una especie de mantra lo de la “ideología de género” para
englobar bajo ese calificativo con matiz peyorativo cualquier
iniciativa que busque la Igualdad, y a cualquier persona que lo haga, la
cual es presentada como alguien interesando en obtener beneficios
económicos a través de los “chiringuitos” que dicen que crean para
enriquecerse. Englobar como ideología las propuestas basadas en un análisis de cómo el papel de hombres y mujeres define la realidad
a partir de las referencias dadas por la cultura, es decir, de lo que
es el papel de unos y otras a través de lo que se ha considerado como
propio de cada género, es como hablar de “ideología de la salud” para referirse a las propuestas sanitarias, o “ideología de tráfico” para las medidas destinadas a la seguridad vial.
El planteamiento que se hacer desde el machismo es tan absurdo que nadie habla, ni en la sociedad, ni en la universidad, ni en las instituciones, ni en los organismos… de “ideología de género”,
salvo quienes quieren desprestigiar las políticas de Igualdad al
presentarlas como si fueran destinadas a una parte de la sociedad, y no
a toda, o como si la Igualdad fuera una cuestión sobre la que
especular, y no un Derecho Humano.
En este sentido han sido muy gráficas las recientes palabras del
Presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, que
parece haber adoptado el discurso de sus socios de plusultraderecha,
para hablar de “ideologización” al referirse a
quienes con sus ideas trabajan por la Igualdad y contra las
manifestaciones de la desigualdad, entre ellas la violencia de género. Y
resultan muy gráficas por dos razones. Por una parte, porque reflejan
la estrategia posmachista que busca reducir las políticas dirigidas a lograr la Igualdad a una cuestión ideológica,
en el sentido de particular, como si el debate fuese más o menos
Igualdad, al igual que puede ser más o menos impuestos. Y por otra,
porque resulta muy significativo la forma de entender la realidad bajo
la cultura machista que impone su normalidad como universal, de manera
que “esas manchas” que llegan a ella son consideradas producto de una
ideología, pero en cambio, su propia posición, con sus ideas y valores, no la entienden, o no quieren hacerla entender, como una ideología, cuando en realidad lo es, y con mucha más intensidad por todo el entramado que la envuelve.
El machismo es cultura y la cultura son ideas, valores, costumbres,
tradiciones, mitos, estereotipos… organizados alrededor de esas
referencias estructurales que parten de lo masculino como universal. Por
lo tanto, el machismo es la “ideología de las ideologías”, la “ideología original”, presente mucho antes de que ni siquiera se plantearan alternativas a sus ideas. Por eso hay ideología en quienes defienden la Igualdad, como la hay en quienes defienden la Libertad, la Dignidad o la Justicia; y como la hay en quienes se han opuesto y aún se oponen a la Igualdad, a la Libertad a la Justicia o a la Dignidad.
La diferencia no está en si son posiciones ideológicas, sino en qué ideas defienden y qué modelo de sociedad y de convivencia quieren, el de la Igualdad y el respeto, o el de las jerarquías de la desigualdad con sus privilegios e injusticia social.
El machismo no es neutro, su pH es ácido y lo corrompe todo, y la mayoría de los hombres tampoco son neutrales, sólo defienden sus privilegios desde la pasividad y el silencio. Confundir la neutralidad con la mayor presencia en el tiempo, es como tomar la realidad por verdad.
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