Romero Deschamps, (casi) limpiecito
Solitaria denuncia en su contra
Amnistías contradictorias
Termina guerra contra el narco
Durante décadas, las
plazas públicas y los espacios de comunicación al alcance de la
oposición electoral de izquierda se vieron poblados de nombres y
apellidos que simbolizaban lo peor del régimen al que combatían:
mafia del poder, era el terceto de palabras que englobaba a los villanos nacionales. No se necesitaban procedimientos judiciales ni asideros jurídicos: la sabiduría popular y sus intérpretes sentenciaban sin apelación posible a los principales responsables de la desgracia nacional. Contra ellos se pedía castigo: cárcel, exilio, expropiación de bienes, inscripción estigmatizante en el muro de la podredumbre nacional.
Al amparo de la amnistía política que a título personal (es decir,
discrecional) ha determinado otorgar el Presidente de la República del
primero de diciembre de 2018 hacia atrás, el catálogo de la corrupción
punible se ha visto drásticamente enflaquecido, casi en vías de
extinción. El principal beneficiario inmediato de ese virtual perdón
político es el antes satanizado Enrique Peña Nieto, quien compró
indulgencias transexenales al facilitar el acceso al poder de su antiguo
contrincante tabasqueño. Los miembros del gabinete peñista también
gozan de cabal salud, salvo casos de añejo encono como el de Rosario
Robles Berlanga, a quien, tal cual ella lo pidió, le buscan hasta debajo
de las piedras, de tal manera que se ha armado un expediente de
irregularidades que podría (o no, diría el clásico) ser activado en
fecha próxima.
Un caso de probable benevolencia andresina está a la vista con Carlos
Romero Deschamps como protagonista (a menos que la policía y el MP
demuestren lo contrario). A pesar de las múltiples evidencias de
corrupción y despilfarro de este dirigente sindical, jefe de una
camarilla nacional bajo fundada sospecha de participar en el saqueo que
sucedía en Petróleos Mexicanos, ayer se informó en la conferencia
mañanera que sólo hay en su contra una denuncia, que no ha sido
ratificada, y nada más en cuanto a robo de combustible.
Cierto es que Romero Deschamps y sus allegados se han allanado ante
acciones y decisiones andresinas relacionadas con el combate al huachicol. Pero resulta desproporcionado el pago político a esa mafia sindical, aun cuando la responsabilidad de tal
desvanecimiento de corrupciónse pretenda endilgar a los ciudadanos, pues éstos no habrían presentado hasta ahora más denuncias contra el citado Romero Deschamps (podría, desde luego, abrirse procedimiento contra dicho
lídercon la solitaria investigación eventual, pero ¿sólo por un caso y como reclamo individual menor?).
Corresponde al gobierno federal, sobre todo si se tiene un apoyo
popular tan amplio y firme, generar acciones justicieras más allá de que
existan o no diligencias personales de algunos ciudadanos. Un caso
claro de ese actuar selectivo de Palacio Nacional puede verse en las
acusaciones que se cocinan contra el general Eduardo León Trauwitz,
operador y protegido del peñismo en la presunta vigilancia estratégica
de Petróleos Mexicanos. Los delitos de los que se le pretende acusar
corresponden al periodo amnistiado, es decir, antes del primero de
diciembre de 2018, pero aun así ha habido esmero en documentar ese
pasado presuntamente delictivo del brigadier.
Otro tema de manejo gelatinoso es el del presunto finiquito de la
guerra contra el narcotráfico, según anunció ayer el Presidente de la
República en su espacio noticioso. Es evidente que el comercio ilegal y
criminal de drogas y estupefacientes no ha terminado, y que los grupos
armados llamados cárteles se mantienen activos en ese rubro y
en otros que ya le están siendo más que complementarios, como el del
robo al combustible y la trata de personas, por dar ejemplos.
De tal manera que declarar terminada esa
guerraes solamente un buen deseo presidencial, sobre todo si se contrasta con los aprestos militares, disfrazados de Guardia Nacional, que se organizan desde ya (aun cuando ni siquiera hay autorización legislativa) para acciones que encuadran en los escenarios bélicos conocidos durante el calderonismo y el peñismo, como acaba de verse en el municipio guanajuatense de Villagrán.
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