La historia de México,
para su fortuna, se desarrolló a destiempo de la de las grandes
potencias. A mediados del siglo XIX la guerra civil estadunidense
impidió la continuación del expansionismo yanqui que había ya anexado
todo el Norte, aunque favoreció la ocupación francesa. Ante la
proximidad de un conflicto en Europa (1870), los franceses tuvieron que
irse, luego, cuando la Revolución Mexicana estalló, Estados Unidos era
sólo una potencia regional y no tenía un ejército poderoso y al poco
tiempo empezó a pensar en cómo sacar provecho de la guerra mundial de
1914-18, aunque pensaba intervenir cuando el Pacto de la Embajada
estadunidense dio luz verde al asesinato de Madero.
Washington tampoco invadió México cuando la expropiación del
petróleo, como le pedía Inglaterra, porque Roosevelt se preparaba a
entrar en la Segunda Guerra Mundial y en los primeros años de la
posguerra última el temor de Estados Unidos a la Unión Soviética, la
Guerra Fría, la derrota yanqui en Corea, Cuba y la intervención en
Vietnam mantuvieron ocupado al complejo militar-industrial imperialista
lo cual permitió que México tuviese un alto índice de crecimiento
económico hasta los setenta.
Pero el derrumbe de la Unión Soviética convirtió a Estados Unidos en
la principal potencia mundial hasta el derrumbe de la banca Lehman
Brothers, la gran crisis de 2008 y el gran crecimiento económico-militar
chino. Durante 36 años (1982-2018) de omnipotencia estadunidense los
gobiernos neoliberales mexicanos proimperialistas convirtieron a México
en una extensión virtual de Estados Unidos pero la independencia formal
pudo mantenerse gracias al empantanamiento de Washington en Medio
Oriente, cuyos efectos favorecieron la aceptación por Estados Unidos del
gobierno muy moderado de Morena que favorece al gran capital pero tiene
un enorme apoyo popular que lo preocupa.
El gobierno de Donald Trump (enero 2017) es casi contemporáneo del de
AMLO (diciembre 2018) y cambió todas las cartas en la mesa. Washington
se lanzó a la
solución finalen Venezuela o sea, también en Cuba. Es decir, a disciplinar su patio trasero latinoamericano en el que China tiene grandes intereses y Rusia también intenta hacer pie. Esa línea podría desatar una nueva guerra en Medio Oriente porque la alianza de Siria con Irán y con Rusia derrotó al Estado Islámico armado y respaldado por las monarquías árabes, Estados Unidos e Israel y Netanyahu, para no ir preso por corrupto y ladrón, ayudado por Trump que quiere abortar la Ruta de la Seda de los chinos, para buscar la
solución finalen Palestina podría lanzarse a una aventura contra Irán, Siria y el Líbano con el pretexto de la presencia de tropas iraníes y de Hezbollah en sus fronteras.
Actualmente la economía estadunidense tiene casi pleno empleo y se
estabilizó reduciendo los salarios reales pero el complejo
militar-industrial observa con preocupación el gran desarrollo chino de
la tecnología espacial, militar y en el campo de la inteligencia
artificial y del desarrollo de una nueva generación de aparatos
electrónicos. Al mismo tiempo, el fracaso de los gobiernos
progresistaslatinoamericanos abrió el camino a gobiernos vasallos de Washington que piensa que ahora puede pasar a la acción.
Ya con Chávez, el gobierno capitalista del Estado venezolano refinaba
el petróleo en Estados Unidos por imprevisión y confianza en el
capitalismo y tenía depositados sus fondos allí o en Londres y en otros
países extranjeros donde ahora fueron congelados o robados. El gobierno
de Maduro, con una inflación de 2 mil 500 por ciento en 2018 y de 10 mil
en 2019, se apoya sobre un país dividido y que volvió al trueque y
carece de una base logística eficaz para una guerra moderna. Las Fuerzas
Armadas Bolivarianas (FAB), además, no son sólidas ni monolíticas pues
los soldados, suboficiales y oficiales de baja graduación padecen la
tragedia económica mientras muchos altos oficiales son contrabandistas,
especulan con las divisas, roban a las empresas estatizadas. Por eso una
parte de las FAB, incluso de los boliburgueses, debe estar buscando un
acuerdo con Guaidó como el de algunos ex chavistas, con la esperanza de
moderarlo cuando detrás de Guaidó está Trump. De ahí este extraño golpe
de Estado prolongado en el que los golpistas no toman medidas contra el
gobierno y éste se dedica a recorrer los cuarteles incitando a la
disciplina pero sin organizar la defensa popular ni aplastar a los fuera
de la ley.
Ni China ni Rusia irán a la guerra por Venezuela aunque tengan mucho
que perder con el golpe ya en marcha que impondría una terrible
dictadura. Sólo el armamento masivo de los trabajadores y la adopción de
radicales medidas anticapitalistas podría sustituir a un gobierno
nacionalista que demuestra que es incapaz de defenderse.
Hay que derrotar a Trump. Para mantener nuestra independencia debemos
ayudar a los trabajadores cubanos y venezolanos a defender la suya
contando con nuestro principal aliado: la parte antimperialista y
antiTrump del pueblo estadunidense.
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