2/10/2019

Foto a las 23 y 50



La historia de México, para su fortuna, se desarrolló a destiempo de la de las grandes potencias. A mediados del siglo XIX la guerra civil estadunidense impidió la continuación del expansionismo yanqui que había ya anexado todo el Norte, aunque favoreció la ocupación francesa. Ante la proximidad de un conflicto en Europa (1870), los franceses tuvieron que irse, luego, cuando la Revolución Mexicana estalló, Estados Unidos era sólo una potencia regional y no tenía un ejército poderoso y al poco tiempo empezó a pensar en cómo sacar provecho de la guerra mundial de 1914-18, aunque pensaba intervenir cuando el Pacto de la Embajada estadunidense dio luz verde al asesinato de Madero.
Washington tampoco invadió México cuando la expropiación del petróleo, como le pedía Inglaterra, porque Roosevelt se preparaba a entrar en la Segunda Guerra Mundial y en los primeros años de la posguerra última el temor de Estados Unidos a la Unión Soviética, la Guerra Fría, la derrota yanqui en Corea, Cuba y la intervención en Vietnam mantuvieron ocupado al complejo militar-industrial imperialista lo cual permitió que México tuviese un alto índice de crecimiento económico hasta los setenta.
Pero el derrumbe de la Unión Soviética convirtió a Estados Unidos en la principal potencia mundial hasta el derrumbe de la banca Lehman Brothers, la gran crisis de 2008 y el gran crecimiento económico-militar chino. Durante 36 años (1982-2018) de omnipotencia estadunidense los gobiernos neoliberales mexicanos proimperialistas convirtieron a México en una extensión virtual de Estados Unidos pero la independencia formal pudo mantenerse gracias al empantanamiento de Washington en Medio Oriente, cuyos efectos favorecieron la aceptación por Estados Unidos del gobierno muy moderado de Morena que favorece al gran capital pero tiene un enorme apoyo popular que lo preocupa.
El gobierno de Donald Trump (enero 2017) es casi contemporáneo del de AMLO (diciembre 2018) y cambió todas las cartas en la mesa. Washington se lanzó a la solución final en Venezuela o sea, también en Cuba. Es decir, a disciplinar su patio trasero latinoamericano en el que China tiene grandes intereses y Rusia también intenta hacer pie. Esa línea podría desatar una nueva guerra en Medio Oriente porque la alianza de Siria con Irán y con Rusia derrotó al Estado Islámico armado y respaldado por las monarquías árabes, Estados Unidos e Israel y Netanyahu, para no ir preso por corrupto y ladrón, ayudado por Trump que quiere abortar la Ruta de la Seda de los chinos, para buscar la solución final en Palestina podría lanzarse a una aventura contra Irán, Siria y el Líbano con el pretexto de la presencia de tropas iraníes y de Hezbollah en sus fronteras.
Actualmente la economía estadunidense tiene casi pleno empleo y se estabilizó reduciendo los salarios reales pero el complejo militar-industrial observa con preocupación el gran desarrollo chino de la tecnología espacial, militar y en el campo de la inteligencia artificial y del desarrollo de una nueva generación de aparatos electrónicos. Al mismo tiempo, el fracaso de los gobiernos progresistas latinoamericanos abrió el camino a gobiernos vasallos de Washington que piensa que ahora puede pasar a la acción.
Ya con Chávez, el gobierno capitalista del Estado venezolano refinaba el petróleo en Estados Unidos por imprevisión y confianza en el capitalismo y tenía depositados sus fondos allí o en Londres y en otros países extranjeros donde ahora fueron congelados o robados. El gobierno de Maduro, con una inflación de 2 mil 500 por ciento en 2018 y de 10 mil en 2019, se apoya sobre un país dividido y que volvió al trueque y carece de una base logística eficaz para una guerra moderna. Las Fuerzas Armadas Bolivarianas (FAB), además, no son sólidas ni monolíticas pues los soldados, suboficiales y oficiales de baja graduación padecen la tragedia económica mientras muchos altos oficiales son contrabandistas, especulan con las divisas, roban a las empresas estatizadas. Por eso una parte de las FAB, incluso de los boliburgueses, debe estar buscando un acuerdo con Guaidó como el de algunos ex chavistas, con la esperanza de moderarlo cuando detrás de Guaidó está Trump. De ahí este extraño golpe de Estado prolongado en el que los golpistas no toman medidas contra el gobierno y éste se dedica a recorrer los cuarteles incitando a la disciplina pero sin organizar la defensa popular ni aplastar a los fuera de la ley.
Ni China ni Rusia irán a la guerra por Venezuela aunque tengan mucho que perder con el golpe ya en marcha que impondría una terrible dictadura. Sólo el armamento masivo de los trabajadores y la adopción de radicales medidas anticapitalistas podría sustituir a un gobierno nacionalista que demuestra que es incapaz de defenderse.
Hay que derrotar a Trump. Para mantener nuestra independencia debemos ayudar a los trabajadores cubanos y venezolanos a defender la suya contando con nuestro principal aliado: la parte antimperialista y antiTrump del pueblo estadunidense.

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