Alejandro Páez Varela
Alguien puede ver hacia México y decir: “El nuevo Presidente ha
obtenido un poder casi absoluto”. Y puede señalar las encuestas para
fundamentarlo: el 86 por ciento de los mexicanos lo aprueba, y es una
cifra inédita para el propio Andrés Manuel López Obrador, e histórica si
se compara con otros mandatarios en un mismo momento de sus respectivas
gestiones. Con la información disponible dirá que no tiene contrapesos y
que las organizaciones civiles, los partidos, los medios e incluso
otros Poderes de la Unión quedaron avasallados por el político de
izquierda.
Ese alguien, que puede ser cualquiera, verá desde afuera y tratará de
explicarse de muchas maneras el fenómeno AMLO. ¿Compra de voluntades?,
se preguntará. Esa es la primera respuesta que se aplica a los políticos
que, como el Presidente de México, tienen poder sobre las clases
populares. Se les llama “populistas”. Y la compra de voluntades es
histórica en México: así gobernó el PRI durante casi un siglo. Pues,
bueno, por allí encontrará, en estos momentos, poco. El Presidente no le
ha soltado un solo peso a la prensa, que suele tirarse a los pies del
mandatario en turno; y los programas de asistencia apenas empezaron a
gotear.
Entonces hurgará en Google en busca de datos y hallará la última encuesta, que es de El Financiero.
¿Qué le ha dado tal bono? Un conjunto de factores, pero sobre todo
haberse remangado la camisa y haberle entrado al saqueo de Pemex, que se
disparó con Felipe Calderón y con Enrique Peña Nieto a niveles
vergonzosos. Es más, hasta el tema más polémico, la respuesta de México
ante la crisis de Venezuela, le da bonos al Presidente; una mayoría está
a su favor.
El tal alguien, que ve hacia México, pensará que son sólo las
acciones del Presidente las que le han dado tal presencia –como digo–
histórica entre los ciudadanos, y podrá pensar que todavía podría
acumular más puntos de aprobación. En esto último, tendrá razón: falta
que bajen bien los apoyos directos, y eso siempre se lo agradecerán los
millones que lo recibirán. Pero en lo primero se equivoca. Porque no
sólo son las acciones de AMLO las que operan a favor de su Gobierno, el
primero de izquierda en México; un Gobierno que definirá el futuro de la
Nación y que pretende repetir lo que ha logrado la izquierda en la
capital mexicana: ha ganado elección tras elección desde 1997, es decir,
desde hace casi 22 años.
***
Como ese alguien ve desde afuera, se le dificultará ver lo que
realmente pasa adentro. Sólo podrá hacer un corte de lo que ve. Pero una
polaroid no describe lo que hay detrás. Se ve el pastel y el niño
riendo, en esa foto, y no se ve que días antes sufría una influenza
bárbara; se ven las canas del viejo que aplaude, o los padres que
sonríen, y no se ve, en la foto, que cada arruga tuvo un costo y que
incluso el pastel, tan colorido siempre, no parecía tan buena idea en un
mundo en el que cada nos damos cuenta de qué tan dañinas son los
azúcares y las harinas refinadas. Ese alguien verá una imagen plana. No
explica el camino que todos sus protagonistas siguieron hasta llegar
allí.
No verá, por ejemplo, la tragedia que acabamos de vivir los mexicanos
con Peña Nieto en el poder; cómo sus propias ambiciones y las
ambiciones de un grupo perverso llevó a México a cifras históricas de
muertos, a niveles históricos de deuda, a una degradación histórica del
salario y a niveles de desigualdad y (consecuente) pobreza que no se
explica si hay tantos ciudadanos que, a su vez, escalaron a la lista
Forbes de los más ricos. No verá, ese alguien, el engaño que sufrieron
las mayorías con Vicente Fox, su traición a la democracia, las patadas
que le puso a la confianza que se le depositó como primer Presidente de
la transición. No verá, en esa polaroid, cómo la corrupción en estos 18
años se generalizó y el saqueo llegó a niveles vergonzosos. No verá que
sufrimos una guerra terrible, con cientos de miles de muertos, con
decenas de miles de desaparecidos y secuestrados porque un día, de la
nada, por razones políticas, a Felipe Calderón se le ocurrió lanzar una
guerra contra las drogas sin estar preparado.
Ese alguien tampoco verá que en los años previos los partidos se
convirtieron en una burla, hediondos, corrompidos. Que cargamos con
nuestros impuestos y nuestra riqueza, durante décadas, a gente como Elba
Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps, símbolos de lo más podrido,
resumen del abuso de poder. Eso no se ve en la foto porque no sale. El
tal alguien verá, simplemente, un 86 por ciento de aceptación, buscando
explicaciones. Pero allí no hay explicaciones. Allí hay consecuencias de
años y años de saqueo; de años y años de traición; de años y años
acumulados de pueblos aplastados, olvidados, ignorados.
Años y años de prensa corrupta y adicta a los dineros públicos; años y
años de periodistas que ocultaron la verdad, cínicamente; años y años
de partidos prostitutos que sirvieron para servirle la mesa a unos
cuantos; años y años de organizaciones de la sociedad civil que se
tomaron la foto con el Presidente en turno y le prendieron velitas de
pastel. Años y años de gobernadores ladrones e impunes; años y años de
intelectuales cocinando en la misma olla y con la misma manteca de los
individuos en el poder.
Alguien puede ver hacia México y decir que el nuevo Presidente no
tiene contrapesos y que muchos quedaron avasallados por el político de
izquierda. Lo que ese alguien no verá, porque la polaroid no lo muestra,
es que a casi ningún mexicano le dan pena todos esos que han sido
desplazados. No digo que la falta de contrapesos esté bien: digo,
simplemente, que todos esos que pudieron servir de contrapeso quedaron
descalificados por su propio pie, por sus propias acciones, por su
propio peso. Pero ese alguien no lo ve: la foto del momento no da para
tanto.
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