Luis Linares Zapata
Descifrar el significado del
crecimiento de apoyos –tal vez popularidad– que manifiesta una mayoría
de ciudadanos hacia Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha
transformado en misterio a desentrañar. Se apuntan varios ejemplos de
mandatarios, alrededor del mundo, que sólo aparecen de vez en cuando
frente a sus ciudadanos para contrastarlos con AMLO. Uno famoso, Charles
De Gaulle, de Francia, sólo daba una conferencia de prensa al año y
mantuvo apoyos hasta que, en un referendo, los franceses lo corrieron.
Muy a pesar de esos ejemplos, presentarse cada mañana ante una audiencia
que pretende ser nacional es un caso notorio y diferente. Hasta ayer no
ha erosionado ni la imagen del Presidente ni tampoco su credibilidad y
confianza. Eso no asegura que continuará de la manera en que hoy sucede.
Tal vez se debe pensar en una forma sui géneris de gobernar estando
presente y en movimiento permanente. Hacer, o dar esa sensación a la
gente, complementa el esfuerzo del actual jefe del Ejecutivo federal.
Estar presente cada mañana, moverse continuamente por la República y
hablar en la plaza pública parece una combinación efectiva de gobernar.
Faltan otros muchos ingredientes para hacer de ese particular modo un
ejercicio completo, es cierto. El crucial complemento lo dará la
combinación con una sólida administración que le acerque el soporte y
continuidad al aspecto político. Y aquí, en este preciso asunto es donde
radican muchas incógnitas actuales. Cumplir apenas poco más de dos
meses en el ejercicio público no permite un juicio ponderado para
esclarecer la armonía entre las dos fases descritas: hacer política y
administrar. La primera corre, hoy día, por una senda de veloz marcha,
hasta podría catalogarse de irruptora. La otra, de cariz burocrático,
apenas se ha ido asentando en oficinas y llenando las vacantes. No hay,
hasta el presente, concordancia entre una y la otra parte de la
ecuación.
La distancia entre ellas, una, la más expuesta a la mirada ciudadana y
la otra, que se desarrolla entre bambalinas, datos y cálculos es, hoy
día, bastante grande. Hay tiempo suficiente para acercarlos y de su
continuidad dependerá el sostén ciudadano futuro. Los programas de corte
social, por ejemplo, que forman el núcleo trasformador del nuevo modelo
a desarrollar, requieren de una base cierta y actualizada de
beneficiarios. El trabajo de campo se lleva a cabo a contrarreloj.
Cientos, miles de activistas en cada estado levantan censos de los
hogares y personas que habrán de recibir los apoyos de manera directa.
Se trata de evitar, con procesos transparentes, modernos, la nefasta
intermediación que ensombrecía la llegada hasta el individuo concreto.
Esto debe hacerse así por la experiencia de manipulación y deshonestidad
comprobada padecida en anteriores programas sociales, ya bien conocidos
por la ciudadanía. Los censos deberán, entonces, ser confiables, hechos
a conciencia, minuciosos, para que se tenga éxito y se cumpla el
objetivo de ir subsanando la brecha entre los que tienen y los que de
casi todo carecen. Esta es la promesa de la transformación en marcha.
Jóvenes, viejos, sembradores, discapacitados, son la población objetivo.
La banca, en todos estos peliagudos programas será, también, sujeto de
acción, negocio y colaboración.
Mucho se ha dicho sobre el combate al robo de hidrocarburos y,
recientemente, de contratos dañinos para la Comisión Federal de
Electricidad. Entre las denuncias difundidas, los nuevos cauces de
distribución, el control de tubos y los señalamientos específicos de los
delincuentes, escasean las concurrencias. No hay datos concretos,
verificables por terceros interesados, de que se ha investigado a
profundidad y con la precisión que exige probar delitos ante tribunales
y, sobre todo, corregir tendencias futuras. El trabajo paciente,
concienzudo y permanente es la tarea que falta tanto en el imaginario
formado por la crítica como en la ciudadanía en general. Esa magna obra
que ofrece los datos duros para sustentar la debida credibilidad ojalá y
corra en la ruta debida.
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