Miguel Concha
Disentir, criticar y
protestar en contra del gobierno y sus acciones ha sido objeto de
persecución y criminalización en México, hasta el punto de utilizar a
las instituciones de procuración e impartición de justicia para atribuir
de manera injustificada delitos en contra de personas defensoras de
derechos humanos y activistas que en algún momento decidieron
defenderse, organizarse, salir a las calles y ejercer su derecho a la
protesta social.
Es así como en los pasados años los centros penitenciarios del país
han albergado a una gran cantidad de presos políticos y de conciencia,
cuyos casos comparten las mismas características: procesos judiciales
irregulares, en los que no se respetan los derechos y garantías de las
personas imputadas; defensores públicos sumamente deficientes, y
ausencia de traductores e intérpretes en varios casos en los que las
personas acusadas no hablaban o dominaban el idioma español. Muchas de
ellas han sido por tanto arbitrariamente víctimas de prisión preventiva
oficiosa.
Destacamos por último que un gran número de personas que se
encuentran en estas situaciones han permanecido privadas de la libertad
por años, sin recibir siquiera alguna sentencia en la que se les
absuelva o se les condene por algún delito, ya que los jueces y
procuradurías no cuentan con pruebas suficientes que puedan comprobar su
participación o responsabilidad.
El movimiento por la liberación de presos políticos y de conciencia,
impulsado por colectivos de familiares, por diversas organizaciones de
derechos humanos, y por organismos internacionales, es un tema histórico
fundamental para el establecimiento de una agenda nacional en materia
de derechos humanos, en un contexto en el que buscamos un modelo de
justicia disruptor con el pasado. La nueva administración federal parece
tenerlo en cuenta. Y por ello desde el mes de diciembre pasado se
empezaron a llevar a cabo las primeras acciones en el tema.
Actores clave, como la ahora senadora Nestora Salgado, entregó, para
su análisis y evaluación, al subsecretario de Gobernación, una lista de
199 casos de personas consideradas presas políticas, provenientes
principalmente de entidades como Oaxaca, Guerrero y el estado de México.
Lo mismo hizo por su parte el Comité Cerezo. Asimismo, la secretaria de
Gobernación, Olga Sánchez Cordero, informó sobre la creación de una
Mesa de Reconciliación y Justicia, instrumento que tiene como uno de sus
objetivos la revisión exhaustiva, caso por caso, de personas que se
encuentren privadas de la libertad en estas condiciones. A dicha mesa
han llegado ya 368 casos, de los cuales 16 personas han logrado obtener
su libertad. Es pertinente mencionar que esta Secretaría sólo podrá
conocer de aquellos asuntos cuyas personas están acusadas por algún
delito federal, o cuyo proceso se encuentre bajo la jurisdicción de
tribunales del mismo ámbito.
Pero es imperativo recordar que la mayoría de los presos políticos y
de conciencia se encuentran acusados y privados de su libertad por
autoridades meramente locales. Situación que nos lleva a la necesidad de
enfatizar nuestra crítica en la exigencia del adecuado funcionamiento
de las instituciones de impartición y procuración de justicia de las
diversas entidades federativas. No son aislados los casos en los que se
ha visto una invasión a la
autonomíadel Poder Judicial local por parte de gobernadores o autoridades locales. Son también numerosos los casos en los que se ha utilizado a las procuradurías y a las fuerzas policíacas para perseguir y criminalizar a integrantes de diversos movimientos sociales.
Un claro ejemplo de estos grandes contrastes entre la disposición del
gobierno federal de dar respuesta a una demanda social histórica, y la
resistencia a un cambio en la manera de impartir justicia por parte de
diversos gobiernos estatales, es el caso de la y los presos de Tlanixco,
en el estado de México. Los hechos se remontan al año 2003, en el
municipio mexiquense de Tlanixco, donde habitantes del municipio se
opusieron al desarrollo de empresas floricultoras en la defensa de su
derecho humano al agua. Tras tales hechos, la procuraduría de esa
entidad les adjudicó el delito de homicidio a seis comuneros nahuas.
Luego de 15 años de prisión preventiva, y después de un proceso en el
que se violaron sus garantías y no tuvieron acceso a traductores, se les
condenó a 50 años de cárcel. Al apelar la sentencia, se consiguió
recientemente la reposición del proceso, partiendo de las violaciones
procesales ya mencionadas. Los presos de Tlanixco han pasado 15 años en
prisión sin ser condenados. Sin elementos que puedan comprobar su
participación en algún delito, pues no hay voluntad por parte de las
autoridades del estado de México para atender este asunto.
Las acciones iniciadas por el gobierno federal son acordes con la
garantía de justicia y no repetición, pero no basta la buena voluntad
política. Es necesario que pueda establecerse un mecanismo de fácil
acceso que sea efectivo especialmente a escala local.
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