Abraham Nuncio
La Jornada
Un grupo de ex obreros,
periodistas, activistas sociales, diversos profesionales y otros
ciudadanos dirigieron una carta al presidente Andrés Manuel López
Obrador en la que le piden que haga pública la reivindicación de los
trabajadores de la Fundidora de Fierro y Acero Monterrey, clausurada
hace 33 años. Su cierre fue atribuido a los obreros que en ella
laboraban.
Cierta prensa, que ya se alineaba a los dictados del capital
metropolitano y sus socios nacionales para echar abajo lo que quedaba
del llamado Estado de bienestar, los mostraba como ociosos,
irresponsables y entregados al vicio. Ellos, que eran ejemplo de
disciplina, organización y defensa de los derechos de los trabajadores
resultaban los causantes de que la otrora primer siderúrgica de América
Latina cerrara sus puertas.
Se trató, como en otros casos, de una maniobra perversa para lanzar
lodo a los trabajadores y justificar así uno de los primeros grandes
pasos en la conformación del Estado neoliberal. El argumento fue que los
trabajadores estaban a punto de hacer quebrar a la fundidora y, en fin,
que ésta sólo acumulaba pérdidas. Argumento falaz, pues las mayores
empresas estatales (entre ellas la propia fundidora, la Comisión Federal
de Electricidad, Teléfonos de México, Luz y Fuerza del Centro, Pemex)
han operado con números negros, o debían operar con ellos, si el sector
público del Estado no les quitara los montos de inversión programados o
bien espacios para entregárselos a empresas privadas.
A los obreros de Fundidora se los condenó –con el desprestigio de la
propaganda que les endilgaron, los patrones de Monterrey se ahorraron la
práctica extendida de las listas negras– a no hallar trabajo. Por todo
ello, su reivindicación moral incumbe al Presidente de la República, así
como la demanda de continuar con los trabajos para sacar los cuerpos de
los mineros atrapados por el derrumbe en Pasta de Conchos y por la
irresponsabilidad e incuria de los dueños del Grupo México.
Esas demandas se dirigen al Presidente, no en forma de reclamo, sino
como una petición motivada por un legítimo deseo de justicia.
El reclamo fue para los presidentes anteriores. Reclamo al que, por
supuesto, no acompañó el segmento ultra de la derecha mexicana que
quisiera verse calzada en los zapatos de aquellos venezolanos animados
por un golpismo donde cobran registros imperialistas las voces de un
Mike Pompeo, secretario de Estado, o un John Bolton, asesor de Seguridad
Nacional de Estados Unidos. Éstos ofrecen la opción de la intervención
militar y Juan Guaidó, un individuo que no alcanzado siquiera la
condición de espurio, señala que la considerará, como si la fuerza que
encabeza no fuera una vía que, bien con España, bien con Estados Unidos,
él estuviese buscando.
Para la izquierda mexicana no es momento de dudar si el gobierno de
López Obrador la representa o no. Si con todas las concesiones que ha
hecho al capital y sus medidas y política –explícitamente no
socialistas–, la derecha ultramontana y algunos ciudadanos cuyo
aprendizaje político es de oídas o se reduce a un catecismo como el que
mostró en sus pancartas y tiene por summus artifex al valedor
Vicente Fox, ya pide su renuncia, ingenuo sería pensar que la mano
internacional que mece la cuna no los inspira o, sin demasiado margen
para sospecharlo, está detrás de ellos.
Y no es para abandonar nuestras posiciones políticas ni que pongamos a
hibernar nuestro bagaje teórico, sino hacernos la eterna pero
inevitable pregunta de qué hacer. Y qué hacer no en el vacío, sino ante
lo que ha pasado en esos países latinoamericanos donde, por lo demás,
ninguna izquierda socialista llegó al poder y aquella que pudo llegar
fue doblegada aun por la derecha más intolerante y antidemocrática.
Venezuela está entre sus planes.
Sin llegar al autochantaje, no creo que nos quede sino lo que siempre
la izquierda ha querido hacer y que de repente se queda a medio camino:
organizarse, aceptar que ninguna fracción es el todo y llegar a
establecer puentes, puntos de intersección entre unos y otros grupos,
discutir respetando las reglas del debate y generar un mínimo perímetro
de autogestión democrática en su órgano colectivo de decisión: la
asamblea.
Estamos en un tiempo de canallas con la mayor capacidad de maniobra y
con el mayor poder de fuego en el mundo. Por medio de informaciones
interesadas, como lo ha hecho CNN, empieza a introducir, como si se
tratara de una clasificación sobre el respeto a los derechos humanos, la
idea de que es necesario saber quién es quién en materia de destrucción
bélica. Un poco para que el país agredido por la potencia del norte se
sienta derrotado ante sus amenazas, y sin contar que una intervención
militar de Washington en Venezuela puede dar lugar a una conflagración
de vastas dimensiones internacionales.
La izquierda y la derecha que, como se ve, sí existen y son
diferentes, requieren ser evaluadas de manera diferenciada, según el
contexto y el momento.
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