Víctor M. Toledo
La vida nos da sorpresas.
Todavía. La última en la Ciudad de México. Más precisamente en
Azcapotzalco. Quien esto escribe conoció el Parque Ecológico
Bicentenario, levantado en lo que fue la Refinería de Azcapotzalco. La
refinería inició actividades en 1933, fue nacionalizada en 1938 y
clausurada en 1991, por la enorme contaminación que generaba para la
capital. En ese entonces producía gasolinas Magna, Premium, turbosina,
kerosina, diésel, gas licuado del petróleo y combustóleo. Trocar un
complejo industrial basado en el petróleo por un parque para la
educación ambiental parece casi un sueño. Y esto sucedió. Supongo que
nuestros nietos verán a las cinco refinerías del país convertidas en
zonas para el disfrute de la vida, la educación ambiental y la
comprensión de la naturaleza. Ellos pertenecerán a la era ya no de Pemex
sino de Solmex. El Parque Bicentenario se abrió en 2010, después de una
escrupulosa remediación y descontaminación. Con 55 hectáreas, el parque
es un oasis en la porción más industrializada de la capital de la
República. Su diseño fue un acierto. El complejo tiene enormes áreas
verdes además de un jardín botánico donde se representan las principales
especies vegetales de las cinco grandes regiones ecológicas de México,
un orquidario, lago artificial, zonas para eventos, museo, áreas para el
esparcimiento de las familias y la recreación de una chinampa, que es
quizás el sistema de producción de alimentos más eficiente y sostenible
del mundo, que permitió la creación y expansión de Tenochtitlán, la
capital de los aztecas que en aquella época sobrepasaba en número de
habitantes a cualquier ciudad de Europa. El sistema chinampero recreado
aloja toda una variedad de hortalizas para fines educativos. Con esos
atractivos, el Parque Bicentenario recibe cada año más de 3 millones de
visitantes.
El parque fue escenario hace unos días de Tierra Beat, fiesta
internacional de música y acción ambiental, organizada por las
instancias ambientales y culturales del nuevo gobierno de la Ciudad de
México. Se presentaron conciertos de rock, reggae y música electrónica,
ejecutados por 34 bandas, además de un programa de cultura ambiental
consistente en talleres para niños y sus familias, muestra de
ecotecnologías y 12 conversatorios donde se debatió sobre cambio
climático, protección de las especies, proyectos depredadores y
movilidad sin autos. Por ahí desfilaron Greenpeace, el movimiento Agua
para Tod@s, Agua para la Vida, Bicitekas, el
Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco. Invitado a
participar en los conversatorios, quien esto escribe tuvo la fortuna de
compartir opiniones, denuncias, apasionamientos, llamados y defensas de
la vida con activistas tan connotados como Sargento García, famoso
cantante francés de rock; doña Trini, del heroico pueblo de Atenco; las
comunidades contra el gasoducto y la termoeléctrica de Morelos; la viuda
de Samir Flores, el campesino ambientalista asesinado, y Rubén Albarrán
el eterno cantante de Café Tacuba. Todos, fuimos (in)moderados por el
talento, sabroso, picante e irreverente de la reconocida conductora
Fernanda Tapia. En mis cinco décadas de trabajo académico y militancia
ambiental, nunca había vivido un encuentro de comunicación tan intenso,
diáfano, directo y honesto por la defensa de la vida, la naturaleza y el
ambiente. Público e invitados fuimos imbuidos de una energía vital a
partir de los discursos e intervenciones. Nos convertimos en una sola
fuerza.
También llegamos a conocer una realidad terrible: la Semarnat,
conducida por esa banda de rufianes llamado Partido Verde, dejó de
administrar el parque desde 2017 y lo cedió, por
ocioso e improductivo, al Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales, para su concesión a una empresa privada. Ese acto de corrupción y traición fue denunciado públicamente por vecinos desde agosto de 2018 y hasta hoy permanece sin ser indagado a fondo. El día del encuentro innumerables ciudadanos, llenos de indignación, nos lo informaron. Hoy esa maravilla de proyecto educativo ambiental sigue en manos privadas y sus efectos comienzan a sentirse: el estacionamiento era gratuito, ahora se cobra; está prohibido introducir alimentos para que los visitantes se vean obligados a comprarlos; en la feria del libro infantil se vendía cerveza y, a la entrada del parque, todo visitante es recibido por un ejército de la empresa de seguridad privada Sppel. En esta era, en la que el Presidente de México nos convoca a terminar de golpe con la corrupción, urge que el Parque Bicentenario retorne a ser una entidad pública al servicio de los ciudadanos.
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