Sube de tono la guerra
de las bolas de cristal –la ofensiva de los adivinadores profesionales,
con buena dosis ideológica– y, por lo mismo, se mantiene el intercambio
de lecturas, pronósticos, cálculos, cartomancia, apuestas y conexos de
los no pocos participantes en ella, que creen tener la última palabra
sobre el devenir de la alicaída economía mexicana.
En ese sentido, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC) advierte que la economía mexicana
enfrenta su mayor reto desde la recesión de 2009, y la desaceleración ya tiene elementos de estancamiento económico en general, de una potencial recesión en la industria y una moderación del desempeño del mercado interno.
En su más reciente análisis –del que se toman los siguientes pasajes–, el IDIC propone que
para evitar que lo descrito se profundice y exacerbe la precarización del mercado laboral, disminuya el bienestar de la sociedad, cause una merma en la salud financiera de las empresas, así como la recaudación tributaria del Estado, se debe instrumentar una estrategia de política económica e industrial contingente. De otra manera el gobierno de México se verá obligado a instrumentar una política de ajuste fiscal (ajuste macroeconómico) similar a la de otras épocas: restrictivo y característico del denominado modelo neoliberal.
El INEGI ha confirmado que, durante el primer trimestre del año, la
economía mexicana pasó de la desaceleración al estancamiento. En ese
periodo, con información oportuna, el crecimiento del producto interno
bruto (PIB) fue de únicamente 0.2 por ciento, la proporción más baja
desde el cuarto trimestre de 2009, cuando disminuyó 1.8 por ciento.
El mensaje de la economía es claro: México debe instrumentar un
programa de desarrollo industrial que evite una mayor afectación al
sector. La ausencia (desde hace décadas) de una estrategia integral en
este sentido ha causado el freno de la economía.
La evidencia es contundente: de acuerdo con el reporte del Inegi, las
actividades secundarias (industria) retrocedieron a tasa anual 2.1 por
ciento, la mayor caída desde el cuarto trimestre de 2009. La variación
anual negativa citada constituye el séptimo dato de este tipo para un
trimestre desde 2010, lo cual muestra la carencia de una estrategia
estructural para desarrollar al sector que debería ser el motor de
crecimiento en la época de la cuarta revolución industrial.
Debe considerarse un aspecto adicional en el caso del sector
industrial: la información oportuna del primer trimestre (-2.1 por
ciento) se conjuga con el retroceso (-0.8) contabilizado en el último
trimestre de 2018. Con ello se abre el debate en referencia a si este
sector puede declararse oficialmente en recesión.
La afirmación previa surge del criterio de dos trimestres
consecutivos de cifras negativas, que además coincide con la tendencia a
la baja del ciclo industrial (se inició en julio del año pasado) y que
se corrobora con el hecho de que la mayor parte de sus componentes
(salvo manufacturas) exhiben datos negativos al comienzo de 2019.
El INEGI permite corroborar que la desaceleración se infiltró en el
mercado interno: las señales previas de precarización del mercado
laboral y de menor recaudación de IVA eran ciertas. El crecimiento de
uno por ciento de las actividades terciarias (sector servicios) también
es la menor cifra de crecimiento desde el cuarto trimestre de 2009.
Por su parte, el crecimiento del sector primario (5.6 por ciento, el
más elevado desde el segundo trimestre de 2010) fue insuficiente para
evitar el estancamiento económico, aunque sí logró evitar que el PIB
fuera negativo.
Las rebanadas del pastel
El fiscal Alejandro Gertz Manero cuando menos ya le puso
fecha al caso Odebrecht (te llaman, Emilio): en no más de dos meses
judicializará la carpeta. Y de pilón, el desvío de recursos en Sedesol y
Sedatu (te hablan, Rosario), y reponer el procedimiento en la
investigación de Ayotzinapa. No es novedad, pero subrayó que la PGR
encubrió delitos y dejó rezago y anarquía.
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