En general, si existiera un hilo conductor dentro de la amplia gama
de críticas al nuevo gobierno, todas legítimas desde luego, sería que en
algunos contextos el nuevo régimen habría retomado políticas,
resucitado personajes y repetido estilos de gobiernos anteriores. Sin
embargo, lo más curioso y sorprendente es que quienes más insisten en
esta supuesta falta de rompimiento con el régimen anterior son
precisamente los alfiles de ese mismo viejo régimen.
Criticar a López Obrador por supuestamente parecerse al PRIANRD, y no
a la luz de algún nuevo proyecto político o social utópico e idealista,
demuestra que lo único que buscan los nuevos opositores es acabar con
la esperanza del pueblo mexicano. Quieren que aceptemos la derrota de la
Cuarta Transformación aun antes de que nazca. Anhelan que cada quien se
regrese a su casa, que aceptemos que jamás podremos acabar con la
corrupción, la impunidad, la pobreza y la violencia, y que en
consecuencia devolvamos el poder a quienes por lo menos eran “francos”
con respecto a su mediocridad y falta de ética.
Un botón de muestra de la falta de consistencia de algunas críticas
de la oposición son los airados reclamos de personajes como Mariana
Gómez del Campo y Fernando Belaunzarán, fieles representantes del
sistema putrefacto derrotado en las urnas el pasado 1 de julio de 2018,
por la supuesta devolución por López Obrador de los bienes de Elba
Esther Gordillo. “¿A poco creen que Elba Esther lo hizo gratis?”,
reclamó Belaunzarán. “La 4T pagando favores”, tuiteó Gómez del Campo.
El león cree que todos son de su condición. Cualquier persona que
tenga un poco de memoria histórica y una gota de sagacidad política
sabría que los verdaderos aliados de Gordillo son precisamente los
panistas, como Gómez del Campo, que pactaron con la dirigente
magisterial el fraude de 2006 en contra de López Obrador, y los
integrantes del Pacto por México, como Belaunzarán, que utilizaron el
teatro de la detención y el encarcelamiento de Gordillo en 2013 para
aparentar una supuesta lucha en contra de la corrupción que jamás
existió.
La Fiscalía General de la Nación, un órgano autónomo del Estado
mexicano, fue obligado por el Poder Judicial de la Federación a retornar
a Gordillo sus bienes porque las acusaciones y la investigación llevada
a cabo en su contra por el gobierno de Enrique Peña Nieto fueron
deficientes desde un inicio. La detención de Gordillo jamás fue para dar
una lección de intolerancia a la corrupción, sino simplemente un golpe
en la mesa para avisarles a todas las mafias políticas del país que ya
había llegado un nuevo jefe al trono: el clan de Atlacomulco.
Hoy López Obrador se niega a participar en el viejo rito del relevo
de mafias. No fabricará nuevos delitos en contra de la maestra Gordillo,
ni en contra de ningún “pez gordo”, con el fin de ofrecer un
espectáculo mediático, sino que ha girado instrucciones muy claras a
todas las secretarías de Estado para que investiguen y lleven a cuentas,
de manera rigurosa y de acuerdo con la ley, cualquier irregularidad
pasada o presente que encuentren en sus ámbitos respectivos.
Lo que realmente irrita a los representantes del viejo régimen no es
entonces que el nuevo gobierno esté actuando como los gobiernos
anteriores, sino todo lo contrario. En lugar de hacer gala de su poder
extralegal metiendo a la cárcel y sacando discrecionalmente de ella a
diferentes personajes, y después utilizando este poder
“hiperpresidencial” para chantajear y amedrentar a propios y extraños,
López Obrador camina humildemente por el camino de la legalidad y la
institucionalidad democráticas.
Ahora bien, la fabricación del hashtag #RenunciaAMLO a raíz de la
matanza en Minatitlán, Veracruz, constituye otro ejemplo de la falta de
creatividad de parte de la nueva oposición. Hacen mímica de las
consignas de los viejos movimientos sociales en contra del gobierno
despótico sin pararse a contemplar ni por un segundo el nuevo contexto
en que se desarrolla la barbarie.
Imaginan que lo que causó tanta indignación entre la población en
contra de Felipe Calderón y Peña Nieto fue la mera existencia de la
muerte y la violencia, cuando en realidad lo que generó el repudio tan
frontal de la ciudadanía en contra de estos expresidentes fue el hecho
de que estábamos convencidos de que eran líderes traidores y apátridas
que generaban intencionalmente la destrucción del país.
Por supuesto que todo asesinato es inaceptable y no hay vidas de
primera o de segunda clase. Sin embargo, solamente tiene sentido llamar a
la renuncia del presidente de la República a raíz de una masacre si es
creíble que el primer mandatario haya tenido alguna responsabilidad
directa por la tragedia, que de una u otra manera los grupos
delincuenciales que hayan perpetrado el crimen contaran con la
protección del ocupante de Palacio Nacional.
Para los presidentes anteriores aquella hipótesis fue perfectamente
creíble, pero para el presidente actual es simplemente absurda.
Así que en lugar de mandar a López Obrador a su casa, habría que
respaldar la decisión del presidente de la República de mantenerse firme
en Palacio Nacional para poder hacer valer sus compromisos de campaña.
En lugar de bajar nuestros estándares y aceptar que “todos son iguales”,
habría que mirar hacia el horizonte y contribuir cada quien desde su
rincón a la construcción de una nueva patria.
www.johnackerman.mx
Este análisis se publicó el 28 de abril de 2019 en la edición 2217 de la revista Proceso
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