Néstor Martínez Cristo
El lunes pasado fue presentado
en París el mayor y más sólido informe sobre biodiversidad que haya
sido elaborado. Se trata de un diagnóstico preciso, nada esperanzador,
que debe ser leído como un llamado desesperado para salvar al planeta.
Un millón de especies animales y vegetales están amenazadas de
extinción, es decir, una de cada ocho especies existentes en el mundo, y
subraya que estamos sumidos en un
declive sin precedentes en la historia de la humanidad.
A gobiernos e industriales, les advierte que lo hecho hasta ahora no
es suficiente para revertir la tendencia negativa. El impacto no es sólo
medioambiental. También amenaza buena parte de los objetivos de
desarrollo sostenible fijados por las Naciones Unidas para 2030.
Maltratar a la naturaleza significa frenar la lucha contra la pobreza, el hambre o por una mejor salud del ser humano. El tiempo apremia más que nunca, se afirma en el documento y se insta a actuar, ya, tanto a escala global como local.
Es un informe elaborado durante tres años por cerca de 500
especialistas de 50 países, bajo los auspicios de la ONU, en el que se
alerta –entre otras cosas– del riesgo de desaparición de más del 40 por
ciento de las especies anfibias, casi un tercio de los arrecifes
coralinos, así como el 10 por ciento de los insectos.
El estudio identifica y, por primera vez clasifica, los impulsores
directos que también se han acelerado en las pasadas cinco décadas,
tales como la sobrexplotación de los recursos, el cambio climático, la
contaminación y otras alteraciones provocadas por la acción humana.
Algunos datos más, igualmente preocupantes: tres cuartas partes del
medioambiente terrestre y alrededor de 66 por ciento del marino se han
visto
significativamente alteradospor la acción humana, en tanto que la tercera parte de los recursos pesqueros marinos son explotados a niveles insostenibles.
En cuanto al cambio climático, refiere que las emisiones de gas de
efecto invernadero se han duplicado desde 1980 y provocado el aumento
global de la temperatura en al menos 0.7 grados centígrados. La polución
plástica se ha multiplicado por 10 desde 1980.
Se acelera el ritmo de extinción de las especies: en los pasados 40
años ha aumentado sensiblemente el riesgo de la desaparición total de un
millón de ellas.
La velocidad de extinción es centenares de veces mayor que la natural, precisó Paul Leadley, uno de los autores.
Este llamado al cambio no debe, no puede, ser ignorado. No son
alteraciones que vayamos a padecer en el futuro. Se trata, más bien, de
pérdidas y deterioros que están ocurriendo todos los días, a cada hora, a
cada minuto, a cada instante, frente a los ojos ciegos de la humanidad.
Desde el siglo XVI, al menos 690 especies vertebradas han sido
llevadas a la extinción y más del nueve por ciento de la totalidad de
los mamíferos domesticados usados para la alimentación y la agricultura
se habían extinguido para 2016… y al menos mil más están todavía
amenazados.
Robert Watson, presidente de la Plataforma Intergubernamental sobre
la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES) –instancia
coordinadora del estudio–, destacó la necesidad de cambiar políticas y
paradigmas. Deben cesar los subsidios malos para el medioambiente, como
los de la industria energética, el transporte o la agricultura.
Los gobiernos, propuso, también tendrían que abandonar el uso del PIB
para calcular la riqueza e incorporar el capital natural y humano en
sus países.
Necesitamos un paradigma económico modificado para un futuro más sostenible.
Indica que afortunadamente se han visto algunas primeras acciones e
iniciativas para un cambio transformativo, particularmente en los
jóvenes de diversas regiones del mundo y entre ellas se refirió al
movimiento #VoiceforthePlanet, así como a las huelgas escolares por el
clima.
En el detallado informe mundial se concluye que el deterioro
acelerado de la biodiversidad se puede frenar, pero sólo mediante una
transformación radical, con un golpe de timón –diría yo– en el
desarrollo que requiere participación y compromiso de todos los niveles.
Los intereses particulares doblegan al interés público en todo el
planeta. Pero es un hecho que, después de este informe, como acotó la
directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, ya nadie podrá decir que
no sabía que estamos dilapidando nuestro patrimonio mundial común.
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