Luis Linares Zapata
La Jornada
Retorna el viejo dilema de
consolidar el crecimiento para, después, repartir la riqueza generada o
su contrario: repartir para inducir el crecimiento. Alrededor de este
tipo de diferendos se desenvuelve, por estos días, la disputada
actualidad del país. Las diferencias que han surgido, en medio de
visiones encontradas, van dando forma a posturas que solicitan y hasta
exigen acuerdos.
Ya en el siglo XIX en Dinamarca fue tomando forma la conciencia de
incluir, orgánicamente, a los individuos caídos en los dramáticos
bolsones de pobreza y marginación que, por esos inhumanos días,
afectaban a dicha nación. Poder hacerlo les dotó con la energía
indispensable para conseguir el desarrollo compartido del que ahora
presumen ante el mundo. Aquí, durante la lucha revolucionaria, surgió la
inquietud de incorporar a los excluidos y sus demandas. Fue un intento
que tuvo concreciones pero, desafortunadamente, insuficientes. No fue
sino hasta el gobierno del general Cárdenas que se retomó, con enérgicos
actos restitutivos de derechos, el impulso de trabajar por una sociedad
más igualitaria. En ese periodo se incorporaron al desarrollo mayores
contingentes de trabajadores del campo y la industria que contribuyeron,
con logros notables y sólidos respaldos, al crecimiento económico con
más justicia.
El Presidente de la República ha ido difundiendo el que otrora tituló
modelo alternativo de nación. En ese conjunto de propuestas, guiadas
por una visión abarcadora, se apuntala al Plan Nacional de Desarrollo.
La narrativa que ahí se plasma, concreta, con seriedad y precisión,
varios de los programas distributivos ya en marcha. Y no sólo en esas
propuestas se atisban nuevos derroteros sino, también, se enchufan otras
muchas decisiones de índole meramente política. Es, en este primordial
terreno donde no ha habido dudas ni titubeos, sino enérgicas acciones
que han causado estupor en amplios sectores de la población. En especial
entre aquellos que obtenían beneficios y ventajas indebidas. Se trata,
con tales actos de autoridad, de modificar, de trastocar, de abandonar
rituales y malformaciones financieras u organizativas que se prestaban a
conductas equivocadas.
Las ondas desatadas por la enérgica marcha, iniciada desde la cúspide
del nuevo poder, se han esparcido por innumerables rumbos de México. En
la mayoría de los casos donde se han ejecutado dichas iniciativas –con
duros e implícitos cambios– la ciudadanía ha dado su apoyo de manera
entusiasta y renovada. Se aprecian, desde la amplia base de la pirámide
poblacional, coincidencias sustantivas con la marcha de la nueva
administración. Surgen así y de manera continua, expresiones y acuerdos
aún en medio de la incertidumbre causada por los sucesivos y veloces
cambios. Aquellos que dieron su indiscutido respaldo en las urnas a las
propuestas de transformación radical no se han sentido defraudados. Por
el contrario, se les han ido uniendo otros muchos que expresan, de forma
abierta, sus coincidencias con la marcha del gobierno. Las sonoras
oposiciones que han expuesto los afectados o, también, los que disienten
por concepciones distintas, forman, de variada manera, el entramado
consustancial de la vida democrática. Navegar en medio de críticas es ya
un distintivo que norma la actualidad plural de esta nación. También lo
es el respeto mostrado, sin trabas o injerencias, entre los poderes de
la unión, a diferencia de tiempos pasados, por fortuna en vías de
extinción. Sendas formaciones de ciudadanos que ahora aspiran a
construir un México distinto al conocido no se sienten relegados y
tampoco abandonados. Por el contrario, a cada paso certifican que, el
Presidente está, todos los días, con ellos y para ellos. Esta constancia
se aprecia como la forma de gobernar que escogieron al votar por Morena
y su candidato. La serie, bien conocida y estudiada de sondeos de
opinión, ha ido certificando tal concordancia con el copioso mandato de
las urnas.
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