Alejandro Nadal
La Jornada
El Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC) filtró un adelanto de un estudio sobre la
relación entre suelos, agricultura y cambio climático. Es un poderoso
llamado de atención sobre las fuerzas que amenazan con desfigurar la
biósfera y destruir la especie humana. El análisis hace hincapié en el
uso de suelo, la producción de alimentos y las emisiones de gases de
efecto invernadero.
La advertencia del IPCC señala que la agricultura, la ganadería y la
silvicultura generan 23 por ciento del total de emisiones de gases de
efecto invernadero (GEI) cada año. Por otra parte, el IPCC recuerda que
los suelos del planeta son responsables de absorber alrededor de 30 por
ciento del bióxido de carbono emitido cada año por la industria y el
sector energético. En la medida en que los suelos se degradan, se reduce
su capacidad de absorción del bióxido de carbono (CO2) y su capacidad
productiva se ve limitada. Esto aumenta la concentración de GEI en la
atmósfera y agrava el cambio climático, lo que genera nuevamente mayor
degradación de suelos. El riesgo de desencadenar un ciclo acumulativo
vicioso es hoy día muy alto.
El informe del IPCC es importante, pero, como siempre ocurre con
estas evaluaciones sobre la destrucción ambiental en el mundo, adolece
de una grave omisión: no contiene ninguna referencia sustantiva a las
fuerzas económicas que están promoviendo esta degradación ambiental.
El IPCC indica que cerca de 30 por ciento de la producción mundial de
alimentos se pierde o desperdicia. La reducción de estos desechos haría
una contribución importante para restringir las emisiones de GEI. El
IPCC también reconoce que es necesario combatir la desigualdad que
impera en los paisajes rurales del mundo para frenar las emisiones de
gases de efecto invernadero. Además, los patrones de consumo y el tipo
de dieta imperante afectan la cantidad de tierra y agua que se necesitan
para la producción de alimentos. El consumo de carne es uno de los
factores más negativos en la contribución del sector a las emisiones de
gases de efecto invernadero. Además, por cada kilogramo de proteína
animal producida se necesitan 10 mil litros de agua, nueve kilogramoss
de granos y el equivalente a 18 kilogramos de capa orgánica de tierra.
Es cierto que la agricultura mundial está hoy profundamente
distorsionada y sumergida en un círculo vicioso, en el que la
degradación de suelos está asociada a mayores emisiones de gases de
efecto invernadero. Pero no será fácil implementar los cambios que se
necesitan para reducir las emisiones de GEI del sector agrícola. Y es
que, hoy, la agricultura mundial se comporta tal como el capitalismo
siempre quiso que lo hiciera. El desperdicio y la desigualdad son dos
signos distintivos de este fenómeno. La desigualdad es resultado de la
lucha que el capital siempre ha mantenido por controlar el proceso de
producción en el campo, buscando someter al campesinado y la población
rural a la relación salarial. El acaparamiento de tierras es una faceta
de este proceso. Por su parte, el desperdicio es un subproducto del
control de la producción agrícola por el capital. No hay que olvidar que
bajo el capitalismo, el objetivo de la producción mercantil agrícola no
es generar alimentos para la población, sino producir ganancias para
las corporaciones. En la producción capitalista el desperdicio es parte
del
valor agregadoque se vende como mercancía.
Un rasgo esencial del capitalismo es la tendencia a la concentración
del poder de mercado en pocas empresas. En la agricultura mundial esta
consolidación corporativa se manifiesta no sólo en las grandes
plantaciones y fábricas de carne, sino en todos los eslabones de la
cadena de valor: comercialización, procesado y empaque, transporte y
producción y venta de semillas e insumos agroquímicos (muchos
profundamente tóxicos). Los abusos de la concentración de poder van
desde la manipulación de precios hasta las violaciones de los derechos
humanos de poblaciones campesinas.
El IPCC es incapaz de examinar el verdadero motor de la destrucción
ambiental provocada por las grandes plantaciones de aceite de palma en
el sudeste asiático, o por la ganadería y la soya transgénica en América
Latina. Y es que el IPCC critica esas plantaciones, pero considera que
están relacionadas con las necesidades de una población constantemente
en aumento. No puede ver que esos proyectos tienen muy poco que ver con
las necesidades de la gente y en cambio, sí, mucho con la transformación
de la agricultura en una fuente de ganancias. Las emisiones de gases de
efecto invernadero en la agricultura están vinculadas con la
transformación de la producción de alimentos y del paisaje rural en
general en un simple espacio de valorización para el capital.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero únicamente es
posible frenando los excesos del capitalismo. El mercado no podrá
hacerlo. La autoridad pública (el Estado) es la única que puede
orientarnos en esa dirección. Pero eso necesita un cambio de paisaje
político, que hoy está lejos de presentarse.
Twitter: @anadaloficial
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