Aldo González Rojas*
Los pueblos indígenas
de México tienen derecho de libre determinación no sólo por ser
indígenas, sino por ser pueblos; si bien éstos han sido desgajados en
comunidades a lo largo de la colonización y del establecimiento del
Estado mexicano, subsisten en ellos sus identidades culturales e incluso
sus formas de organización en mayor o menor medida.
Interesa entonces que sea este sujeto el titular del derecho de libre
determinación, entregarlo a la comunidad no sería otra cosa que
continuar con la política colonialista de dividir a los pueblos para
garantizar su control, lamentable lo establecido en constituciones
estatales, donde sólo se reconoce el derecho a la libre determinación a
comunidades indígenas o pueblos originarios en un reducido sentido de la
palabra.
Para que puedan ejercer su libre determinación y en consecuencia
proveer a su desarrollo económico, social y cultural, así como
establecer su condición política, es necesario que se reconozcan sus
territorios en el más amplio sentido de la palabra y no únicamente en
los términos culturales como lo establece el Convenio 169, que también
es reductivo para el concepto de pueblo indígena.
La Constitución de nuestro país establece que:
La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional corresponde originariamente a la nación. Desde la constitución de México se invisibilizó la existencia de las naciones dominadas por la colonización, es urgente que en la reforma del pacto social se recupere la dignidad de los pueblos indígenas.
La principal demanda de éstos en estos tiempos neoliberales es el
reconocimiento y respeto de la integridad de sus tierras y territorios.
No hay que olvidar que la reforma neoliberal del 92 lo primero que hizo
fue arrebatarles el carácter de inalienables, imprescriptibles e
inembargables a las tierras comunales y ejidales que están en manos de
comunidades indígenas y en su lugar crearon el principal mecanismo de
despojo, el Procede, el Fanar, o la Regulación de Actos Jurídicos
Agrarios, programa del que piden su desaparición.
La violencia del Estado no sólo se expresa mediante el Ejército o la
Guardia Nacional, sino también a través de la emisión de leyes y
disposiciones administrativas, por medio de estos ordenamientos se puede
observar quién manda en este país. Los pueblos indígenas exigen la
revocación de concesiones en sus tierras, no son escuchados, en su lugar
se han implementado consultas como trámite, pero se ha negado la
posibilidad de que expresen su consentimiento.
Sólo con el consentimiento libre previo e informado, bajo los más
altos estándares comunitarios, no sólo internacionales como se expresa
en el discurso, se podría acceder a los recursos estratégicos, que en el
futuro no serán sólo los del subsuelo, sino los de la biodiversidad. La
distribución justa y equitativa de beneficios no debe ser una zanahoria
más, sino un acuerdo pactado con el conocimiento de los fines y las
consecuencias, si es que se logra.
Incluso para las disposiciones legislativas como la que se está
cocinando se debe ir más allá del simple hecho de escuchar la voz de los
pueblos indígenas, se menciona en el discurso que los Acuerdos de San
Andrés son fundamento de la consulta, quiere decir que se puede alcanzar
un acuerdo para adoptar las medidas legislativas, aunque no se debe
olvidar que la traición ronda los acuerdos, como ocurrió con la reforma
Bartlett-Ceballos-Ortega de 2001.
No se puede alcanzar la soberanía alimentaria sin reconocer que el
fundamento de las culturas de los pueblos indígenas de México es el
maíz. No se trata de que reciban un trato de pobres y se garantice su
alimento sin reparar en la calidad del mismo como con los programas de
ayuda alimentaria, sino de que tengan la posibilidad de producir sus
propios alimentos con identidad cultural.
Desde la aparición de Conasupo se ha ido minando la posibilidad de
que en las comunidades sigan sembrando maíces nativos, baluarte de la
persistencia indígena; por eso la demanda de que se apoye la siembra de
maíces nativos con técnicas tradicionales y agroecológicas sin medidas
de control como el establecimiento de bancos de germoplasma o la
medición de la parcela, o sea con recursos administrados bajo su libre
determinación.
El reclamo de derogar la Ley Monsanto y lo que se le parezca, la ley
de acceso a recursos genéticos antes de que aparezca y las leyes
neoliberales de aguas, minera, energética y sobre hidrocarburos que
afecta a los pueblos indígenas, es sentar bases reales para acabar con
el modelo neoliberal. Que el discurso se convierta en un hecho, lo que
menos quieren es que al final del sexenio se les vuelva a pedir
disculpas, perdón ¿alguien se las ha ofrecido?
En resumen, lo mínimo aceptable es que la base de la reforma a la
constitución en materia indígena sea lo establecido en la Declaración de
las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, allí
está claro, como también se estableció hace años en los Acuerdos de San
Andrés que el ejercicio de la libre determinación es en el marco del
Estado mexicano, que nadie reclame que quieren balcanizar el país como
pretexto para minimizar sus derechos.
*Zapoteco y ex presidente municipal de San Pablo Guelatao, Oaxaca.
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