Carlos Monsiváis
De cuando el cinismo perdió su honesto nombre
I
El 16 de febrero de 2010, Francisco Rojas Gutiérrez, coordinador de la fracción del PRI en la Cámara de Diputados se jactó con alborozo: “Negociamos con el gobierno federal la aprobación del paquete hacendario —que incluyó un aumento al 16 por ciento del IVA y a 30 del ISR— y tapar el supuesto boquete fiscal de 2009 y 2010, a cambio de evitar una alianza del PAN con el PRD y de asegurar condiciones electorales equitativas”. Y añadió: “El PRI empujó la negociación para asegurar que la equidad en las elecciones de julio próximo se pudiera dar y también vimos el interés del país, y coincidimos ambos y así es”. Ante la pregunta de un reportero: “¿No es desleal, sucio, trabajar de esa manera? ¿Poner los intereses políticos sobre las finanzas de un país?”, Rojas Gutiérrez contestó: “No lo veo como usted dice, en el tiempo y en el país hay evidentemente cuestiones que se deben ir resolviendo sobre la marcha y casi todas en paralelo. Porque así es la vida del país, una circunstancia tras otra, un hecho tras otro”. Si éste no es un estadista, el Estado falló en vano.
* * *
El 16 de febrero de 2010 el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, señaló: “Mis responsabilidades como funcionario demandan discreción para preservar la funcionalidad del gobierno y la estabilidad de régimen. Mi estrategia para negociar con el PRI la Ley de Ingresos fue una decisión personal de la cual no le informé previamente al presidente Felipe Calderón. Está en la lógica de un secretario de Estado tomar decisiones porque la lealtad que se le debe pedir a un funcionario es servir al gobierno y al Presidente y nada tiene que tener de todo informado…”
II
Si el oportunismo ha sido una técnica de salvamento, el cinismo ha conformado un gran prontuario de salud mental al alcance de los vencedores ganosos de sentido del humor, y de los sometidos ansiosos de mitigar o exorcizar sus derrotas. Cínico, de acuerdo al diccionario de uso del español de María Moliner, es la persona que comete actos vergonzosos sin ocultarse y sin sentir vergüenza por ellos, y admite estos sinónimos entre otros: cara dura, desfachatado, desvergonzado, fresco, impúdico, inverecundo, poca lucha, sin vergüenza, descarado. (El cómico Jesús Martínez Palillo en su rosario de insultos enderezados contra los priístas usó siempre inverecundo, pocalucha y méndigos).
En materia de ética y moral el cinismo constituye una de las garantías de “salud mental” de los priístas, probablemente la mayor. Uno de los primeros que lo establece con nitidez es el cacique de San Luis Potosí Gonzalo N. Santos con su apotegma: “La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada”. Y en la paremiología o ciencia de los refranes del cinismo priísta se enlistan joyas como la siguiente: “Detrás de cada político honesto hay una mujer mal vestida/ Hasta que le hizo justicia la Revolución/ Honrado, honrado, honrado, no lo es; honrado, honrado, tampoco; honrado puede que sí;/ Vino a gritarme a la oficina que el fraude era inadmisible. Le pregunté: “¿A ti te consta que las balas no te duelen?” Se salió hecho un corderito/ De un jactancioso a un priísta: “Yo nunca he votado por ustedes”. Respuesta: “¿Y cómo lo sabe?” Una variante: Llega un señor a la casilla que le corresponde y le dice al encargado: “Caray, por una razón y otra hace treinta años que no voto en la casilla de mi pueblo. Por fin, por vez primera, voy a poder hacerlo”. Y el encargado le contesta: “Eso cree”… Otra más: el representante del PRI se entrevista con un experto en fraudes que le enseña cómo manejar las bolas del sorteo de una discusión para que le toque la última y ya no haya réplica. El representante, nervioso, lo alega la presencia de cámaras y la posibilidad de ser descubierto. El experto le dice: “Ay licenciado, ¿y así como quieren que las cosas salgan legales?”. Otra: el encargado priísta de recoger las urnas ya selladas para llevarlas al local del partido insiste en la hora en que debe pasar por ellas, si a las ocho o nueve de la noche. Discuten, y entonces el representante del PRI le contesta: “Mire, si tanto le urgen, lléveselas desde la mañana. Yo pongo otra de relleno”. Una postrera: el gobernador viaja con frecuencia a la Ciudad de México y pregunta: “¿Y qué dicen de mí en la entidad?”. Respuesta: “Pues mi gober, dicen que nada más va a México a gastarse el dinero de los contribuyentes, a beber con vinos finos que a usted ni le saben, y a pasarla a toda madre con unas modelos impresionantes”. El gobernador reflexiona: “¿Y nada más eso dicen de mí?”. Contestación: “Nada más, señor”. El poderoso recapitula: “Bueno, pero ponte al alba, y al primero que caches diciendo una mentira me lo arrestas”.
La resistencia al cinismo se desgasta pronto en la medida en que es en sí mismo su crítica más feroz, y por eso, el lenguaje íntimo y casi público de los priístas se translada a la sociedad y el periodismo, y con rapidez deviene ánimo sincero, la verdad inevitable de los que nunca aspiran a la credibilidad. Un ejemplo del anecdotario de Leonardo Rodríguez Alcaine, líder del SUTERM. En 1978, Rodríguez Alcaine va a Tuxtla Gutiérrez, y es recibido en triunfo por la sección sindical. Entonan un himno compuesto en su honor (el mismo que cambiando el nombre y alguna cosa más entonan al llegar todo Visitante Ilustre). Y de improviso el líder de la sección pide silencio, extrae unas llaves de un automóvil de su saco y procede a entregárselo a don Leonardo mientras le declama la gratitud eterna de los chiapanecos. Obvia y fatalmente conmovido, el líder llora, se seca repetidamente los ojos y acepta el micrófono:
Compañeros, compañeros, amigos de la vida. Este acto de ustedes tan precioso, tan maravilloso, me conmueve profundamente. De veras se han aventado ustedes un puntacho de esos que duelen. Pero compañeros, yo no puedo aceptarlo, sería como aprovecharme de su nobleza, sé lo que les costó reunir el dinero. No y mil veces no, compañeros, no lo puedo aceptar... y por eso procedo a darle llaves del auto a mi hija que me ha acompañado.
III
Los pronunciamientos del panista Gómez Mont y del priísta Rojas Gutiérrez son de hecho esquelas del cinismo. No hay humor, no hay juegos de salud mental alguna, no hay la gana de burlarse de su propio comportamiento, así sea en privado y con anécdotas. Se presenta la solemnidad que cree no ser contemplada por nadie o, tal vez, no estar frente a una colectividad memoriosa o con capacidad de acción. Para esta mentalidad política, démosle este nombre, el cinismo ha sido una concesión a las masas o a esa distracción que es el sentido del humor. El cinismo desaparece cuando la impunidad es absoluta.
Escritor
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