7/31/2011

Los militares y los símbolos


Sara Sefchovich



Como todos los ejércitos del mundo, el mexicano es cerrado y secreto ante los ojos de fuera. Sin embargo, recientemente se están haciendo esfuerzos desde la sociedad por quitarle esa forma de funcionar, pues nuestro país se las da de buscar la transparencia. Un ejemplo de ello, es la determinación de la Suprema Corte de que cuando militares violen garantías fundamentales deberán ser juzgados en tribunales civiles.

Eso no le ha gustado al Ejército, a pesar de lo cual ha tenido que ceder, acosado por las acusaciones de violación de derechos humanos y por las nuevas formas jurídicas de proceder. De allí que los propios militares decidieran abrirse y permitir la entrada de la prensa a un Consejo de Guerra, que tuvo lugar en el Campo Militar Número Uno en días pasados.

El caso a juzgar era el de un cabo de 29 años, de nombre Juan Eulogio, apostado en la base de Santa Gertrudis en Chihuahua, y que según algunas fuentes era el encargado de la tortillería en la tienda de la Sedena y según otras, hacía trabajo de oficina. Estaba acusado de poseer y trasladar un arma de uso exclusivo del Ejército (¿qué no acaso él pertenece al Ejército?) y mucho parque.

Él dice que obedecía órdenes de su superior (¿no hablamos de una institución en la que se debe obedecer sin preguntar ni repelar?) y que no sabía lo que estaba transportando. Los policías militares que lo detuvieron cuando llegó con el cargamento a Los Mochis, parecieron avalar esta versión, a lo que se suma el hecho de que el dicho jefe se dio de baja y desapareció del mapa desde que salió a la luz este asunto.

Pero lo que me importa aquí es analizar el significado de esta apertura al escrutinio público.

Es obvio que quienes la decidieron se proponían atajar las críticas e impresionar favorablemente a cierta opinión pública ilustrada y politizada. Como diría María Luisa Sierra Moncayo, una estrategia para hablarle, “no al desviado, sino al razonable, no a los otros, sino a los mismos”.

Pero, por la manera como lo hicieron, consiguieron otra cosa: que todo se viera como montaje de un espectáculo poco creíble y, peor aún, que se convirtiera en símbolo del maltrato a que sometemos a los jóvenes pobres en este país.

“¿Quiénes son los excluidos?, pregunta Sierra, ¿quiénes integran esos mundos que permanecen al margen de un pretendido continuo social?”.

Bueno, resulta que la legitimación deseada se hizo a costa de un muchacho pobre, uno de esos millones sin nombre ni voz ni lugar en la vida social. A él lo humillaron, lo degradaron (¿degradar de cabo a soldado raso?) y lo castigaron.

Como afirma el sociólogo español Fermín Bouza Álvarez, el asunto se convirtió en simbólico: “Los procesos de la vida social son actos sígnicos, en los que frecuentemente, los signos se interpretan desde códigos complejos de índole metalingüística. Cada una de las acciones se vincula a otras hasta formar una vasta red de significados con las valoraciones que de ellos hacemos”.

Y sí, al descargar sobre el muchacho la furia de un establishment y de una jerarquía amenazadas por las críticas, lo que se hizo fue mandar una señal: “Una parte importante de la vida social —dice el sociólogo citado— se estructura desde señales para la acción especialmente insistentes: la conexión de valores profundos con símbolos. Allí se representan las ideas complejas, los valores ocultos, que definen las normas y acciones de los sujetos actores”.

En este caso lo que se consiguió fue decirle a todos los jóvenes pobres y marginales, que ese mundo de las instituciones no los va a respetar, que los va a castigar, que los convertirá en chivos expiatorios, que los va a humillar. Esto se le dijo a todos los Juanes Eulogios de México.

Lo que queda es preguntarse: ¿Cómo compaginar este tipo de acciones con el discurso oficial que dice una y otra vez que el gobierno está buscando apoyar a los jóvenes, cuando en la realidad lo que hacen es demostrarles cada vez que pueden lo poco que valen para la sociedad?
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM

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