Gabriela Warkentin
Cuando Javier Sicilia le plantó tronado beso a Manlio Fabio Beltrones, a más de uno se le cayó… la narrativa.
Habían sido muchas horas de un diálogo complejo, ahí en el alcázar del Castillo de Chapultepec. Por momentos tenso, de pronto más técnico, sin duda emotivo. Se escucharon reclamos duros; hubo llanto, ese que sale de las entrañas reventadas. Amplia la agenda de propuestas. Los legisladores presentes —incómodos se veían, por momentos, ante esa ciudadanía dolida— se atoraron un poco en el “yo sí pido perdón, yo sí pido perdón”. Y luego una retahíla de más síes, “sí nos comprometemos, sí nos comprometemos”. No es cosa menor. Tendrán que entrar la revisión de tiempos, los ajustes de agenda, pero sería muy cínico de nuestra parte —y en estas épocas es fácil ser cínico— no reconocer que algo ahí se movió. El cierre fue casi apoteósico. Se me ha criticado el abrazo al Presidente, el beso en la mano a la procuradora, dijo Sicilia, “ustedes son un chingo, pero les doy un abrazo, un beso en la mano, a todos ustedes”. Y ¡rájales! Que no se queda sólo en palabra, sino que el poeta toma en sus manos el rostro del mismísimo Beltrones, y lo despide con tremendo beso en la mejilla.
Las reacciones, como era de esperarse, han sido diversas, algunas por demás virulentas. En varios medios de comunicación se acusó a Sicilia de estar montando un show; las primeras planas de muchos periódicos traían esa foto como principal, en encuadres contradictorios. En redes sociales se desataron todo tipo de discusiones: hubo quienes acusaron a Sicilia de alta traición; otros sólo pudieron recurrir al muy manido símil de la mafia (“dos capos que se besan”); otros más con la sorpresa manifiesta de no entender por qué desvirtuar todo un proceso plantándole un ósculo al “impresentable”. Pero también se escucharon las voces que aplaudieron, que reconocieron nuevos símbolos en tiempos convulsos, que se conmovieron ante los gestos de conciliación, que se preguntaron si las cosas ya podrían ser de otra manera. Y sí, también hubo a quienes ni les vino ni les fue, que de todo hay en la viña de los señores (y señoras).
Mucho habremos de reconocerle al movimiento que encabeza Javier Sicilia para los tiempos que corren en nuestro país. Porque es cierto, han sabido colocar demandas, dar voz a reclamos, ofrecer propuestas… desde un equipo cada vez más nutrido con lúcidas mentes de activistas de largo cuño, especialistas concentrados y juventudes implicadas. Pero eso en sí mismo no es la novedad. Me parece que lo más importante es que en el movimiento de Sicilia estamos descubriendo que hay otras formas de nombrar la vida, que hay otras maneras de tocar al otro, que hay otras posibilidades del encuentro social. Algo que, en el mejor de los casos, se nos había olvidado. Dijo ese extraordinario hombre que es Julián LeBarón, en su participación, que él anda con poetas, en esto, “porque ellos saben que las palabras valen. Y que un hombre sin palabra es un hombre sin dignidad”.
¿Cómo acomodamos este discurso en nuestras prácticas mediáticas del sound bite y los titulares de declaraciones? ¿Cómo insertar esta retórica en la dinámica no dialogante y distante de nuestra cultura política? ¿Cómo creer en estos gestos desde nuestra realidad desconfiada y nuestro ánimo casi cínico?
El mundo, siglo XXI, con sus problemas de inseguridad, de globales amenazas económicas y financieras, de peligrosos fundamentalismos activos, nos está exigiendo a gritos otro lenguaje: menos reducido, mezquino y cortoplacista. Y es un reto para todos: medios de comunicación, clase política, empresarios, ciudadanos… Podemos estar de acuerdo o no con algunos de los planteamientos del movimiento que encabeza Javier Sicilia. Pero lo que no podemos negar es que nos está descolocando, y en una de esas nos ayuda a construir otra narrativa para una realidad que hace mucho rebasó los códigos existentes. Así que por eso, y por mucho más, qué bueno que nos salió besucón el chamaco.
http://twitter.com/warkentin
Académica de la U Iberoamericana
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