Cuando cambié mi apellido sentí que me quitaba un peso de encima, confesó, en Toronto, Nicolas Cage, cuyo nombre real es Nicolas Kim Coppola, luego de presentar Trespass, cinta en la que participaFoto Reuters
Aunque los niños parecen bien adaptados a las circunstancias, el mayor desea una reconciliación entre sus padres. Junto con un par de compañeros de la escuela urde el plan de irse de pinta y viajar al punto exacto donde entrecruzarán un par de trenes bala, un milagro propicio para pedir un deseo. El hermano se une a la expedición con un trío de amigas.
Tan sencilla anécdota es utilizada por Kore-eda para escenificar viñetas en la que sus personajes se comportan y reaccionan como los niños que son, con toda su inocencia y capacidad de asombro. Lo milagroso es comprobar cómo el cineasta recrea ese estado de gracia sin caer en cursilerías o actitudes condescendientes. Sólo una alegre música totalmente occidental (hasta de inflexiones country) parece fuera de lugar, aunque quizá sea una estrategia de mercado.
Volviendo a los temas oscuros, el alemán Werner Herzog ha versado su nuevo documental Into the Abyss (Dentro del abismo) en la pena de muerte, según se aplica con frecuencia en el estado de Texas. Claro, el realizador se declara en su contra y para eso describe el caso de una mujer y un par de jóvenes que fueron asesinados a sangre fría hace 10 años, con el único fin de apoderarse de su coche. Uno de los dos acusados fue condenado a la pena de muerte –y ejecutado en julio de 2010– el otro a un encarcelamiento de 50 años. Herzog entrevista a todos los implicados en el caso, con particular atención a los presuntos culpables.
Si bien el tema es novedoso en la obra de Herzog, cabe recordar que desde Stroszek (1977) ha manifestado una especial curiosidad por las excentricidades de la mentalidad estadunidense. Pero, por otro lado, su tratamiento se ha vuelto cada vez más convencional. Formalmente, Into the Abyss no se diferencia mucho de los programas televisivos de crímenes verdaderos que abundan en la televisión gringa. Básicamente el documental es una sucesión de cabezas parlantes, entrevistadas por el propio Herzog, a veces con su raro sentido del humor. Lo único particular de la investigación son las ramificaciones de muertes violentas y desgracias en las respectivas familias de víctimas y victimarios, dato que seguramente influyó en la decisión del cineasta para escoger el caso.
Inesperadamente, el testimonio más conmovedor proviene de un oficial que, tras años de supervisar el proceso de ejecución en Huntsville, no pudo más con el peso de presenciar tantas muertes y renunció, arriesgando a perder su pensión. Pero el sonido dominante es el de Werner Herzog durmiendo sobre sus laureles.
Ya se han exhibido al público las dos películas mexicanas en Toronto, Miss Bala, de Gerardo Naranjo, y Los últimos cristeros, de Matías Meyer. Más sobre el tema en mi próximo artículo.
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