Porfirio Muñoz Ledo
El partido Movimiento Ciudadano, antes Convergencia, organizó un debate sobre la Constitución de la capital al que me invitó como ponente principal. El título- Ciudad libre-es elocuente. Hice un somero recorrido por las modalidades de sumisión que han sufrido los ciudadanos y los avances que hemos logrado en el decenio y medio transcurrido desde que recuperamos el derecho de elegir a nuestros gobernantes.
Subrayé que toda gran metrópoli, sobre todo cuando es capital, se caracteriza por una dualidad entre el peso que ejercen sobre la sociedad los poderes políticos, económicos y religiosos y el talante cosmopolita y a menudo libertario de sus habitantes. Son a un tiempo espacios de conquista y dominación y focos de levantamientos y revoluciones. La gran Tenochtitlan fue sede del gobierno más extenso y poderoso de Mesoamérica en que los habitantes estaban a merced de los dioses.
La capital de la Nueva España fue a su vez la ciudad colonial más suntuosa del continente que albergó las potestades virreinales implantadas por la metrópoli. Apenas quedó un resguardo democrático en los ayuntamientos establecidos originalmente por los conquistadores y multiplicados al final de la dominación, merced a la Constitución de Cádiz.
De ahí la relevancia histórica del movimiento iniciado por el síndico del Ayuntamiento de México, Francisco Primo de Verdad, que reclama la devolución de la soberanía a las comunidades municipales. Semilla ideológica de la independencia que luego germina en la conspiración de Querétaro, estalla en el grito de Dolores y se consagra en la Constitución de Apatzingán.
Desde la creación del Distrito Federal en 1824 se sucedieron cerca de dos decenas de formas de organización política en la capital bajo la tutela del poder nacional, pero en todas se habían preservado los cabildos. Fue hasta 1928, cuando la malograda reelección del caudillo militar Álvaro Obregón suprimió la vida municipal y con ella todo vestigio de sistema representativo.
Pasado mañana celebraremos el 26 aniversario del terremoto que cambió la historia de esta ciudad. La parálisis de la autoridad pública y la emergencia de una sociedad responsable y vigorosa en la hazaña del rescate significaron la apropiación del espacio urbano por la ciudadanía. A partir de entonces la capital ha sido el escenario de la protesta y de la resistencia a la opresión.
La victoria electoral de 1988 que nos llevó al Senado a Ifigenia Martínez y a mí, fue el proemio de una serie de negociaciones con el Gobierno que culminaron con la reforma pactadaen 1996. Conquistamos el derecho a elegir a nuestros gobernantes pero acuerdos relativos a la autonomía financiera, la independencia política y plena democratización de la capital no fueron respetados. Se ha mantenido la negativa a equiparar la capital con los demás Estados de la República.
La tozuda resistencia a erigir una Ciudad- Estado mediante el goce irrestricto del derecho a la autodeterminación de sus habitantes. Desde la alternancia del año 2000 exigimos, como parte esencial de la reforma del Estado, una Constitución para el Distrito Federal, con un régimen competencial semejante al de las otras entidades federativas y la restitución de los cabildos a esta ciudad.
Existe un último proyecto de reforma al artículo 122 de la Constitución Federal en ese sentido, votado en la Asamblea Legislativa y enviado al Senado de la República. La principal oposición nacional al proyecto proviene del PRI, mientras el PAN se conduce con negligencia. No hay lugar a engaños: el otrora partido oficial ha echado a caminar una estrategia restauradora del antiguo régimen que conlleva, bajocualquier disfraz, el vasallaje político de la capital.
Resulta del más alto interés para los ciudadanos que el tiempo electoral adquiera la envergadura de un proceso constitucional y los comicios sean un plebiscito por la plena autonomía de la capital. Los partidos y movimientos de izquierda no tienen derecho a equivocarse. Es menester apresurar los tiempos, proscribir el dispendio inútil y elevar el nivel cívico de la contienda.
En ello nos va la sobrevivencia.
El partido Movimiento Ciudadano, antes Convergencia, organizó un debate sobre la Constitución de la capital al que me invitó como ponente principal. El título- Ciudad libre-es elocuente. Hice un somero recorrido por las modalidades de sumisión que han sufrido los ciudadanos y los avances que hemos logrado en el decenio y medio transcurrido desde que recuperamos el derecho de elegir a nuestros gobernantes.
Subrayé que toda gran metrópoli, sobre todo cuando es capital, se caracteriza por una dualidad entre el peso que ejercen sobre la sociedad los poderes políticos, económicos y religiosos y el talante cosmopolita y a menudo libertario de sus habitantes. Son a un tiempo espacios de conquista y dominación y focos de levantamientos y revoluciones. La gran Tenochtitlan fue sede del gobierno más extenso y poderoso de Mesoamérica en que los habitantes estaban a merced de los dioses.
La capital de la Nueva España fue a su vez la ciudad colonial más suntuosa del continente que albergó las potestades virreinales implantadas por la metrópoli. Apenas quedó un resguardo democrático en los ayuntamientos establecidos originalmente por los conquistadores y multiplicados al final de la dominación, merced a la Constitución de Cádiz.
De ahí la relevancia histórica del movimiento iniciado por el síndico del Ayuntamiento de México, Francisco Primo de Verdad, que reclama la devolución de la soberanía a las comunidades municipales. Semilla ideológica de la independencia que luego germina en la conspiración de Querétaro, estalla en el grito de Dolores y se consagra en la Constitución de Apatzingán.
Desde la creación del Distrito Federal en 1824 se sucedieron cerca de dos decenas de formas de organización política en la capital bajo la tutela del poder nacional, pero en todas se habían preservado los cabildos. Fue hasta 1928, cuando la malograda reelección del caudillo militar Álvaro Obregón suprimió la vida municipal y con ella todo vestigio de sistema representativo.
Pasado mañana celebraremos el 26 aniversario del terremoto que cambió la historia de esta ciudad. La parálisis de la autoridad pública y la emergencia de una sociedad responsable y vigorosa en la hazaña del rescate significaron la apropiación del espacio urbano por la ciudadanía. A partir de entonces la capital ha sido el escenario de la protesta y de la resistencia a la opresión.
La victoria electoral de 1988 que nos llevó al Senado a Ifigenia Martínez y a mí, fue el proemio de una serie de negociaciones con el Gobierno que culminaron con la reforma pactadaen 1996. Conquistamos el derecho a elegir a nuestros gobernantes pero acuerdos relativos a la autonomía financiera, la independencia política y plena democratización de la capital no fueron respetados. Se ha mantenido la negativa a equiparar la capital con los demás Estados de la República.
La tozuda resistencia a erigir una Ciudad- Estado mediante el goce irrestricto del derecho a la autodeterminación de sus habitantes. Desde la alternancia del año 2000 exigimos, como parte esencial de la reforma del Estado, una Constitución para el Distrito Federal, con un régimen competencial semejante al de las otras entidades federativas y la restitución de los cabildos a esta ciudad.
Existe un último proyecto de reforma al artículo 122 de la Constitución Federal en ese sentido, votado en la Asamblea Legislativa y enviado al Senado de la República. La principal oposición nacional al proyecto proviene del PRI, mientras el PAN se conduce con negligencia. No hay lugar a engaños: el otrora partido oficial ha echado a caminar una estrategia restauradora del antiguo régimen que conlleva, bajocualquier disfraz, el vasallaje político de la capital.
Resulta del más alto interés para los ciudadanos que el tiempo electoral adquiera la envergadura de un proceso constitucional y los comicios sean un plebiscito por la plena autonomía de la capital. Los partidos y movimientos de izquierda no tienen derecho a equivocarse. Es menester apresurar los tiempos, proscribir el dispendio inútil y elevar el nivel cívico de la contienda.
En ello nos va la sobrevivencia.
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