Foto: Brenda Ayala
Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista, con Maestrí en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
La autora, además de contar una breve historia
de violencia de género difundida por un periódico sensacionalista,
relata su experiencia personal sobre cómo el feminismo le ha dado las
herramientas necesarias para detectar la violencia a tiempo, porque la
culpa es una argucia patriarcal.
Realizado el monitoreo que hago a diario a distintos medios de comunicación masiva, encontré una página llamada La Policiaca,
cuyo slogan es "La Nota Roja de México", y debo confesar que no
encontré nada fuera de lo común con relación a los contenidos, es
decir, la representación de las mujeres es sexista, misógina, pero lo
que sí llamó mi atención fueron los comentarios de los lectores (sí, en
masculino porque son hombres quienes en la mayoría de las veces emiten
su opinión sobre la nota en cuestión), por ejemplo, sobre un texto que
relataba el feminicidio de Flor Esthela Reyes a manos de su ex marido,
Neftalí Martínez Garza, cinco lectores afirmaron que ella merecía ser
asesinada por "andar de golfa" y de "calenturienta", lo cual deja en
evidencia que la violencia de género contra las mujeres es considerada
como un ejercicio legítimo, para castigar a todas aquellas que a los
ojos del poder patriarcal nos atrevemos a dejar de ser "buenas".
Pero, además de la legitimidad, pareciera que ser víctima de
violencia de género tiene todo un proceso de meritocracia misógina, es
decir, no importa cuál sea la razón, para el patriarcado, las mujeres y
las niñas siempre seremos merecedoras de un castigo, de un escarmiento,
o, en todo caso, somos "culpables" porque con nuestra ropa, nuestros
gestos y comportamiento "provocamos" a los hombres, despertamos sus
"instintos violentos y sexuales".
Como ya lo he escrito en repetidas veces, la ética feminista me ha
enseñado a buscar en mi propia experiencia hallazgos de lo que la
teoría feminista sostiene y para seguir con esta acción de revisión e
introspección, me doy cuenta de que he sido responsabilizada de la
violencia contra mí, sólo que reconozco, al mismo tiempo, que el
feminismo me ha dado herramientas para ser mucho más perspicaz y
asertiva. He aquí por qué lo afirmo.
Gracias a la sororidad de dos amigas y queridas maestras feministas
conseguí un trabajo free lance, justamente para desarrollar marcos
teóricos con perspectiva de género. Una vez que terminé lo solicitado,
el individuo que me contrató me citó para pagarme. Como él no había
comido, me pidió ir a algún restaurante y así platicar con mayor
libertad sobre un proyecto en el que me incluiría; lo irónico del caso
es que se trataba de trabajar con mujeres víctimas de violencia de
género. Después de platicar por dos horas, estaba muy entusiasmada,
pero era tarde, así que debía irme ya. Él se ofreció a llevarme a
alguna estación del metro y acepté, no había nada qué temer, era un
conocido de personas confiables para mí, profesor y estaba "convencido"
sobre la igualdad entre mujeres y hombres. Circulábamos por el centro
de la ciudad, de repente, recibió una llamada y la atendió, por lo que
pasó de largo la entrada de la estación donde yo bajaría; ahora pienso
si en verdad eso fue tan sólo un descuido o fue completamente un acto
calculado. Tras decirle que necesitaba bajar para retomar mi ruta, se
ofreció a llevarme hasta mi destino, de nuevo, acepté. Nada por qué
sentirme angustiada, al contrario, podríamos seguir platicando sobre el
citado proyecto.
Finalmente, estaba afuera de casa, era momento de despedirme, estaba
cansada, era casi media noche. Me acerqué para despedirme, él me abrazó
y me dio un beso en la mejilla, nada raro ni incómodo hasta que llegó
el segundo y el tercer beso; me tomó fuertemente y me costó trabajo
zafarme, sentí temor, intranquilidad, aunque estaba al pendiente de que
no me manoseara o hiciera algo peor, y es que esa cercanía tan
asquerosa e injusta me recordó cuando en 2010 renuncié a mi puesto como
profesora de una preparatoria ubicada en el Estado de México: el dueño
se las "ingenió" para que yo volviera por mi finiquito a su oficina a
la hora de la comida, cuando no había nadie, para intentar besarme y
tocarme los senos; la huella de la violencia es triste e
indignantemente toda una experiencia pedagógica de supervivencia para
las mujeres.
Tomé fuerza y lo aparté, mostré mi incomodidad, pero descendí
rápidamente de su carro, sólo quería salir; mientras eso sucedía, otra
vez sus atrevimientos patriarcales hicieron presencia: jaló mi mano y
la besó y me agradeció por mi "luminosa y hermosa compañía". Retiré mi
mano, hice ver que no me sentía cómoda con su actitud, cerré la puerta
y salí corriendo. Continuó el acoso, ya que casi a la una de la mañana
me mandó un mensaje por celular donde, de nuevo, me agradecía mi
"luminosa y hermosa presencia"; me enojé aun más, este tipo no conocía
el significado del NO, de los límites, del respeto. El fin de semana me
llamó para confirmar nuestra siguiente cita, pero no le contesté, el
asco y el enojo no me lo permitieron. Tuve que salir de viaje a la
sierra de Puebla, donde no había señal de celular, así que debía buscar
algún medio para de inmediato dejarle claro que no deseaba estar cerca
de él bajo ningún tipo de relación. Expuse en un correo electrónico
todos mis puntos, mis incomodidades, mi negativa a trabajar con él o de
ser su amiga y sobre todo, evidenciar su falta de coherencia, su
machismo y su ignorancia sobre lo que es la violencia de género contra
las mujeres. Esperaba su respuesta, la típica de un hombre que cree que
tiene el derecho legítimo de ser violento: resultó que yo tenía la
culpa de todo porque había permitido que a "altas horas de la noche" me
llevara a casa; tuvo la audacia de afirmar que él trabajaba y viajaba
con mujeres brillantes y maduras (no como yo), y que jamás había tenido
problema alguno con ellas, sólo conmigo, que soy una "desviada", una
"loca" que se imagina cosas donde no hay nada.
Sinceramente, no me enfrasqué en discusiones, sólo me quedé con
varias ideas: ¿será que estas mujeres con las que él trabaja poseen los
recursos suficientes para identificar el acoso y la violencia
patriarcal disfrazada de caballerosidad? Por otro lado, de seguro no es
la primera vez que hace este tipo de cosas y más allá, este es un tipo
particularmente peligroso, porque va por la vida pregonando un discurso
de respeto y equidad que ni él mismo se cree pero con el que impresiona
a otras personas, sobre todo a mujeres vulnerables. Lo cierto es que
gracias a la ética feminista pude rechazar una situación peligrosa y
dolorosa, lo que me causa gran satisfacción y esperanza.
Por todo lo anterior, qué importante es que todas las personas
deconstruyamos la inferioridad femenina y la misoginia, debido a que,
por el camino por el que vamos, las mujeres nunca dejaremos de ser
culpables de la violencia contra nosotras ante los ministerios
públicos, en el discurso de los medios de comunicación masiva, ni en el
de nuestras familias, amistades, ni en la mente del agresor, incluso en
la de nosotras mismas; cuántas veces nos responsabilizamos y pensamos
"no debí ponerme esa falda"; "no debí de haber subido a ese carro"; "es
inmoral andar tan tarde por la calle"; "no está bien ser tan amable y
abierta", "la culpa es mía porque provoqué que se enojara". Nada más
que argucias patriarcales, ninguna víctima es culpable, se trata de la
naturalización de la dominación masculina, del acceso y apropiación
inequitativos del poder. Bueno, y dicho sea de paso, el acoso sexual es
violencia psicológica y sexual, y un delito, la violación al derecho
humano de las mujeres a una vida libre de violencia. PUNTO.
Contra la violencia y la impunidad, apoyo
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