Editorial La Jornada
En el contexto
de su última homilía pública como obispo de Roma y a pocos días de que
anunció su renuncia por motivos de edad y de salud, Benedicto XVI
denunció las
divisionesy la
hipocresía religiosaque afectan a la Iglesia católica –institución que, según su propio dicho,
está a veces desfigurada–, y llamó a superar
el individualismo y las rivalidadespresentes en su seno.
Por añadidura, las expresiones del pontífice ponen en entredicho su afirmación de que las causas principales y únicas de su renuncia son su edad y el deterioro en su salud, y obligan a recordar que la gestión de Benedicto XVI se caracterizó por una exasperante falta de capacidad para enfrentar las múltiples problemáticas y escándalos que afectan a la Iglesia católica –particularmente el encubrimiento de sacerdotes pederastas y los múltiples señalamientos por corrupción y vínculos mafiosos dentro del Vaticano–, que se gestaron y acumularon durante pontificados anteriores al de Joseph Ratzinger, y que se agravaron y desbordaron durante el actual. Sería injusto, pues, atribuir a Ratzinger la responsabilidad única por una descomposición larvada y acumulada durante episodios como el encubrimiento de los crímenes del pederasta Marcial Maciel –decidido por Juan Pablo II en tiempos en que Ratzinger encabezaba la congregación para la Doctrina de la Fe–, como la quiebra del Banco Ambrosiano en 1982, a raíz de un escándalo político-financiero en el que estuvo involucrado el arzobispo Paul Marcinkus, entonces director del Banco Vaticano, o como la documentada participación de esta última institución financiera en operaciones de lavado de la mafia italiana, con la que estableció vínculos desde finales de la década de los años 60.
Cabe
señalar, por último, que la crisis inocultable que atraviesa la
jerarquía romana trasciende con mucho el ámbito de los feligreses
católicos y de las filiaciones religiosas en general, en la medida en
que el Vaticano sigue ostentando un poder de facto innegable
en el panorama internacional contemporáneo que le permite, cuando
menos, ejercer facultades de veto a medidas y acciones del poder
secular. Ejemplo es la irresponsabilidad institucional de la Iglesia
católica que, con sus posturas moralinas, ha saboteado en forma
sistemática los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos en muchos países
para hacer frente a la epidemia de sida por medio de la distribución de
condones y con campañas para promover su uso. En suma, los juegos de
poder que se desarrollan en los pasillos vaticanos no sólo afectan el
ámbito de la conducción pastoral y apostólica de la institución
religiosa más antigua de Occidente; sino trastocan también uno de los
centros de poder político más influyentes y de mayor incidencia en la
vida de millones de personas en el planeta.
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