La Muestra
Carlos Bonfil
Luego de un largo silencio de una década el realizador italiano Ettore Scola (Nos amábamos tanto, Un día especial), propone en Qué extraño llamarse Federico,
un tributo a su amigo y colega Federico Fellini a 20 años de su
desaparición, a través de una remembranza que navega entre la ficción y
el documental.
Es poca en realidad la información novedosa que brinda
Scola al cinéfilo seguidor de la obra del autor de La dulce vida,
y muy aventurada su mescolanza de formatos y su caprichosa transición
del blanco y negro a la fotografía en colores. Lo que podría objetarse
es que en el intento de hacer una película a la manera de Fellini, el
director de La noche de Varennes sólo pone en evidencia la
imposibilidad de restituir el universo del prestidigitador fílmico de
Rímini, de no ser a través de la parodia, una empresa por lo demás
riesgosa.
Dejando de lado ese propósito fallido de antemano, lo que queda es
una evocación emotiva de la amistad entre los dos colegas y la
recreación de la bohemia artística de los primeros años compartidos
como caricaturistas en el diario humorístico Marco Aurelio.
Esta primera parte, un tanto reiterativa, pero interesante como crónica
novedosa, ocupa la mitad de la cinta.
Viene luego, en el desván de los
recuerdos de la segunda posguerra, algunas instantáneas del método de
trabajo del primer Fellini, sus incursiones en el oficio de guionista (Roma, ciudad abierta, de
Rossellini), y aquellos trazos suyos apenas conocidos como el dibujante
satírico que ya plasmaba en el papel la galería de personajes
estrafalarios que luego poblarían sus cintas. Paralelamente, Scola
alude a su propio trabajo de guionista (Il sorpasso, de Dino
Risi), y a su debut en la dirección fílmica, con lo que se señalan las
diferencias estilísticas de los dos cineastas, quienes pese a ello
mantuvieron una complicidad artística durante largas décadas.
No
siempre funciona de modo convincente el empeño de recrear en clave
referencial, y con personajes siempre aproximativos, algunas célebres
escenas de Ocho y medio o Amarcord. Lo que sí
captura el interés es el revelador material de archivo, las entrevistas
con Giuletta Massina o las declaraciones de Alberto Sordi, Vittorio
Gasman y Ugo Tognazzi. Estos últimos evocan de modo divertido lo que
fue el casting infructuoso de cada uno para ese papel de Casanova que
finalmente Fellini ofreció al actor Donald Sutherland, con mayor
ambigüedad y complejidad histriónica para el personaje.
Fellini huyendo
fantasiosamente de las solemnes ceremonias de su propio funeral de tres
días es el pretexto para un nostálgico recorrido por las escenas más
emblemáticas de su obra. Un cálido saludo de un cineasta octogenario a
ese maestro indiscutible que, pese a los homenajes, se muestra siempre
rejuvenecido. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y
18:30.
Twitter: @CarlosBonfil1
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