Carlos Bonfil
La
controvertida figura del cineasta y director escénico alemán Werner
Schroeter (1945-2010) es conocida por el público cinéfilo en México,
país con el que mantuvo una estrecha relación artística y afectiva. A
mediados de los años 70 se presentaron en el Auditorio Jaime Torres
Bodet del Museo Nacional de Antropología una selección de sus primeros
largometrajes, al mismo tiempo que los trabajos más relevantes de sus
contemporáneos Werner Herzog, Wim Wenders y Rainer Werner Fassbinder.
La acogida fue entusiasta. Aunque posteriormente la Cineteca Nacional y
el Instituto Goethe programarían regularmente las cintas de los tres
últimos cineastas, el trabajo de Schroeter tuvo exhibiciones muy
esporádicas, creándose en torno suyo un aura de misterio que afianzaba
la reputación de ser un cineasta iconoclasta e incómodo.
Figura marginal dentro del nuevo cine alemán de los años 70,
Schroeter fascinaba e irritaba por igual a quienes intentaban descifrar
sus exploraciones estéticas fuertemente estilizadas. En una época en
que el realismo y el compromiso político eran materia casi obligada en
buena parte de la cinematografía occidental, los jóvenes cineastas
germanos apostaban por un subjetivismo y una búsqueda formal teñidos de
romanticismo. Schroeter llevó esa búsqueda a los extremos más
intransigentes. En su cine se combinaron el culto a las divas
operáticas (María Callas en primer término) y la novedosa yuxtaposición
de arias célebres de Tosca o La Traviata con baladas populares o música de Elvis Presley.
Rupturas narrativas, imágenes disociadas, desincronización de voces y sonidos, todo un collage de elementos kitsch retadoramente
reivindicados que muy pronto se volverán íconos de una cultura de la
transgresión ligada a la expresión artística de las minorías sexuales.
Imposible desatender la influencia en Schroeter de los cineastas
estadunidenses Kenneth Anger (Fireworks, 1947; Scorpio rising, 1964) y Gregory Markopoulos (Psyche, 1947; Twice a man, 1963), como tampoco la que él mismo ejercería sobre cineastas como Todd Haynes (Poison, 1990) o de modo más tangencial sobre el François Ozon de Gotas de agua sobre piedras ardientes (1999) y Ocho mujeres (2001).
Quienes mejor comprendieron la importancia de su cine fueron sus
coterráneos R.W. Fassbinder y Rosa von Praunheim, artistas cómplices en
una relectura crítica del pasado reciente alemán, la reactivación de
una vanguardia artística y el registro de los nuevos protagonistas
sociales.
La retrospectiva que presenta este mes la Cineteca Nacional retoma
lo esencial de la obra de Schroeter. Un primer periodo con las
formidables Eika Katappa (1969), La muerte de María Malibrán (1972), Los copos de oro (1976) y Willow springs (1978), con la lamentable ausencia de Salomé (1971). Es sin duda la etapa creadora más fértil y emblemática del autor, con su radical desbordamiento escénico, sus intensos collages musicales y el hieratismo de sus figuras femeninas; entre ellas, la más notable, su actriz fetiche Magdalena Montezuma (sic).
Viene
luego un giro significativo en su carrera: narrativas más lineales, una
inesperada crítica política y social, distanciamiento con el
esteticismo y el artificio escénico, y una correspondencia mayor con el
trabajo de sus colegas contemporáneos. En este periodo destacan El reino de Nápoles (1978), Ensayo general (1980) y El día de los idiotas (1981), con la ausencia también lamentable de Palermo o Wolfsburg (1980), una visión muy cáustica de la Alemania industrial a través de la mirada de un trabajador inmigrante italiano.
Otra cinta ausente en el ciclo es el notable poema homoerótico El rey de las rosas
(1986), súbito retorno al esteticismo de los primeros años,
exacerbación de una pasión amorosa asediada por la amenaza de la
muerte, fusión final de eros y tánatos en un ritual de corte operístico
a orillas de la costa portuguesa. Última película estelarizada por
Magdalena Montezuma, quien muere ese mismo año, del mismo padecimiento
que acabaría con la vida del cineasta 24 años después.
Una mención aparte merece El concilio del amor (1982),
sátira irreverente de la fe católica, basada en la obra teatral
homónima del alemán Oskar Panizza (1894), encarcelado un año después
con 93 cargos por blasfemia.
A la retrospectiva la completa un tercer periodo en la obra del
cineasta, abiertamente comprometido con la denuncia de los abusos de
regímenes totalitarios (De la Argentina, 1983-85; La estrella radiante, 1983, filmada en Filipinas, y Para esta noche, 2008, basada en la novela homónima del uruguayo Juan Carlos Onetti). Siguen inéditas en México, Malina (1991), con guión de Elfriede Jelinek, y Deux (2002), estelarizadas por Isabelle Huppert. Un resumen complementario del trabajo final del cineasta lo ofrece el documental Mondo Lux (2011), de Elfi Mikesc, cinta con que cierra la retrospectiva.
Horarios, salas y sinopsis: www.cinetecanacional.net
Twitter: CarlosBonfil1
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