CIMACFoto: César Martínez López
OPINIÓN
Alena Pashnova*
Cimacnoticias | México, DF.-
Nosotros,
los seres humanos, tendemos a acostumbrarnos extremadamente rápido a
ciertas cosas; especialmente si son benéficas para nosotros. Hacen
falta sólo unas semanas, meses, unos pocos años para que empecemos a
tomar por hecho algunas comodidades, libertades o derechos que antes
eran nuevos e impensables.
Muchas de nosotras automáticamente aceptamos la idea de la igualdad de
derechos de mujeres y hombres. Es más, al interiorizarla, compararla
con nuestra identidad, forma de pensar y vivir, y nuestro sentido de
justicia la asumimos como algo completamente natural. Por ejemplo ¿Qué
pensarían si mañana le pidieran a una mujer retirarse de algún
establecimiento por usar pantalón? “Ridículo, absurdo e injusto” –
sería su reacción. Sin embargo, es difícil creer que el uso de pantalón
para mujeres se hizo socialmente aceptable apenas hace 40 años, y que
nuestras mamás y abuelas podrían haber vivido esta realidad sin
cuestionarla de la misma forma.
La fuerza que nos llevó a cuestionar esta y muchas otras situaciones –
pasadas y presentes – fue impulsada por el movimiento feminista.
Fueron ellas quienes lograron una gran revolución, ahorrándonos siglos
de reflexiones y discusiones sobre nuestro valor como personas, nuestro
papel en la historia y sociedad. Gracias a las ideas feministas el
mundo cambió y aprendimos mucho. Ellas dieron los primeros pasos en
cuestión de igualdad de derechos, como la oportunidad de votar,
estudiar, trabajar, y planear nuestra familia. No obstante, a pesar de
que estos primeros derechos básicos todavía no están al alcance de
todas y que hace falta muchos pasos más por recorrer, ahora escuchamos
de manera insistente que el movimiento feminista es sólo cosa de libros
de historia o de radicalismos sin sentido en nuestra actual sociedad
“equitativa”.
Este reciente discurso opositor también es un resultado del cambio que
introdujo el movimiento feminista. Antes era más sencillo limitarnos
públicamente: aprobaban leyes injustas, nos negaban la libertad de
decidir sobre nuestro aspecto, nuestro rol en la sociedad, nuestra
salud, nuestra familia y pasatiempos. Ahora, después de los triunfos
iniciales del feminismo, nadie se atrevería abiertamente a defender la
idea de inferioridad de la mujer, fuera de algunas personas acobijadas
por el anonimato de internet y ciertos líderes de opinión que
incrementan su base de seguidores entre más tajante, unipolar y
simplista sea su discurso. El discurso opositor tuvo que cambiar y
ocultar su verdadero rostro, pero aún mantienen sus intenciones. Ya no
nos dicen que no podemos usar pantalón, pero el uso de falda y/o tacón
sigue siendo el uniforme oficial, obligatorio en casi todas las
instituciones públicas y privadas. Nos permitieron trabajar pero es
comprobado que se nos sigue pagando menos por el mismo trabajo. Nos
permitieron practicar deportes y competir en las Olimpiadas, pero
¿Cuántas veces han escuchado que el deporte femenino no es un deporte
“verdadero”? y ¿Cuándo fue la última vez que han transmitido algún
partido completo de fútbol femenino en un canal estelar?
Queda claro que aún persisten ideas misóginas, menos públicas pero
igual de encriptadas en los discursos políticos, el sistema económico,
los medios y la sociedad. El argumento opositor visible ahora subsiste
en la aparente falta de vigencia y validez del feminismo en nuestra
época, ya que considera que se ha logrado la igualdad jurídica. Sin
embargo, este argumento falla en reconocer tanto el camino legal aún
pendiente, como el verdadero abismo que existe entre el derecho textual
y su aplicación diaria. Falla en reconocer la violencia y desigualdad
en el contexto sociocultural donde se implementa.
Poco a poco los medios han impulsado este argumento erróneo de igualdad
de facto y han logrado desacreditar la continuidad y el mismo término
de feminismo, al llevarlo a la burla o radicalizarlo.
Ahora no es raro escuchar mujeres jóvenes que defienden sus derechos
pero sienten la necesidad de declarar que no son feministas. Otras
mujeres abiertamente dicen odiar el feminismo porque piensan que
amenaza su estilo de vida, sin considerar que un mayor número de
opciones de cómo desarrollar su vida no significa que deban tomarlas de
manera obligatoria.
Ante esta disociación de las mujeres con el feminismo, es evidente que
el movimiento necesita revitalizarse, retomar su discurso integrador,
reposicionar su imagen en la discusión pública y encontrar nuevas
formas y medios de transmitirse. ¿Cómo podríamos lograrlo? Es una
pregunta muy difícil y quisiera tener la oportunidad de involucrar a
muchas mentes para cohesionar las ideas feministas ante el discurso
opositor y los retos cambiantes.
He aquí algunos puntos que me parecen muy importantes para iniciar el proceso de renovación:
• Las mujeres necesitamos ser solidarias.
Tenemos que recordar que el feminismo es para todas y dejar de creer la
mentira de que el feminismo es sólo para algunas. El movimiento de las
mujeres es una bandera bajo la cual podemos unirnos para luchar por una
verdadera igualdad. En contraste con el sistema machista actual, el
cual excluye y segrega, aprendamos a integrar a todas y todos quienes
consideran nuestra lucha justa. Sabemos que la desigualdad no sólo
causa daño a nosotras, sino a toda la sociedad.
• Las mujeres necesitamos dejar de competir.
Hay que cambiar el discurso del sistema político e ideológico actual,
que nos empuja a competir superficialmente por la atención de los
hombres como el único reconocimiento posible, y que nos empuja a
competir por los pocos lugares disponibles para mujeres capaces en el
mundo laboral. Aprendamos a entender que el éxito de nuestra amiga,
vecina, compatriota, y cualquier mujer en el mundo es el nuestro
también y que juntas podemos lograr mucho más que compitiendo una
contra otra. ¿Para qué competir por las pocas oportunidades de
reconocimiento a las que nos han limitado en lugar de cooperar para
otorgarnos mayores espacios de reconocimiento?
• Tenemos que ser políticamente activas.
Debemos dejar de pensar que las cosas se mejoran por sí mismas. Tenemos
que ser activistas y no sólo denunciar los mensajes encriptados, sino
lograr cambiar los actos injustos. Esto significa que tenemos que
hablar sobre lo que creemos con las personas que conocemos en todo
momento, recordando que no necesitamos un lenguaje antagónico, sino
solidario. Hay que enseñar nuestro mensaje a las niñas, niños y
adolecentes, quienes son nuestro futuro. Tenemos que formar partidos
políticos, y organizaciones civiles. Tenemos que lograr cambios en la
ideología en nuestras familias, empleos, sociedades y países. Es
necesario convertirnos en una fuerza que tiene el poder del cambio.
• Debemos encontrar medios modernos y precisos para difundir nuestro mensaje
Necesitamos ejercer presión para que las ideas de igualdad tengan más
difusión y la representación de las mujeres sea no sólo más equitativa,
sino certera. Debido a que en la mayoría de los países del mundo los
medios de comunicación pertenecen a los hombres, la mínima
representación de las mujeres es ideada y escrita por cómo los hombres
creen que debemos ser. Las mujeres merecemos más que ser reducidas a
objetos sexuales o musas de los hombres.
Es vital ser mostradas como somos: personas dignas y capaces de
desarrollarnos de distintas formas, con aspiraciones y potencialidades
más allá de los marcos en los que nos limitan actualmente. Para
lograrlo, debemos desarrollar medios modernos y alternativos, como el
periodismo con visión de género. Hay que luchar por hacer sonar nuestra
voz en los medios, creando y protagonizando su contenido.
Seguramente hay muchas ideas más que debemos explorar en conjunto para
nutrir esta revitalización. Compartan sus ideas en los foros digitales
y reales en su entorno inmediato. Hemos visto que a pesar de
acostumbramos muy fácil a lo bueno, lo importante es no permitir que el
reconocimiento de los logros iniciales se conviertan en apatía y
complacencia a futuro.
* Periodista rusa residente en México.
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