Gerardo Esquivel
Un fantasma recorre la administración del presidente Peña Nieto: el fantasma de la parálisis. Hay una sensación generalizada de que las cosas en el país no avanzan como debieran. Lo describió muy bien Luis F. Aguilar en su editorial de la semana pasada: los mexicanos parecemos estar en una sala de espera de aeropuerto sin saber si el vuelo saldrá pronto, si se retrasará la salida aún más o si de plano se cancelará el vuelo. Este gobierno, obsesionado con el movimiento, ha empezado a darse cuenta de que moverse es más fácil decirlo que hacerlo.
Hay evidentemente un problema legislativo con varias leyes secundarias atoradas en diversas etapas en el Congreso. Sin embargo, también hay un claro problema de gestión de parte del Ejecutivo. En última instancia, esto es responsabilidad directa del Presidente. Sin embargo, el origen de esta situación al parecer tiene que ver ya sea con los miembros o con la estructura del gabinete que eligió el Presidente para gobernar.
Desde el inicio de su administración el Presidente dejó muy claro el diseño de su gabinete: tendría dos súper-secretarios, Luis Videgaray y Miguel Angel Osorio Chong, que serían responsables de la parte económica y la parte política, respectivamente. El Presidente llegó al extremo de incorporar la antigua Secretaría de Seguridad Pública a la Secretaría de Gobernación y de dejar temas como el de la reforma energética en manos del secretario de Hacienda. Este sistema claramente no ha funcionado. Los súper-secretarios parecen estar inundados de responsabilidades que difícilmente pueden cumplir.
En materia política y de seguridad los resultados han sido escasos: el Pacto por México ya se deshizo y ya renunció un Comisionado Nacional de Seguridad; la Gendarmería Nacional es todavía un proyecto y el gobierno ha avanzado de manera titubeante y zigzagueante en temas como el de las autodefensas. En materia económica, la cosa es todavía peor. El secretario Videgaray descuidó notablemente la gestión del gasto público y la conducción económica, lo que dio lugar a una fuerte desaceleración económica en 2013. Las expectativas para 2014 y 2015 no pintan mucho mejor. Por lo pronto, ya el Banco de México anunció que espera tasas de crecimiento para estos dos años menores que las anticipadas por Hacienda. Casi como chiste, Videgaray anunció que ahora sí se anticipa una mejoría en el crecimiento a partir de 2016.
Al menos parcialmente esto puede deberse a que sin importar adonde vaya o cual sea el tema a tratar, el Presidente casi siempre se hace acompañar de al menos uno de sus súper-secretarios. Al mismo tiempo, el Presidente, cuidadoso de las formas de viejo cuño priísta, también trata de no mostrar una abierta preferencia por uno u otro y a menudo se hace acompañar de ambos o trata de mantener equilibrio entre las invitaciones que a cada uno de ellos. Esto implica que Osorio y Videgaray se la pasan en reuniones de temas que no les competen directamente y que los llevan, por lo mismo, a desatender la gestión de sus áreas de responsabilidad.
Otros miembros del gabinete están arrinconados en la penumbra (¿alguien ha visto a la secretaria de Salud o al secretario de Agricultura?) o se meten en problemas cada vez que intentan llamar la atención, como Rosario Robles, la secretaria de Desarrollo Social. En este último caso es increíble que la secretaría que debería ser el rostro amable del gobierno —la que debería ayudarle a mejorar su imagen en momentos en que la situación económica ha empeorado— sea precisamente una de las áreas que más ha dañado la imagen del gobierno federal y, por ende, del Presidente. Otro caso es el de la Secretaría de Educación Pública, que se tardó varios días en responder a un trabajo del IMCO que denunciaba irregularidades administrativas. Cuando la SEP respondió, lo hizo tarde y mal. Acusó de falta de rigor al IMCO sin dar ninguna evidencia adicional y sin proporcionar ni transparentar la información que pudiera contradecir el trabajo del organismo.
Ya sea por la estructura o por la gente que lo conforma, el gabinete, en general, se ha visto rebasado y se le nota lento y falto de reflejos. Esto podría explicar por qué el gabinete es peor evaluado que el Presidente. En una encuesta reciente de GEA-ISA, el Presidente tenía un balance de -15% (37% de aprobación y 52% reprobatorios); el Gabinete tenía un balance de -26% (29% favorables y 55% desfavorables). Quizá sea tiempo de hacer ajustes.
@esquivelgerardo
Economista. Investigador de El Colegio de México
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