“¿Cuál
es el principal problema de México?”, preguntó un incauto reportero a
un aleatorio transeúnte no menos incauto. “Los políticos”, espetó sin
vacilación el ambulante ciudadano. No tuvimos oportunidad de seguir la
cruzada interrogatoria de nuestro periodista. Pero podemos adivinar que
las respuestas de los inquiridos siguieron una tesitura más o menos
análoga: “la política”, o “la corrupción de los políticos”, o “los
sindicatos charros”. Y así hasta la hipertrofia.
Uno quisiera
atribuir esta insospechada unanimidad a una maduración política de la
conciencia de un pueblo, a una suerte de reapropiación de un buen
juicio ciudadano. Pero tristemente no es el caso. Esta univocidad es
más bien el resultado de una campaña propagandística que cosecha un
rendimiento hasta ahora extraordinario. Es tan sólo el eco de una falsa
conciencia, una apreciación desgraciada, un alegato ideológico.
Advertencia: no se aspira acá a redimir al político, o bien a enaltecer
su figura. Nada más remoto e incierto. Ya suficientes colegas viven de
ese ingrato oficio. Es más, concordamos con la implacable acusación de
corrupción que involucra frecuentemente al político y su ejercicio en
la función pública. Pero se difiere, y cabe acá ser enfáticos, con la
primacía que se le concede a este fenómeno en el inventario de
fechorías tan licenciosamente extendidas en nuestra época.
Se sostuvo arriba que esta preeminencia del político en el catálogo de
perversiones es un artificio propagandístico. Luego, corresponde
preguntar cuál es el origen o fuente de esa propaganda. Una primera
respuesta: el interés de los dueños del dinero. ¿Por qué nunca figura
la actividad empresarial o los empresarios en la reprobación ciudadana
o la condena a la corrupción? Por allí un lingüista sostuvo alguna
ocasión que el lenguaje nos fue concedido para ocultar lo que pensamos.
El discurso dominante desempeña una función similar: oculta ciertas
realidades inconfesables. Este discurso que condena unidireccionalmente
al político tiene un solo propósito: mantener en el anonimato la fuente
real de poder: a saber, la gran empresa. Es un fenómeno o estado de
ánimo que se conoce como “antipolítica”, y que goza de adeptos a
granel.
(Glosa marginal: La última elección presidencial
en México tuvo un momento afortunado. Quedó constancia de un cambio
relevante: antes el presidente definía los contenidos de la prensa;
ahora los dueños de la prensa definen los contenidos de la política, e
incluso ponen y deponen presidentes).
No es tan difícil
rastrear la procedencia de esta cruzada antipolítica. Basta apenas con
mirar los contenidos de la prensa corporativa o empresarial. Recuérdese
la lista de los “10 mexicanos más corruptos” que publicara en 2013 la
revista Forbes (acaso la más influyente en el mundo de los negocios).
De acuerdo con el Barómetro Global de Corrupción de Transparencia
Internacional (¡sic!), los personajes nacionales más corruptos aquel
año fueron los siguientes: Alejandra Sota (la ex vocera del ex
presidente Felipe Calderón), Arturo Montiel (ex gobernador del Estado
de México y miembro del Grupo Atlacomulco del Partido Revolucionario
Institucional), Fidel Herrera (ex gobernador de Veracruz), Humberto
Moreira (ex gobernador de Coahuila), Tomás Yarrington (ex gobernador de
Tamaulipas), Andrés Granier Melo (ex gobernador de Tabasco), Genaro
García Luna (ex secretario de Seguridad Pública federal en la
administración de Felipe Calderón), Raúl Salinas de Gortari, (hermano
incómodo del ex presidente Carlos Salinas de Gortari), Carlos Romero
Deschamps (líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros), Elba Esther
Gordillo (ex dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación). (Nota completa: http://www.forbes.com.mx/sites/los-10-mexicanos-mas-corruptos-de-2013/).
Nadie, en su sano juicio, objetaría la corrupta trayectoria de estos
personajes. Pero acá hay gato encerrado. Nótese que en esta lista negra
no figura ¡ni un solo empresario!
Que “la maestra” Elba
Esther Gordillo malversara 200 millones de dólares durante su jefatura
en el sindicato magisterial, la volvió acreedora del primerísimo lugar
en la lista de los más corruptos. En cambio, Carlos Slim, que ese año
registró una fortuna valuada en 69 mil 860 millones de dólares (¡sic!),
fue merecedor de un honorabilísimo segundo lugar en la lista de los
magnates más prósperos e ilustres de todo el mundo. O véase también el
caso de la empresa Walmart Stores Inc. (Unidad México), que ha sido
reiteradamente acusada de corrupción y sobornos, y que, no obstante las
acusaciones, sigue desfilando año tras año en las listas de las
empresas más rentables y exitosas globalmente, con toda la impunidad e
inmunidad que otorgan las leyes no escritas.
En relación
con este logro propagandístico (que se tradujo en la universalización
de un estado de ánimo antigubernamental o “antipolítico”), el lingüista
estadounidense Noam Chomsky alguna vez alertó: “Lo que se ha creado
durante este medio siglo de propaganda corporativa masiva, es lo que se
conoce como ‘antipolítica’. Cualquier cosa que sale mal se culpa al
gobierno. Y efectivamente, hay muchas cosas que reprocharle al
gobierno. Pero el gobierno es la única institución que la gente puede
cambiar, es la institución que uno puede afectar con la participación…
Esa es exactamente la razón por la cual toda la ira y el miedo están
dirigidos contra el gobierno. El gobierno tiene un defecto: es
potencialmente democrático. Las corporaciones no tienen defectos: son
tiranía puras.
Por eso se trata de mantener en el anonimato a las
corporaciones, y concentrar toda la ira en el gobierno. Si no te gusta
algo, si los salarios están a la baja, culpa al gobierno. No culpen a
los hombres que figuran en [la revista de negocios] Fortune 500,
porque nadie lee esta revista… Uno nunca lee acerca de las ganancias
astronómicas [de las grandes empresas]… Como se ha dicho, hay mucho que
reprochar al gobierno. Pero el gobierno es exactamente lo que Dewey
describió como la ‘sombra proyectada de los negocios sobre la
sociedad’. Si se quiere cambiar algo, es preciso cambiar la sustancia,
no la sombra” (http://www.youtube.com/watch?v=jVMUc9swTiQ).
La antipolítica es un fenómeno típicamente neoliberal. La institución
dominante en nuestra época no es el gobierno ni el Estado (aunque
alguna vez lo fue), sino la corporación. El poder más efectivo es aquel
que gobierna en la sombra (a menudo referido como criptocracia o
gobierno invisible). La antipolítica es el velo que dota de sombra e
impunidad al poder real: a saber, el poder corporativo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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