3/16/2015

Te con Aristegui

Política Zoom
Ricardo Raphael

El asunto se convirtió en un expediente de debate nacional sobre la eventual intervención de actores políticos externos, dispuestos a cobrar viejas y nuevas facturas a la periodista


La anécdota fue publicada en un diario de Nueva York, hacia 1899: Una mujer subió al transporte público y tomó asiento junto a un hombre cuyo olor a tabaco, cebollas y cerveza le repugnó de inmediato.
Ella no pudo contenerse y lo atravesó sin anestesia con una sola frase: “Si usted fuera mi marido, le pondría una dosis de veneno en el té”.
El caballero respondió al instante: “Si yo fuera su marido, sin dudarlo lo bebería”.
Para fortuna del astuto viajante, aquella mujer era una perfecta desconocida; podría seguir de frente sin temer por los alimentos consumidos en casa.
En la historia que narro a continuación los roles de género se han invertido y los motivos del exabrupto no tienen que ver con alcohol, cigarros o cebollas.
Sin embargo, también ha ocurrido en el espacio público: un señor reclamó con gritos a una dama por haber abusado de su confianza, engañar a la sociedad y utilizar recursos de su empresa para servir intereses privados.
Él se llama Joaquín Vargas y ella Carmen Aristegui.
Se trata de un pleito entre un empresario muy decente y respetable de los medios y una periodista que posee una reputación formidable en su oficio.
Ya antes se habían peleado, pero es la primera vez que hay ofensas graves.
Si es de mal gusto lavar los trapos fuera de casa, más lo es sacudir el polvo del tapete de la sala a través de la ventana que da a una calle peatonal muy transitada. Ante la imprudencia, los paseantes nos hemos visto obligados a cubrir el rostro y proferir majaderías.
Si la periodista no consultó la alianza entre MVS y la plataforma social México Leaks, ella se equivocó primero.
Pero, como bien dice Gabriel Sosa Plata —defensor de la audiencia de la empresa— la exageración de la respuesta pronto se convirtió en el problema principal. ¿Cuán difícil hubiera sido llamar a la periodista en privado para que rindiera cuentas ante sus jefes? Pero en vez de ello el empresario recurrió, cito al ómbudsman: “A la estridencia mediática sin ninguna aportación”.
Por obra del patrón la nuez del asunto dejó de ser un comportamiento inadecuado pero corregible de la empleada, para convertirse en un expediente de debate nacional sobre la eventual intervención de actores políticos externos, dispuestos a cobrar viejas y nuevas facturas a la periodista y sus reporteros por un trabajo que ha merecido el respeto amplio de su audiencia.
No es paranoia, la desproporción de los actos suele ser síntoma de que hay algo detrás de ellos que también merece ser atendido.
El intercambio de despropósitos creció más cuando el empresario decidió lanzar, igual a la calle, a dos reporteros, Daniel Lizárraga e Irving Huerta, cuyo periodismo de investigación es hoy, por su rigor y pertinencia, un referente admirado y admirable.
Horas después la periodista recibió una última comunicación: un documento que busca modificar los términos de su vínculo con la empresa para la que trabaja; se trata de un recipiente hirviendo en cuyo interior hay 16 puntos que, de acatarse por Aristegui, nadie más perdería el empleo.
Entre ellos destacan dos: el extravío de autonomía que la periodista enfrentará en adelante para decidir temas y ángulos en su noticiario, ya que en su lugar un órgano colegiado será responsable de ello. (La letra chiquita dice que Aristegui estará en minoría dentro de este comité editorial).
Por otro lado, la unidad de investigación a la que pertenecían Lizárraga y Huerta dejará de depender de la periodista para hacerlo de su jefe inmediato, el director de noticias.
ZOOM: Ambas condiciones serían aceptables para cualquier reportero que tenga confianza en su medio de comunicación. Dados todos los antecedentes, los malos y también los buenos de una larga relación: ¿se tomará Aristegui la taza de té que le entregó el señor empresario?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario