El libro revela "lo desaseado de la colusión de políticos y empresarios para hacer negocios".
Surgió de la casualidad, es decir, de la asociación que hizo el reportero Rafael Cabrera, al ver en mayo de 2013, el reportaje de veinte páginas a Angélica Rivera en ¡Hola! con lo que se llamaría más tarde la Casa Blanca.
En la revista española, tan inquieta siempre por divulgar a agraciados personajes de la socialité, es decir, la gente chic, una frase de Angélica Rivera le saltó al reportero: “En nuestra familia llevamos un vida lo más normal posible. Les he hecho saber que Los Pinos nos será prestado por seis años y su verdadera casa, su hogar, es esta donde hemos hecho este reportaje”.
Cabrera empezó a hurgar en registros y a buscar una y otra vez entrevistas que fueran dando nuevos indicios o claves para saber si el propietario de la casa que se veía en el reportaje de ¡Hola! era el presidente Enrique Peña Nieto, y luego, cuál era la constructora, cuánto era el costo, quién era el arquitecto, por qué y quiénes compraron los predios que estaban junto a la casa de Angélica Rivera en Paseo de las Palmas 1325, es decir, los predios de Sierra Gorda 150 y 160 para fusionar los tres. Rafael Cabrera se incorporó al grupo de investigación que formó Carmen Aristegui y el cual aún trabaja para ella (Daniel Lizárraga, Irving Huerta, Sebastián Barragán y el propio Cabrera). Los cuatro escribieron el libro (La Casa Blanca de Peña Nieto, Grijalbo, 2015) con todos los detalles de la esmerada investigación. El libro contiene un incisivo prólogo de Aristegui.
Mientras Cabrera indagaba y luego todo el grupo, sabían que estaban sentados en un barril de pólvora. Todas las conversaciones las llevaban a cabo caminando por calles de la colonia Anzures. La clave para la investigación era “Tepoztlán”. Más de una vez los reporteros –encabezados por Aristegui- se cuestionaron si valía la pena el riesgo, si era sólida la investigación, si debería haber en algunas partes autocensura, hasta que, ya concluido, y revisado múltiples veces el reportaje, decidieron no sacarlo en el noticiero radiofónico de Carmen en Multivisión para proteger el trabajo y la fuente de ingresos. Al final se publicaría simultáneamente en el portal Aristegui Noticias, el diario La Jornada, la revista Proceso y en la revista electrónica Sin embargo.
Como han dicho los moralistas a lo largo de los siglos: sirve infinitamente más a los ciudadanos que se predique con el ejemplo que con el discurso. Recientemente el ex presidente uruguayo José Mújica es un paradigma extremo de áurea medianía, como lo fueron en nuestro siglo XIX Benito Juárez y los prohombres de la Reforma. La gran mayoría vivieron y murieron en la pobreza decorosa o en franca pobreza. Pero ¿qué imagen y ejemplo pueden tener los mexicanos cuando el presidente de la República y sus más allegados, se salen de las vías legales, y no conformes con eso, tratan de aniquilar, a base golpes bajos, a quienes los evidencian?
Pero ¿cómo fue el proceso de la indagación? El grupo de investigadores fue develando que la casa no estaba a nombre de Enrique Peña Nieto o Angélica Rivera, sino de Ingeniería Inmobiliaria del Centro, filial del Grupo Higa, una de las 29 que tiene este consorcio.
El dueño del holding o imperio empresarial es el tamaulipeco Juan Armando Hinojosa Cantú, el contratista dilecto de Peña Nieto en sus años como gobernador y en los que lleva como presidente, aun si bien antes, siendo Arturo Montiel gobernador del Estado de México, la fortuna le cambió, y empezó a dejar de ser el empresario modesto que tanto tiempo fue. Con Peña Nieto como gobernador, los contratos alcanzaron, según los estimados de los reporteros, los 8,000 millones de pesos. ¿Serán sólo 29 empresas? De Hinojosa acaba de salir otra rama de su inmoralidad con los Panama’s Papers: abrió una cuenta de cien millones de dólares para una empresa fantasma. ¿Sabría Peña Nieto que su multimillonario contratista tenía también esa suma en paraísos fiscales que supera en más de mil por ciento el costo de la casa blanca?
Una pregunta se me repite. Si la casa está a nombre de la compañía de Hinojosa, pero Angélica Rivera declaró a ¡Hola! en mayo de 2013 que era de la familia, y en noviembre, por televisión, días después del escándalo, repitió que era suya, si el EMP la custodia, y aun en su anunciado informe de exoneración Virgilio Andrade informó que pertenecía a la esposa del primer mandatario ¿cómo se las arreglarán para definir legalmente quiénes son los dueños? Si se hizo el traspaso de la compañía de Juan Armando Hinojosa Cantú a Peña Nieto-Rivera ¿bajo qué argumentos legales se llevó a cabo y no simplemente si se pagó o no?
De una cosa estoy seguro: una casa de 86 millones de pesos al valor de 2012, ni con todos los sueldos y bonos que Peña Nieto ha tenido como gobernador y como presidente y los que tendrá hasta 2018, podría pagarla. ¿No le parecía suficiente con tener las cuatro casas, los cuatro terrenos y el departamento que declaró como sus bienes al entrar a la presidencia y aun la casa de Ixtapan de la Sal que no declaró? La casa blanca, fachada e interiores, está minuciosamente detallada en varias páginas del libro de los jóvenes reporteros del equipo de Aristegui.
Los meganegocios del sexenio de Peña Nieto serían dos: el tren de alta velocidad México-Querétaro y el aeropuerto. El contrato del primero –no se permitieron competidores- se destinó a la compañía asiática China Railway Construction Corporation, y a las mexicanas, GIA+A, propiedad de Hipólito Gerard, cuñado de Carlos Salinas de Gortari, Prodemex, de Olegario Vázquez Aldir, y… Constructora Teya, filial de Grupo Higa, de Juan Armando Hinojosa Cantú. El costo sería de 3,760 millones de dólares. ¿Para qué meter en competencia a otras trece compañías que pedían que se ampliara el plazo “para presentar sus propuestas”? Pero ¿qué no saben esas compañías, o no les han informado que para un gobierno mexicano eso les pertenece a los amigos útiles, y si son de las familias más ricas, es mucho mejor? El 3 de noviembre se anunció la adjudicación, y los tres días siguientes, el secretario de la SCT, Gerardo Ruiz Esparza se pasó defendiendo el otorgamiento, pero la noche del 6 de noviembre, ante la inminente bomba mediática de la casa blanca, Ruiz Esparza anunció “que se reponía la convocatoria” -eufemismo por cancelarla.
Pero estalló la bomba. El 9 de noviembre el reportaje se publicó cuando Peña Nieto viajaba –curiosamente- a China. ¿Qué explicaciones dio a los chinos por la cancelación del tren de alta velocidad? No lo sabemos. Con humor, que tal vez no quiso ser involuntario, a su vuelta a México dio la noticia de que se entablaron negociaciones con los asiáticos para venderles… tequila, fresas y frambuesas. No se trataba de dejarlos con las manos vacías, y menos, cuando el escándalo de la casa blanca se propagaba como fuego, y en la adjudicación del contrato para el tren de alta velocidad México-Querétaro ya se sabía que una de las partes era el propietario que edificó la casa blanca… y también el propietario legal de la casa. Lo cierto es que en 2014, primero con la noche del 26 de septiembre en Iguala, y luego en noviembre con la publicación del reportaje de la casa blanca, el Mexican Moment de Peña Nieto, de que habló The Economist, se volvió cotidianamente para los mexicanos el Mexican Negative Moment.
Todos saben que desde sus inicios la Secretaría de la Función Pública ha sido una entidad parasitaria. Peña Nieto prometió desaparecerla y crear la Comisión Nacional de Anticorrupción. Contra lo dicho, el miércoles 4 de febrero de 2015 Peña Nieto la revivió para nombrar, en una triste y grotesca mascarada, a su amigo y empleado Virgilio Andrade al frente de la Secretaría con el fin de investigar el estatus legal de la casa blanca y la casa de Malinalco de Luis Videgaray. Creo que pocas veces se ha visto una burla mayor de un presidente de México a la inteligencia de los ciudadanos. ¿Alguien creyó en ese momento que Andrade no los exoneraría? El asombro de aquella noche no terminó con la designación. Luego de anunciarlo, al retirarse del micrófono, Peña Nieto comentó en voz audible: “Ya sé que no aplauden”. O sea, creía que debían aplaudirle por designar a alguien que todo mundo sabía que lo exoneraría.
El 15 de marzo de 2015 Carmen Aristegui y su equipo fueron despedidos del programa radiofónico de MVS. Se castigaba, no a quien violó la ley, sino a quienes denunciaron que se violó la ley.
Cinco meses más tarde, el 21 de agosto, Virgilio Andrade, en el mal final de una mala obra de teatro, exoneró a sus amigos Peña Nieto y Videgaray, arguyendo que no había conflicto de interés. Todo estaba limpio, la casa era de Angélica Rivera y la casa de Videgaray fue comprada en la campaña de Peña Nieto y no cuando ya era secretario de Hacienda (aunque el único contrato de compraventa que existe es de más de un año después, y más precisos, del 28 de noviembre de 2013).
En el expediente de 60,000 fojas que Andrade armó hubo apenas una breve contestación por escrito de Peña Nieto diciendo que la casa era de su cónyuge, pero ni Juan Armando Hinojosa Cantú ni Angélica Rivera fueron entrevistados. Es decir 60,000 fojas que se resumían en una sola línea en una sola página: No hay conflictos de interés. El caso está cerrado. Sin embargo nunca dijo que desde el principio todo olía mal: el primer conflicto de interés venía de él mismo, que no debió haber aceptado el puesto porque no podía investigar a su jefe: era imposible que fuera a inculparlo. Luego de la exoneración de Peña Nieto y Videgaray, el senador perredista Luis Miguel Barbosa, con su característica gracia, comentó: “¿Alguien esperaba algo diferente de Virgilio? ¿Entonces?” El famoso periodista Jorge Ramos, de Univisión, advirtió algo que era imposible no compartir: “Andrade pasará a la historia como una de las figuras más tristes y patéticas de la política mexicana”.
La casa blanca de Peña Nieto se publicó hace unos meses en la editorial Grijalbo. Mientras leíamos el libro, al paso de las páginas, íbamos sintiéndonos cada vez más abrumados por la información que nos hacía ver con documentos y cifras lo desaseado de la colusión de políticos y empresarios para hacer negocios. Al llegar a los capítulos finales, dedicados a Juan Armando Hinojosa Cantú, quien en poco más de diez años se ha hecho poseedor de un holding de 29 empresas –sin contar la fantasma de cien millones de Panamá-, y a Virgilio Andrade, del que se muestran todos los retorcimientos, sesgos, ocultamientos y omisiones de su investigación, nos sentimos aplastados ante el peso de la carga de tanta inmoralidad.
¿Qué hacer con quienes “no entienden que no entienden”?
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