La Jornada
Desde el año pasado, el
sector industrial químico-semillero está en erupción y si no lo
prevenimos, su ceniza tóxica nos caerá en el plato de comida. Monsanto,
la mayor empresa de transgénicos y semillas comerciales del globo,
intentó dos veces comprar Syngenta, la mayor trasnacional de
agrotóxicos, para establecer una megaempresa que habría sido la número
uno en ambos sectores. Pero Syngenta lo rechazó y decidió fusionarse con
ChemChina. Monsanto inició entonces negociaciones con otras dos de las
seis gigantes globales de agrotóxicos y transgénicos, CBayer y BasfCC,
para contrarrestar esa jugada. Poco antes, DuPont y Dow Agrosciences
habían decidido fusionarse también. Si el hecho de que seis
trasnacionales dominaran altos porcentajes de la venta de semillas y
agroquímicos ya era un atentado a la seguridad y soberanía alimentaria
de los países, ahora estamos ante la perspectiva de que esos mercados
globales queden en manos de sólo tres empresas.
El Grupo ETC advirtió sobre estos movimientos desde el año pasado, explicando su lógica y consecuencias en el documento
Campo Jurásico: Syngenta, DuPont, Monsanto: la guerra de los dinosaurios del agronegocio(http://goo.gl/d8tbdA)
Durante las últimas tres décadas, las viejas y poderosas empresas de
la industria química, con más de un siglo de existencia, se lanzaron a
comprar las empresas semilleras en todo el mundo, que hasta ese momento
eran miles y estaban muy descentralizadas. Lo hicieron para crear un
mercado oligopólico que obligara a los agricultores a comprar las
semillas junto a sus propios agrotóxicos (que llaman agroquímicos para que parezcan menos dañinos). El resultado más evidente de esa búsqueda de venta
casadafueron las semillas transgénicas, manipuladas para tolerar altas dosis de los venenos de las mismas compañías.
Hasta 2015, seis empresas, Monsanto, Syngenta, Dow, DuPont, Bayer y
Basf, controlaban juntas 75 por ciento del mercado mundial de venenos
agrícolas y 61 por ciento de las semillas comerciales de todo tipo,
además de 75 por ciento de la investigación agrícola privada. En
semillas transgénicas, las seis controlan ciento por ciento, o sea todo
el mercado global, aunque a veces no se reconocen porque mantienen los
nombres de empresas que compraron antes. A DuPont, por ejemplo, se la
conoce más como Pioneer Hi-Bred en el área agrícola y de semillas.
En tres décadas, el ritmo de fusiones y adquisiciones en los sectores
de semillas y agrotóxicos fue tal que se llegó a un tope donde
virtualmente no quedan empresas para comprar, pero las compañías quieren
seguir creciendo para controlar porciones aún más grandes de mercado.
Por eso comienzan a devorarse unas a otras. El resultado podría ser que
solamente tres empresas gigantes tendrían un dominio total de los
primeros eslabones de la cadena agrícola industrial, incluida la
investigación y desarrollo. Por ello, estas fusiones están ahora bajo
escrutinio de autoridades anti-monopolio en varios países, lo cual puede
significar que no se concreten, particularmente si existe presión
social y pública contra éstas. Monsanto espera que si se autorizan las
fusiones de Syngenta y las demás, ya no le podrán impedir que prosiga su
fusión con la división agrícola de Bayer y/o Basf. Según analistas de
la industria, la preferencia de Syngenta por ChemChina se explicaría en
parte porque al ser la segunda una paraestatal china, podrían evadir
medidas antimonopolio. Sin embargo, un grupo de organizaciones
internacionales y chinas, ya iniciaron una acción dirigida al gobierno
de China, para que objete esta fusión, por la expansión de más y peores
tóxicos que implicará (http://goo.gl/YILmBD).
Nada indica que la concentración corporativa terminará allí,
aunque sólo queden tres empresas. La lógica de búsqueda de ganancias de
las corporaciones de agronegocios será integrar esos cárteles de
semillas y agrotóxicos con los eslabones siguientes de la cadena
industrial, sea con las corporaciones de fertilizantes o de maquinarias
agrícolas, con las que ya existen varios acuerdos de colaboración. El
objetivo es extender el control sobre los agricultores, integrando en un
solo proveedor las semillas, agrotóxicos, fertilizantes, maquinarias,
servicios de datos sobre el clima y hasta seguros agrícolas. Esto
significaría niveles sin precedente de control de la agricultura por
parte de unas pocas empresas.
Para las comunidades y organizaciones campesinas que son las que
alimentan a la mayoría de la humanidad y que en su gran mayoría tienen
sus propias semillas, así como a las muchas que han optado por una
agricultura ecológica, quizá estas fusiones podrían parecer
irrelevantes, porque de todas formas no son sus clientes. Pero esas
gigantes industriales aumentarán la fuerza para moldear a su favor
acuerdos de comercio agrícola, subvenciones y programas rurales, leyes
laborales, de semillas y patentes, normativas de uso del suelo, de uso
de agroquímicos y hasta gastos públicos en infraestructuras, todo a
favor de sus negocios. Todo esto ya tiene impactos muy negativos en las
economías campesinas. Si a nivel global se concretan las nuevas
fusiones, el poder de presión de las superempresas que permanezcan, será
mucho mayor. Existen ya iniciativas desde la sociedad civil para
impedir legalmente que estas fusiones se concreticen. (http://goo.gl/9006sd). Finalmente se trata de la alimentación de todos.
*investigadora del Grupo ETC
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