Navegaciones
Pedro Miguel
Los papeles ahí están:
son casi 12 millones de documentos que registran las operaciones del
despacho Mossack Fonseca a lo largo de años. Se trata de operaciones
legales en todos los casos, en el sentido de que su realización en sí no
viola ley alguna. Tampoco es delito por sí mismo el tener en casa
tambos vacíos, bidones con ácido, un hacha y ropas ensangrentadas, ni se
infringe la legalidad cuando se tiene como amigos, parientes, socios,
compadres o contratistas a individuos aficionados a la ingesta de carne
humana.
A esto equivalen las pistas en las que han estado trabajando cientos
de informadores del Consorcio Internacional de Periodistas de
Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) y que han derivado, por
lo pronto, en la caída del primer ministro de Islandia, quien se dedicó a
trasegar millones de dólares por medio planeta mientras imponía
draconianas medidas de austeridad a sus connacionales. Gobiernos de
distintos países se apresuraron a asegurar que investigarán los indicios
de delitos y a sus presuntos responsables, es decir, a los dueños de
los dineros movilizados con tanto sigilo o de las empresas offshore
por medio de las cuales fueron realizadas las operaciones. Éstos, por
su parte, recurren a explicaciones similares a las que urdiría un tipo
pillado con tambos, ácido, hacha y ropa con sangre: que su trabajo de
herrero pasa por el mordido de metales, que tenía que cortar leña y que
en días pasados tuvo una hemorragia nasal fuertísima.
El problema es que una persona con capacidad para mover dinero por el
mundo debe saber que resulta mucho más barato abrir una cuenta en la
sucursal bancaria más cercana a su casa que establecer o comprar una
empresa de papel en las Islas Vírgenes. Si a pesar de ello se toma la
molestia de contactar a Mossack Fonseca para que se haga cargo, entonces
es legítimo sospechar que tiene motivos para ocultar el dinero. Y el
motivo más verosímil es ocultar una defraudación fiscal, el lavado de
dinero o el fraude jugoso.
Lo que sigue depende de la credulidad de las opiniones públicas
–inducida, desde luego, por el margen de maniobra mediático de los
involucrados–, de la capacidad de las sociedades por restablecer el
mínimo decoro ante los poderes políticos y económicos y de la fortaleza
institucional de los países. Así, en Islandia, el señor Sigmundur David
Gunnlaugsson tuvo que meter sus cosas en cajas de cartón y abandonar la
oficina de primer ministro. En cambio, el rey de Arabia Saudita, Salman
bin Abdulaziz bin Abdulrahman Al Saud; el presidente argentino, Mauricio
Macri; el premier británico, David Cameron; el presidente de los
Emiratos Árabes Unidos, Sheikh Khalifa bin Zayed bin Sultan Al Nahyan, y
el jefe de Estado de Ucrania, Petro Poroshenko, han escogido los
argumentos del supuesto herrero al que le sangra la nariz y se han
aferrado a sus respectivos cargos. Significativamente, en ninguna de sus
naciones tuvieron lugar manifestaciones masivas como las realizadas por
los ciudadanos islandeses desde que se supo que Gunnlaugsson andaba
ocultando dinero en islas paradisiacas mientras el pueblo de su país
pasaba las de Caín para pagar una crisis económica de la que no tuvo
culpa alguna.
Las marchas contra el mandamás podrán ser inconcebibles (o ya no
tanto) en Riad, pero no tendrían por qué serlo en Londres, Kiev o Buenos
Aires. Reacciones sociales aparte, el grado de dureza facial de Macri,
Cameron y Poroshenko es equiparable al del sultanete saudí y el nivel de
impunidad queda homologado en los respectivos gobiernos.
Hay niveles
La forma en que los periodistas del ICIJ han presentado
la investigación establece tres grupos principales de involucrados: los
jefes de Estado o gobierno, los políticos y funcionarios públicos y los
parientes, socios o próximos a individuos del primer grupo. En forma
inexplicable, omitió en su presentación a diversos empresarios y/o
figuras públicas que han sido sacados a la luz por trabajos de alcance
nacional y que, en el caso de los potentados, tienen vinculaciones e
influencia con el poder público. En el rubro de los gobernantes
relacionados con ocultadores de fortunas, el equipo periodístico
mencionó al propio bin Sultán Al Nahyan; al primer ministro de
Azerbayán, Ilham Aliyev, quien tiene a su mujer y a sus hijos metidos en
el ocultamiento; al presidente chino, Xi Jinping, cuyo cuñado, Deng
Jiagui, aparece como movedor de fondos en islas exóticas y quien ya
había sido mencionado como magnate inmobiliario; Vladimir Putin, tres de
cuyos amigos cercanos participan en el trasiego de recursos monetarios;
el rey de Marruecos, Mohamed VI, que tiene un secretario personal,
Munir Majidi, adicto a la creación de empresas fantasma; el presidente
sirio, Bashar Assad, cuyos primos Rami y Hafez Makluf, hoy caídos en
desgracia en Damasco, mueven dinerales por medio planeta; el premier
paquistaní, Nawaz Sharif, a cuyos hijos les encanta jugar a las
escondidas con el dinero; su homólogo malasio, Najib Razak, también con
un vástago metido en los negocios oscuros; Enrique Peña Nieto, cuyo
contratista favorito(así lo llama el ICIJ), Juan Armando Hinojosa Cantú, fue sacado a balcón trapicheando más de 100 millones de dólares de isla en isla, y el presidente sudafricano, Jacob Zuma, quien tiene un sobrino pirruro adicto a la quiebra fraudulenta de empresas y a enviar sus divisas a playas lejanas. El rey emérito de España, Juan Carlos Borbón, tiene una hermana que también le entra a los trucos de magia con el dinero, y hay en la lista varios ex gobernantes con relaciones de esas. Además, en los papeles se puede encontrar a deportistas como el futbolista Lionel Messi, a la starlette Edith González, al novelista Mario Vargas Llosa y al cineasta Pedro Almodóvar.
¿Putin, el impolutin?
Llama la atención que los medios occidentales hayan usado
la foto del presidente ruso como símbolo de las truculencias
financieras de Mossack Fonseca, siendo que Putin no es uno de los
directamente involucrados en la lavandería. Con mayor razón habrían
podido ponerle al escándalo la cara de Macri, la de Cameron o la del rey
saudita. Ese sesgo tan evidente hizo sospechar a muchos que los
#panamapapers eran una operación de propaganda occidental contra el
gobierno ruso, pero Wikileaks esclareció la cuestión en forma
meridiana: ver los documentos del despacho panameño como una impostura,
dijo, carecía de sentido; en cambio, era claro que el equipo central de
ICIJ había sido influenciado por el financiamiento que recibió del
gobierno de Estados Unidos (vía la USAID y otras agencias
gubernamentales) para poner al ruso como demonio principal del lavado.
La semana entrante habrá que seguir revisando el tema.
Twitter: @navegaciones
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