Si se amplía la mirada a lo
ocurrido el domingo pasado en los comicios estatales realizados en
Coahuila, estado de México y Nayarit, así como en los municipales de
Veracruz, resulta inevitable concluir que los procedimientos y los
organismos electorales del país están muy lejos de la normalidad
democrática.
En la primera de esas entidades el proceso podría desembocar en
instancias judiciales, a raíz de la estrecha diferencia que separa a los
candidatos punteros (Miguel Ángel Riquelme Solís, del Partido
Revolucionario Institucional, y Guillermo Anaya, de Acción Nacional), y
de que las principales fuerzas políticas, salvo el PRI, señalaron
múltiples irregularidades ocurridas durante la jornada. En la entidad
mexiquense crece la tensión y la inconformidad por el desaseo con que la
autoridad electoral local presentó un conteo rápido técnicamente
contradictorio con las tendencias que a esa hora marcaba el Programa de
Resultados Electorales Preliminares (PREP), y a medida que se van
conociendo numerosas inconsistencias entre éste y las actas de casilla,
así como actos de acarreo de ciudadanos, compra de votos e infracciones
de funcionarios electorales.
Los comicios veracruzanos estuvieron marcados por los vicios
tradicionales –intimidación y violencia, compra de votos, desinformación
masiva–, y en Nayarit el tricolor experimentó una severa y
anunciada derrota, prefigurada por los vínculos del gobernador saliente,
Roberto Sandoval Castañeda, con el ex fiscal Édgar Veytia, detenido en
Estados Unidos por sus presuntos vínculos con el narcotráfico.
Si el Instituto Nacional Electoral se desentendió de los
comicios estatales, los organismos públicos locales electorales
exhibieron su incapacidad de poner orden en los procesos, si no es que
su supeditación a los gobiernos en turno. Ello demuestra la necesidad de
un rediseño de la institucionalidad vigente y obliga a poner la mirada
en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), el
cual, por lo que puede verse, tendrá abundante trabajo en las semanas
próximas. En él reside la última posibilidad de limpiar los comicios del
pasado domingo y de restituir el hoy incierto sentido de la voluntad
popular expresada en las urnas, pero distorsionada de antemano por
prácticas clientelares inadmisibles y, posteriormente, por
procedimientos de conteo que no han cubierto las expectativas de
credibilidad y transparencia.
Es en este punto que cobran especial significación las palabras de la
magistrada presidenta del TEPJF, Janine Otálora, llegada al cargo a
finales del año pasado, en el sentido de que ese organismo
jurisdiccional está blindado contra las presiones de actores y partidos
políticos. Tal blindaje es particularmente necesario en el momento
actual, cuando se requiere una impartición de justicia electoral
expedita, clara y verosímil. De ello depende, en buena medida, que los
procesos comiciales del futuro inmediato, y especialmente la elección
presidencial prevista para el año próximo, puedan realizarse con
certeza, credibilidad y transparencia, y que los procedimientos
democráticos vuelvan a ser un mecanismo de resolución de conflictos y no
una fuente de ellos.
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