Carlos Bonfil
Fragmentos de una
comedia humana. El Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM)
celebra, a partir de esta semana y hasta el 15 de marzo, su décima
edición con una selección del mejor cine de autor producido globalmente.
Sus sedes se multiplican por diversos puntos de la Ciudad de México e
incluyen, en primer término, las salas de cine del Centro Cultural
Universitario, pero también la Cineteca Nacional; Cinépolis Diana; Le
Cinéma IFAL; Cine Tonalá; Casa del Cine, y los Faros Aragón, Oriente,
Milpa Alta e Indios Verdes. Se trata de un esfuerzo sostenido por
diversificar, a través de un festival local, la exhibición de un cine de
calidad como una alternativa muy atractiva a las fórmulas y rutinas
dominantes en la cartelera comercial. En el terreno del cine documental,
el festival Ambulante (que comienza en unos días) cumple a su vez un
cometido semejante.
Para acompañar su selección de más de cine largometrajes, el FICUNAM
propone, como de costumbre, tres formidables retrospectivas dedicadas
esta vez a Jacques Tourneur, autor clásico franco-estadunidense del cine
fantástico y el film noir, a la realizadora belga Chantal Akerman, y al mayor representante del cine palestino, Elia Suleiman (Crónica de una desaparición, Intervención divina). Y, justamente, la cinta de inauguración del festival ha sido De repente, el paraíso (It Must Be Heaven,
2019), su quinto largometraje de ficción, una comedia a la vez
intimista y política que tiene como protagonista al propio Suleiman, en
su calidad de director de cine y asistiendo con un rostro inexpresivo a
las diversas expresiones de violencia latente tanto en su Palestina
natal, como en otras ciudades (París, Nueva York, Montreal), hacia las
que se desplaza en busca de un financiamiento para su película
siguiente.
Nada parece conmover ni alterar los ánimos de este realizador
errante. Ni toparse solitario con la presencia amenazante de una banda
de jóvenes en la calle, ni compartir, siempre inerme, la compañía de un
hombre punk en un vagón vacío del metro neoyorquino ni tampoco tener,
para sí solo, en las primeras horas de la mañana, el espectáculo de un
París insólitamente despoblado. Este testigo impasible del acontecer del
mundo contempla, como una conciencia silenciosamente crítica, la manera
en que los miedos y las paranoias se apoderan de una sociedad
occidental que se creía resguardada de las peores amenazas y catástrofes
mundiales. En París y en Nueva York, el ciudadano global, artista
tránsfuga, que encarna Elia Suleiman, descubre que los conflictos de
Palestina, su viejo entorno familiar, se han desplazado insidiosamente
hacia otros ámbitos del planeta. Nadie se encuentra a salvo ni hace
tampoco figura de excepción en la crisis que desconoce ya fronteras.
Así, desde la comodidad de la terraza de un café francés, el cineasta
asiste al esplendor de una belleza femenina ataviada con los diseños de
moda más desenfadados y también al espectáculo surrealista de una
hilera de tanques de guerra atravesando las calles desiertas de un
barrio financiero. Difícil imaginar un estado policiaco en el mismo país
donde la ilusión del bienestar público hace que una ambulancia ofrezca
una comida gourmet a un indigente durmiendo a pleno día en la
calle. Ese Occidente próspero y civilizado le reserva al palestino
nómada muchas otras sorpresas, como la coreografía geométrica de jóvenes
bomberos vigilando, con celo policiaco, con acrobacias de artista, unas
calles parisinas atentas a cualquier señal de atentado. También el
desplazamiento autómata de ciudadanos en las calles y supermercados
neoyorquinos armados hasta los dientes para protegerse de cualquier
amenaza local o foránea. Un sueño de la Asociación Nacional del Rifle
hecho realidad.
Y frente a este clima de zozobra colectiva que se apodera del mundo,
la respuesta del cineasta es la resistencia pasiva a través de un humor
de ironía devastadora. Por grande que sea el empeño global de situar a
Palestina en las márgenes de un mundo pacífico y reglamentado, lo que se
advierte aquí es la creciente irrupción del miedo y la barbarie en
grandes capitales, ahora muy a la deriva.
En una escena clave, en que figura el actor mexicano Gael García
Bernal, una joven ejecutiva estadunidense le pregunta a Suleimán cuál es
su proyecto de película.
Una comedia sobre la paz en Medio Oriente, responde el director tan imperturbable como un Buster Keaton. Nadie parece aquí entender ya nada sobre la función del arte en un mundo cada vez más desestabilizado, excepto tal vez ese creador lúcido e inconforme que convierte el humor en su mejor maniobra de resistencia artística. Suleiman dedica su película a Palestina. Cualquier pronunciamiento político adicional semejaría, a estas alturas, algo redundante y ocioso. De repente, el paraíso: un homenaje a la vitalidad crítica del cine.
Se exhibe hoy en la sala 8 de la Cineteca Nacional. 18:30 horas. FICUNAM: sedes y horarios: ficunam.unam.mx
Twitter: CarlosBonfil1
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