3/08/2020

De repente, el paraíso



Fragmentos de una comedia humana. El Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) celebra, a partir de esta semana y hasta el 15 de marzo, su décima edición con una selección del mejor cine de autor producido globalmente. Sus sedes se multiplican por diversos puntos de la Ciudad de México e incluyen, en primer término, las salas de cine del Centro Cultural Universitario, pero también la Cineteca Nacional; Cinépolis Diana; Le Cinéma IFAL; Cine Tonalá; Casa del Cine, y los Faros Aragón, Oriente, Milpa Alta e Indios Verdes. Se trata de un esfuerzo sostenido por diversificar, a través de un festival local, la exhibición de un cine de calidad como una alternativa muy atractiva a las fórmulas y rutinas dominantes en la cartelera comercial. En el terreno del cine documental, el festival Ambulante (que comienza en unos días) cumple a su vez un cometido semejante.
Para acompañar su selección de más de cine largometrajes, el FICUNAM propone, como de costumbre, tres formidables retrospectivas dedicadas esta vez a Jacques Tourneur, autor clásico franco-estadunidense del cine fantástico y el film noir, a la realizadora belga Chantal Akerman, y al mayor representante del cine palestino, Elia Suleiman (Crónica de una desaparición, Intervención divina). Y, justamente, la cinta de inauguración del festival ha sido De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019), su quinto largometraje de ficción, una comedia a la vez intimista y política que tiene como protagonista al propio Suleiman, en su calidad de director de cine y asistiendo con un rostro inexpresivo a las diversas expresiones de violencia latente tanto en su Palestina natal, como en otras ciudades (París, Nueva York, Montreal), hacia las que se desplaza en busca de un financiamiento para su película siguiente.
Nada parece conmover ni alterar los ánimos de este realizador errante. Ni toparse solitario con la presencia amenazante de una banda de jóvenes en la calle, ni compartir, siempre inerme, la compañía de un hombre punk en un vagón vacío del metro neoyorquino ni tampoco tener, para sí solo, en las primeras horas de la mañana, el espectáculo de un París insólitamente despoblado. Este testigo impasible del acontecer del mundo contempla, como una conciencia silenciosamente crítica, la manera en que los miedos y las paranoias se apoderan de una sociedad occidental que se creía resguardada de las peores amenazas y catástrofes mundiales. En París y en Nueva York, el ciudadano global, artista tránsfuga, que encarna Elia Suleiman, descubre que los conflictos de Palestina, su viejo entorno familiar, se han desplazado insidiosamente hacia otros ámbitos del planeta. Nadie se encuentra a salvo ni hace tampoco figura de excepción en la crisis que desconoce ya fronteras.
Así, desde la comodidad de la terraza de un café francés, el cineasta asiste al esplendor de una belleza femenina ataviada con los diseños de moda más desenfadados y también al espectáculo surrealista de una hilera de tanques de guerra atravesando las calles desiertas de un barrio financiero. Difícil imaginar un estado policiaco en el mismo país donde la ilusión del bienestar público hace que una ambulancia ofrezca una comida gourmet a un indigente durmiendo a pleno día en la calle. Ese Occidente próspero y civilizado le reserva al palestino nómada muchas otras sorpresas, como la coreografía geométrica de jóvenes bomberos vigilando, con celo policiaco, con acrobacias de artista, unas calles parisinas atentas a cualquier señal de atentado. También el desplazamiento autómata de ciudadanos en las calles y supermercados neoyorquinos armados hasta los dientes para protegerse de cualquier amenaza local o foránea. Un sueño de la Asociación Nacional del Rifle hecho realidad.
Y frente a este clima de zozobra colectiva que se apodera del mundo, la respuesta del cineasta es la resistencia pasiva a través de un humor de ironía devastadora. Por grande que sea el empeño global de situar a Palestina en las márgenes de un mundo pacífico y reglamentado, lo que se advierte aquí es la creciente irrupción del miedo y la barbarie en grandes capitales, ahora muy a la deriva.
En una escena clave, en que figura el actor mexicano Gael García Bernal, una joven ejecutiva estadunidense le pregunta a Suleimán cuál es su proyecto de película. Una comedia sobre la paz en Medio Oriente, responde el director tan imperturbable como un Buster Keaton. Nadie parece aquí entender ya nada sobre la función del arte en un mundo cada vez más desestabilizado, excepto tal vez ese creador lúcido e inconforme que convierte el humor en su mejor maniobra de resistencia artística. Suleiman dedica su película a Palestina. Cualquier pronunciamiento político adicional semejaría, a estas alturas, algo redundante y ocioso. De repente, el paraíso: un homenaje a la vitalidad crítica del cine.
Se exhibe hoy en la sala 8 de la Cineteca Nacional. 18:30 horas. FICUNAM: sedes y horarios: ficunam.unam.mx

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