5/19/2020

Chichimecas

Pedro Salmerón Sanginés



Nos cuentan que México fue conquistado en 1521. Casi nadie recuerda que de ser así, Michoacán y Jalisco (para empezar) no serían México, porque sus habitantes sólo se someterían tras crueles campañas entre 1529 y 1542 (en la última etapa, la guerra del Mixtón, moriría en combate contra los cazcanes el capitán Pedro de Alvarado, aquel que ordenó la matanza del Templo Mayor en 1520).
Y le siguió La guerra chichimeca, como se titula el libro clásico de Phillip Wayne Powell, recién reditado por el Fondo de Cultura Económica. El libro es una apasionante y descarnada historia de la guerra de frontera que se desarrolló entre 1550 y 1600 en el septentrión de la Nueva España:
“A fines de 1546, una pequeña banda de soldados españoles, acompañada por una fuerza más numerosa de aliados indios y por unos cuantos frailes franciscanos, descubrió toda una cordillera que contenía plata, muchas leguas al norte y al oeste de la gran ciudad de México. El lugar del descubrimiento fue llamado Zacatecas […]
La afluencia de indios y españoles a la bonanza de Zacatecas, ya en auge hacia 1550, lanzó al hombre blanco y a su omnipresente aliado indio hacia tierras desconocidas y hostiles. Los aguerridos indígenas nómadas de esta nueva frontera opusieron una enconada resistencia al avance de los pueblos cristianos y sedentarios que llegaban del sur.
Zacatecas. Por fin los españoles habían encontrado minas de plata dignas de las leyendas que se habían ido forjado desde que Hernán Cortés recibió los primeros presentes de Moctezuma, 27 años atrás. Zacatecas se convirtió entonces en el centro de operaciones de la carrera hacia el norte: si se había descubierto en esas áridas serranías una veta tan rica, seguramente habría otras aún más lejos y la pujante ciudad sería la plataforma de despegue de aventureros, fugitivos y toda suerte de buscadores de fortuna.
Desde 1550, por lo menos, se libró una guerra que resultó mucho más larga, difícil y sangrienta que la ya de suyo sangrienta y brutal campaña de Cortés de 1520-21. El teatro de la guerra se extendió de Querétaro a Durango y de Guadalajara a Saltillo. Los enemigos de los españoles y sus aliados (tlaxcaltecas, purépechas, otomíes, mexicas y cazcanes) fueron llamados genéricamente chichimecas, nombre en que desde antes de la conquista se mezclaban el temor y el desprecio que los indígenas de las culturas mesoamericanas sentían por los nómadas del norte. Muy pronto los sedentarios aprendieron a distinguir a las principales naciones chichimecas, cuatro de las cuales fueron declaradas las más peligrosas: zacatecos, guachichiles, pames y guamares.
La guerra chichimeca puede dividirse en tres etapas, la primera (1550-67) fue una política de guerra defensiva, que si bien fracasó en su intención de asegurar los caminos, tuvo un notable éxito en la extensión de las exploraciones y el establecimiento de reales de minas, estancias hispano-indias y poblados defensivos. En la segunda etapa (1568-85) se pretendió exterminar al enemigo nómada, sin más resultado que una violencia creciente y cada vez más brutal.
Sin embargo, el gobierno de la Nueva España obtuvo un éxito parcial con la construcción de poblados defensivos o presidios, muchos de los cuales fueron fundados o estaban mayoritariamente poblados por nahuas (sobre todo tlaxcaltecas y mexicas) y por otomíes. Estos indígenas llegaban al norte con privilegios que no tenían en la Nueva España: mercedes de tierra, exenciones de impuestos, hidalguía (para los caudillos otomíes y mexicanos y para todos los tlaxcaltecas). A cambio, tenían como obligación (y privilegio) mantener sus cabalgaduras, portar armas y defender la frontera.
A largo plazo, fue definitiva la fundación de estos poblados, pero para 1580 estaba claro que no eran la solución al problema chichimeca, como tampoco lo era la política de guerra. De modo que hacia 1585 se instrumentó otra política, que sustituyó la inútil y onerosa guerra de exterminio por la paz por compra, es decir, firmar pactos con las tribus chichimecas, a cambio de respeto de sus tierras y promesas de entrega de alimentos, vestidos y ganado, lo que, finalmente, salía más barato que la guerra. Al mismo tiempo, se fueron estableciendo colonias de indios mesoamericanos y de misiones jesuitas y franciscanas en el corazón de la gran chichimeca.
¿Moraleja? La guerra de exterminio sólo provocó sangre y cada vez más violencia. La negociación y las palabras de paz de franciscanos y jesuitas, la oferta de otras formas de vida digna, fueron las que terminaron con la guerra. Que lo entienda quien lo entienda.
Pd. La película La misión, dirigida por Roland Joffé, interpretada por Robert de Niro y Jeremy Irons, con música de Ennio Morricone, puede ser un primer acercamiento a esas historias.
Twitter: @HistoriaPedro

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