Editorial La Jornada
El reclamo del desarrollo de una
vacuna contra el nuevo coronavirus llegó ayer a la Organización Mundial
de la Salud (OMS), donde el secretario general de Naciones Unidas,
Antonio Guterres, señaló que la formulación de tal vacuna es
necesariamente
el punto de salidapara la crisis mundial generada por la pandemia de Covid-19.
Por su parte, la Unión Europea presentó un proyecto de resolución orientado a establecer
el acceso universal, rápido e igualitario de todos los productos necesarios para reaccionar contra la pandemia, incluida
una inoculación a gran escala contra el virus, como un bien público mundial.
Tales posicionamientos, que coinciden con lo señalado por los jefes
de Estado de China, Xi Jinping, y de Francia, Emmanuel Macron, chocan
con la postura del presidente estadunidense, Donald Trump, y con los
intereses monetarios de empresas farmacéuticas que ven en el desarrollo
de la vacuna contra el Covid-19 una oportunidad única para hacer
negocios astronómicos de escala planetaria. Ese desencuentro ocurre en
el contexto de la ruptura del jefe de la Casa Blanca con la OMS, en el
marco de un cruce de acusaciones en el que Trump busca atribuir a China
la responsabilidad por el descontrol de la pandemia –e incluso por la
supuesta
fabricacióndel virus que le dio origen–, no sólo para dar alimento a la vieja disputa comercial entre Washington y Pekín, sino también para minimizar sus propias responsabilidades en la forma desastrosa en la que su gobierno ha enfrentado la pandemia.
Salta a la vista, sin embargo, que el desarrollo de una fórmula de
inmunización contra el virus SARS-CoV-2 y su aplicación universal es la
única manera de proclamar un triunfo sólido frente a la pandemia; que la
investigación, la producción y la distribución y administración masiva
de la vacuna tomará obligadamente meses o años y, en tanto esos
objetivos no se logren, no será posible recuperar la normalidad en el
mundo.
Lo que se ha llamado
nueva normalidades un eufemismo que alude a un conjunto de medidas experimentales, azarosas y provisionales en un territorio desconocido, incierto y lleno de riesgos. Ningún país y ningún gobierno tiene, hoy por hoy, la fórmula infalible para dejar atrás en forma definitiva las disposiciones originales de distanciamiento social y confinamiento.
La crisis sanitaria que ha impactado a la mayor parte del planeta
dejará, sin duda, valiosas lecciones e introducirá modificaciones
perdurables en la vida económica, social y política de la humanidad
pero, como ocurrió en el pasado con la viruela y otros padecimientos, no
podrá ser erradicada en tanto no se inmunice a la población de todo el
globo terráqueo contra el coronavirus.
Para ello es indispensable dejar en segundo plano los cálculos
comerciales y geoestratégicos. Los esfuerzos por desarrollar la vacuna
correspondiente deben modularse, en consecuencia, por la cooperación y
no por la competencia, y su fruto ha de ser declarado bien público
mundial.
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