Víctor M. Toledo*
Esta oda será cada vez más
cantada en el mundo, a pesar de que la mayoría de los lectores jamás en
su vida haya oído la palabra glifosato. No será, como veremos, un canto
agradable. El glifosato es un agente industrial de muerte que está cada
vez más cerca de la vida de todo ser humano, especialmente en estos
tiempos de pandemia. El glifosato es el herbicida más utilizado en el
mundo en agricultura, silvicultura, jardinería e incluso en actividades
domésticas. El glifosato es un invento químico, que se comercializó por
primera vez en la década de 1970 por la compañía Monsanto, con el nombre
de Roundup.
Desde entonces y hasta 2014 el planeta había sido fumigado por más de
8 mil 600 millones de kilogramos de este plaguicida. Este compuesto
penetra en el suelo, se filtra en el agua y sus residuos permanecen en
los cultivos. Por tanto, está en lo que comemos, en el agua que bebemos y
en nuestros propios cuerpos. Su principal uso es en los cultivos
transgénicos de maíz, soya y algodón que hoy existen en millones de
hectáreas.
A pesar de ser utilizado durante casi medio siglo, el glifosato fue
considerado un plaguicida no peligroso. Esta situación se vio favorecida
por una exitosa campaña de propaganda por parte de las compañías
productoras y por la ausencia de estudios científicos que lo
desmintieran.
Hoy esto ha cambiado radicalmente. En la última década las voces de
alarma de las organizaciones civiles defensoras del ambiente, la salud y
los derechos humanos impulsaron numerosas investigaciones críticas.
Hoy, la quinta edición de la Antología toxicológica del glifosato,
de E. Martín Rossi (2020) ofrece una lista de ¡mil 108 artículos
científicos que dan fe de los efectos nocivos del plaguicida! Por ello,
el glifosato ha sido prohibido o restringido en Austria, Alemania,
Francia, Italia, Luxemburgo, Tailandia, Bermudas, Sri Lanka y algunas
regiones de España, Argentina y Nueva Zelanda.
Una síntesis de los impactos de este exterminador de las malezas que
compiten con los cultivos transgénicos es la siguiente. El glifosato
genera encefalopatías, autismo, parkinsonismo, malformaciones y diversos
tipos de cáncer, además de afectar los sistemas endocrino,
reproductivo, inmunitario, digestivo, hepático, renal, nervioso y
cardiovascular de las personas. En este sentido, la Organización Mundial
de la Salud (OMS), tras una extensiva revisión de la literatura
científica, decidió clasificar al glifosato como probablemente cancerígeno
para los humanos. Además, el glifosato resulta tóxico para diferentes
especies de crustáceos, moluscos, oligoquetos, algas, hongos,
fitoplancton y zooplancton, anfibios, tortugas, arácnidos, aves,
mamíferos y, lo más preocupante, a insectos benéficos y polinizadores
como abejas, coleópteros y colibríes. Un nuevo reporte del Instituto
Ramazzini de Italia (www.glyphosatestudy.org)
reveló, además, que el glifosato debilita el sistema inmunitario de los
seres humanos por tres vías (por el cáncer NHL, porque destruye una
enzima esencial y porque modifica la biota intestinal), y deja
desprotegidos a los individuos contra infecciones como el Covid-19.
¿Y en México? En el país la lucha contra el glifosato apenas se
inicia. El contubernio de los gobiernos neoliberales con las grandes
compañías no sólo biotecnológicas permitió el uso y sobreuso de
plaguicidas, de tal suerte que hoy aún están permitidos 140, de los
cuales 111 están catalogados como altamente peligrosos en el resto del
mundo (ver el libro Los plaguicidas altamente peligrosos en México,
coordinado por Fernando Bejarano, 2017). De gran impacto fue el
descubrir que hay ¡glifosato en las tortillas! (y otros productos
elaborados con maíz importado), según un estudio de las universidades
Nacional Autónoma de México y Autónoma Metropolitana de 2017, confirmado
un año después por el Health Research Institute en los productos de
Maseca. También se ha probado que hay glifosato en los cuerpos de los
habitantes de muchas comunidades rurales, incluyendo niños y
adolescentes. Ello llevó a la Comisión Nacional de Derechos Humanos a
emitir una recomendación a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos
Naturales y otras dependencias para hacer un diagnóstico de la
contaminación por plaguicidas; revisar y actualizar las normas oficiales
mexicanas, y prohibir en forma progresiva los plaguicidas considerados
altamente peligrosos.
El primer paso se ha dado. Las autoridades ambientales bloquearon la
importación de 67 mil toneladas de glifosato de 15 compañías. Lo
anterior ha provocado ya reacciones diversas. Al igual que el petróleo,
las carnes, el excusado, los autos, la Coca-Cola y los celulares, el
glifosato es ya un icono de esta tragedia planetaria llamada modernidad,
la misma que hoy vive un escenario catastrófico. Cantemos sobre el
glifosato denunciando sus impactos sobre la salud humana y la salud del
planeta. Es necesario y urgente.
*Titular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales
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