Una de las pocas certezas que
se tienen a la fecha respecto al coronavirus es que las personas mayores
de 70 años y quienes tienen un padecimiento previo han resultado ser
las más vulnerables y proclives a enfermar… y a morir.
Los saldos de la pandemia, sin embargo, comienzan a arrojar datos
preocupantes sobre otro sector. Son las personas menores de 40 años, a
quienes la embestida económica producida por el virus les ha propinado
un golpe devastador y les ha empinado la cuesta. Encarnan el daño
colateral.
Si bien organismos internacionales y expertos de universidades, como
la UNAM, anticipan ya el brutal empobrecimiento de la población mexicana
en general tan sólo durante los tres primeros meses de la epidemia (hay
entre 10 y 16 millones de pobres extremos adicionales), se observa que
la llamada generación millennial es la que sufrió el mayor revés económico.
A medida que los gobiernos de los países comienzan a buscar las
salidas de esta interminable emergencia sanitaria y las formas para
contener de la mejor manera la crisis económica, es probable que la
redistribución generacional se convierta en uno de los temas dominantes.
Después de sufrir dos catástrofes virales y económicas en una década
(en 2009 nos sacudió la influenza A/H1N1), es previsible que venga una
fuerte presión para que las generaciones mayores apoyen a los millennials
a salir del hoyo. El doble golpe podría significarles, a muchos de
ellos, la cancelación real de sus aspiraciones y posibilidades futuras.
Las definiciones varían, pero se considera que cualquier persona nacida entre 1981 y 1996 pertenece a la generación millennial.
Es decir, que los más jóvenes están por cumplir su primer cuarto de
siglo de vida, y los más viejos, por arribar a su cuarta década. En
México hay unos 20 millones de personas en ese rango de edad.
Apenas el 27 de febrero, unos días antes de que la epidemia nos
obligara a parar el país, me referí en estas mismas páginas a algunas
investigaciones de sicólogos y sociólogos de México y del extranjero que
diagnosticaban a los millennials como una generación con un
pesimismo social y político profundos; que desconfiaban de las
instituciones sociales y de los medios de comunicación tradicionales,
que mostraban insatisfacción con asuntos personales tan fundamentales
como sus empleos y su situación financiera.
Se percibían ya entonces como víctimas de la desigualdad causada por
la economía capitalista y detestaban la actividad política y a los
políticos, así como al oportunismo y a la corrupción que conllevan. Los millennials
se asumen como agentes del cambio y son una generación potencialmente disruptiva, concluían los especialistas.
Según el Banco de la Reserva Federal estadunidense, en el cuarto trimestre de 2019 los millennials
estaban un tercio por debajo, en términos de riqueza, de donde se
esperaría que estuvieran si se les compara con generaciones anteriores
en edades similares.
Graduarse en medio de una recesión complica necesariamente hallar un
buen empleo, pero también puede dejar lo que algunos economistas llaman
cicatrices salariales, donde la tasa de remuneración inicial más baja permanece con la persona durante toda su carrera profesional. Dicho de otra manera, optar por trabajos mal pagados, establecidos en momentos de alto desempleo, significa comenzar desde lo más bajo de la pendiente.
De acuerdo con el Deloitte Global Millennial Survey 2019, un
documento donde se reportan 13 mil entrevistas practicadas el año
pasado en 42 países (entre ellos México), esa generación de mujeres y
hombres viven entre el desencanto, el hartazgo, la utopía y la
esperanza.
En nuestra nación resulta aún difícil predecir el futuro que depara a los millennials, así como que el grado de poder y de influencia política, económica y social que lograrán acumular.
Lo cierto es que, como generación, estarán aquí. Representan una
fuerza poderosa de 20 millones de personas que seguramente buscarán
transformar lo existente, lo heredado por las generaciones anteriores,
que no es nada satisfactorio y mucho menos promisorio.
Pienso en mis contemporáneos mexicanos de la llamada generación equis, nacidos en los años 60 (posterior a los denominados boomers),
quienes vivimos lo último del llamado periodo del desarrollo
estabilizador y a quienes se nos ofrecía un futuro promisorio, que nos
alejaría para siempre del llamado tercer mundo, del subdesarrollo y de
la pobreza. No hubo tal. A cambio padecimos, desde nuestra infancia,
adolescencia y adultez temprana, crisis recurrentes y despojos sexenales
impunes.
Hoy los millennials, los del daño colateral, son nuestras
hijas o hijos, nuestros nietos o nietas, nuestros hermanos y hermanas
menores. Y la cuesta, empinada y dolorosa, en serio que les va a costar.
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