Pedro Miguel
A su llegada a México, el ex director de Pemex en tiempos de Peña Nieto fue hospitalizado por un diagnóstico de anemia,
debilidad generalizaday
problemas sensibles en el esófago. Según comentó la doctora Laura Hernández, médica siquiatra, podría tratarse de
esófago de Barret, que consiste en un cambio de epitelio normal del esófago (células que lo recubren) a uno anormal (se le conoce como metaplasia a ese cambio de epitelio), debido a la exposición continua de ácidos gástricos del estómago al esófago (o sea de abajo para arriba) por enfermedad de reflujo crónico. Y remató:
qué estrés tan importante debió haber traído a cuestas.
No es necesario estar familiarizado con los procesos de somatización
para aceptar que en una situación similar muchas personas tarde o
temprano enfermarían. Porque no es para menos: de lo que formule la boca
del acusado depende, en buena medida, el derrumbe definitivo del mundo
en el que él nació, creció y se malcrió. Es el punto más débil en el
blindaje histórico del régimen neoliberal y de lo que declara en el
juicio será posible ver el interior del régimen oligárquico y neoliberal
que se instauró en México durante casi cuatro décadas y que para él fue
patio de juegos, universidad y fuente de riquezas.
Veamos: el hombre, nacido en 1974, tenía 14 años cuando se perpetró
el golpe de Estado electoral que impuso a Salinas en la Presidencia y
que empujó al país en forma abierta y desembozada por la senda del
neoliberalismo. Su padre formaba parte del grupo que fue ascendiendo los
peldaños de la burocracia priísta hasta hacerse con una enorme cuota de
poder en el sexenio de De la Madrid, en el que fue subsecretario del
Trabajo; ya en el Salinato, encabezó el Issste y, luego, la Secretaría
de Energía.
El ahora acusado pertenece a la segunda generación de hijos de
priístas –la primera es la del propio Salinas– que gozaron de
preparación académica de élite y acceso fácil a los negocios y que no
tuvieron contacto con el México real: se desenvolvían en despachos de
lujo, nunca debieron preocuparse de qué comer, cómo transportarse ni
dónde vivir, y para ellos el país no era un universo de necesidades
insatisfechas, sino un centro comercial pletórico de oportunidades de
negocio. En ese ambiente se asoció a Peña Nieto, Videgaray y otros
logreros que florecían en el estado de México, en donde el ejercicio del
poder era sinónimo de corrupción, tráfico de influencias y completa
impunidad.
El último tramo del ciclo neoliberal fue la transposición al ámbito
nacional de esa forma de gobernar, y en ella el acusado fue pieza clave
desde la transición, en 2012. Jugó con las mismas reglas y operó con
ellas la deshonestidad en lo electoral y en lo financiero hasta que,
bajo las lógicas del mismo sistema, fue desechado (salió de la dirección
de Pemex en 2016) por necesidades políticas del jefe.
Si hubiera que definir en una expresión el mundo en el que creció y
se desarrolló el indiciado, acaso la correcta sería la articulación
corrupta entre el poder político y el económico. En ella, todo
–escuelas, hospitales, arte y cultura, medicamentos, sepelios, policía,
seguridad nacional, deuda pública, beneficencia, activismo social,
academia, pensiones, medios informativos, automóviles, obras de
infraestructura– era visto como negocio para los gobernantes.
Sería ingenuo suponer que la victoria popular de 2018 barrió del todo
con esa inmundicia. No: aunque derrotada, persiste, enquistada en los
más diversos ámbitos del quehacer nacional, a la espera de un fracaso de
la Cuarta Transformación y de una oportunidad para regresar al poder de
la Presidencia; prosigue su trabajo de socavar el prestigio y la
autoridad del actual gobierno; cuenta con medios poderosos, con mucho
dinero y con plumas y rostros que aún gozan de credibilidad entre los
incautos y los intoxicados de odio.
De lo que diga o calle el acusado depende, en buena medida, la
supervivencia de esos despojos de lo que fue su mundo: si salen a la luz
los nombres de amigos y socios que fueron cómplices del saqueo de
Pemex, si se divulgan negocios aún ocultos y fortunas escondidas,
resultará inevitable el derrumbe definitivo de lo que López Obrador ha
llamado adecuadamente la mafia del poder.
La verdad médica dice que la voz se genera en una zona llamada
laringe a partir del aire expelido por los pulmones. Pero la vivencia
sicológica –y la del canto– sabe que el estómago desempeña un papel
fundamental en la fonación. Lo que se tiene guardado y pugna por salir
no viene de la tráquea, sino del esófago. En esos tubos, confesar y
vomitar son sinónimos.
En el esófago del acusado hay un hervidero de secretos ácidos y
corrosivos –las líneas generales se conocen, pero los detalles aún no
dichos pueden ser pruebas penales–, capaces de provocar una metaplasia o
algo peor al más robusto de los tubos digestivos. Más allá del respeto a
los derechos humanos, es evidente la pertinencia de cuidarlo.
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