9/01/2010

El PAN ante el Bicentenario
José Antonio Crespo

Acción Nacional ve en la gesta revolucionaria el origen del régimen posrevolucionario, del régimen prii
sta, para ser más precisos.

Muchas y diversas han sido las críticas a la forma en que el gobierno está conduciendo las fiestas de la Independencia y la Revolución; improvisación, despilfarro monetario, paseos óseos cuya utilidad no queda clara, monumentos mal hechos y tardíos. Pero muchos han creído ver, no sin razón, una especie de desdén, de indiferencia o menosprecio a la Revolución como tal por parte del gobierno y su partido, que contrasta con el relieve a la Independencia. La interpretación más generalizada de ello, probablemente correcta, es que el PAN -y, por tanto, su gobierno- ve en la Revolución el origen del régimen posrevolucionario, del régimen priista, para ser más precisos.

Un régimen al cual combatió desde su nacimiento en 1939, por el carácter autoritario que adquirió, así como por el programa y el ideario que adoptaron los primeros gobiernos posrevolucionarios: Obregón, Calles y, particularmente, Cárdenas. Regímenes promotores -al menos nominalmente- de causas obreras, campesinas, populares, anticatólicas (en su momento jacobino), anticapitalistas en buena medida, recelosos de los empresarios y promotores de una educación laica y socialista. Desde luego, otros gobiernos priistas fueron modificando el ideario poco a poco, virando a la derecha, aceptando en la práctica a los empresarios y la economía de mercado (aunque con fuerte intervención del Estado). Y en los años de la tecnocracia, a partir de Miguel de la Madrid, el ideario socioeconómico se acercó significativamente al que el PAN había enarbolado desde su origen. No tuvo el PAN, entonces, reparo en trabajar conjuntamente con el PRI en aprobación de reformas económicas, sociales (incluida la reforma al artículo 130 constitucional, el relativo a las iglesias) e incluso electorales (que favorecían la competencia, la equidad, la pluralidad).

Sin embargo, probablemente siempre vio en la Revolución la fuente ideológico-institucional del PRI, y del régimen de partido hegemónico, y de ahí su aparente reticencia a celebrarla en los mismos términos y con la misma relevancia y fastuosidad que la Independencia (habrá que ver cómo se celebra el 20 de noviembre). Pero, dado el carácter pacífico y gradual de nuestra democratización (o al menos el intento de ella), sin un quiebre abrupto de régimen, provocó que la Revolución no fuera negada, satanizada, como sí lo fue el porfiriato por los revolucionarios, o el comunismo y sus símbolos, en la nueva Rusia, donde cayeron o se quitaron estatuas de Lenin y Stalin y se retornó a la bandera y el himno vigentes durante el zarismo.

Un cambio mucho más dramático que el nuestro. Lo cual, debe pensar el PAN, no significa que tengan que hacerle honores y ceremonias especiales o devocionales a la Revolución, sus héroes y símbolos. Me parece un error, pues el PAN tiene motivos de sobra para considerarse también como producto de la Revolución, en particular la de 1910, la de Francisco Madero, la que resaltaba la importancia de la democracia política, la limpieza electoral, el combate a la corrupción y la impunidad, una parte central del ideario de ese movimiento, descuidada por los constitucionalistas y sus vástagos, los priistas. El PAN, al nacer en 1939, decidió enarbolar el rescate de esos ideales y prácticas. Incluso su fundador, Manuel Gómez Morín, contribuyó a la construcción de algunas instituciones clave del nuevo régimen, y estuvo cercano a José Vasconcelos, a su vez discípulo político de Madero. Con todo derecho, el PAN se puede ostentar como heredero de esa parte del ideario revolucionario, es decir, como producto indirecto del maderismo democrático, que fue el origen de ese vasto movimiento social. Sería hora de que el presidente del PAN reivindicara ese legado propio en sus discursos durante este año.

Paradójicamente, al relegar a segundo plano la celebración y el realce de la Revolución, los panistas parecerían darle la razón al PRI, el cual se ostentó siempre como único heredero de ese movimiento, como su única encarnación institucional, dejando a los panistas como la resurrección del conservadurismo decimonónico, hijos ideológicos de Miguel Miramón y Maximiliano, y acaso del porfiriato. Y en los hechos, los panistas parecen resignados a dar por buena tal acusación, no sólo por no reivindicar su herencia revolucionario-maderista, sino por haber relegado desde el gobierno su tradición democrática, y alardear en cambio su otra faceta, contraria, esa sí, al ideario revolucionario: su confesionalismo religioso y su conservadurismo moral.

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