3/22/2011

Drogas: combate ambiguo




Editorial La Jornada

El titular de la Oficina de la ONU contra las Drogas y el Delito (ONUDD), el ruso Yuri Fedotov, afirmó ayer que el tráfico de estupefacientes ilícitos genera ganancias por 320 mil millones de dólares al año en el mundo, y agregó que los narcóticos disponen de un mercado planetario de entre 150 y 250 millones de adultos. El funcionario informó asimismo sobre un aumento de 80 por ciento en la producción global de opio entre 1998 y 2009 y sobre el sostenido mercado de la cocaína.

Resulta inevitable cotejar esos datos con las acciones del principal promotor mundial de la persecución de las drogas, el gobierno de Washington. Es sabido, por ejemplo, que la siembra de amapola, planta de la que se obtiene la heroína, se reactivó en Afganistán –principal productor del mundo– tras la invasión a ese país por fuerzas militares encabezadas por Estados Unidos. Significativamente, el crecimiento de la producción de heroína citado por Fedotov coincide cronológicamente con la invasión y la ocupación de Afganistán por las fuerzas occidentales (de 2001 a la fecha) y con la creciente presencia bélica estadunidense en Pakistán, otro gran productor de amapola y opiáceos derivados.

La presente situación en América Latina no es menos reveladora: la persistencia sostenida de la fabricación, trasiego y distribución de cocaína en las pasadas décadas da cuenta de la ineficacia de las estrategias impuestas por Washington a diversos países de la región, Colombia y México, en primer lugar, pese al costo gigantesco en muertes, destrucción y descomposición institucional que han acarreado el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida, respectivamente.

Desde otra perspectiva, es claro que las ganancias multimillonarias del narcotráfico inducen una distorsión mayúscula en las finanzas mundiales, toda vez que el lavado y la regularización anuales de 320 mil millones de dólares –más del doble de lo que el gobierno de Barack Obama destinó al rescate bancario, consistente en la compra de activos basura de las principales corporaciones financieras de su país– no podrían realizarse sin el concurso de los grandes mercados de dinero del planeta: sistemas bancarios y cambiarios y bolsas de valores.

Es claro que la pérdida súbita de una suma de esa magnitud se traduciría en un inevitable colapso financiero en el mundo. Y un punto que ilustra de manera fehaciente la inconsistencia de la actual estrategia antidrogas es la ausencia de previsiones para hacer frente a la crisis que sobrevendría si el narcotráfico fuera derrotado por los gobiernos que dicen estar empeñados en erradicarlo.

Ahora bien, en su discurso ante la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas, Fedotov se refirió únicamente a las utilidades de las organizaciones dedicadas al trasiego de drogas, pero no a las cifras de ventas ni a la masa total de dinero que se mueve en las operaciones de producción, transporte y distribución de los estupefacientes. Por elemental lógica empresarial y económica, las cantidades respectivas han de ser mucho mayores que las ganancias, y ello permite hacerse una idea del papel que desempeña el narcotráfico en la economía mundial.

A la luz de estas consideraciones, la estrategia impuesta por Estados Unidos a buena parte del mundo en materia de combate a los estupefacientes ilícitos se ha vuelto llanamente inverosímil. Resulta impostergable, en consecuencia, una reformulación multilateral de una política antidrogas carente de rumbo y prolífica, en cambio, en la generación de catástrofes sociales y humanas como la que actualmente padece México.

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