Ricardo Raphael
Carlos Joguitud Barrios traía un gorro de lana sobre la cabeza cuando se enteró de que Elba Esther Gordillo Morales sería designada como su sucesora por el presidente Carlos Salinas de Gortari. Los fluidos nasales no dejaban de atormentarlo y la temperatura de su cuerpo andaba lejos de lo normal. Al escuchar el nombre de quien hubiera sido su compañera política en más de una batalla, los ojos del viejo líder magisterial hicieron agua. Sólo él sabrá si fue por rabia o despecho que su cuerpo reaccionó de aquella manera.
Fue Manuel Bartlett, entonces secretario de Educación, el encargado de escoltar a Jonguitud hasta la oficina del jefe del Estado para que ahí entregara su renuncia. Aquel domingo 23 de abril de 1989 su carrera política se eclipsó, al tiempo que estaba a punto de nacer el liderazgo sindical más poderoso que haya tenido México. La manera como Carlos Salinas procedió en aquella ocasión es irrepetible.
El país ha cambiado mucho desde entonces. En aquel tiempo ningún líder de los trabajadores podía oponerse a la voluntad presidencial y salir ileso en el intento. El petrolero Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina, sólo tres meses antes había perdido todo lo que tenía por haberse permitido tocar la barda electrificada del sistema. ¡Cuánto ha cambiado la política mexicana durante los últimos 22 años! Hoy la relación entre el Estado y la camarilla que controla al SNTE opera en sentido inverso. Muy probablemente si el Presidente quisiera invadir la esfera del poder magisterial sería él quien saldría electrocutado. Es ingenuo pensar que Felipe Calderón, o quien vaya a habitar en Los Pinos después del 2012, pueda emular el Quinazo o el Jonguitudinazo. El tablero del poder mexicano es distinto. Paradójicamente, buena parte de la fuerza que hoy ostenta el liderazgo del SNTE se deriva de la pluralidad política.
A partir de las elecciones del 2000 esa camarilla halló un mecanismo muy eficaz de sobrevivencia. Con la transición supo diversificar el apoyo electoral que antes sirviera sólo al PRI, ofreciendo al mejor de los postores el voto que es capaz de coleccionar. Como bien confirmó recientemente el converso, Miguel Ángel Yunes, a cambio de tan valioso favor se suelen luego exigir cargos y recursos públicos que son utilizados para financiar un sofisticado aparato de promoción en las urnas. Según quienes le conocen desde dentro, éste se halla integrado por alrededor de 150 mil operadores muy bien pagados. En un contexto más honorable serían pocos los dirigentes de los grandes partidos los dispuestos a transar con esta insólita maquinaria. No obstante, en la clase política mexicana son aún mayoría los que prefieren pagar el magro costo del desprestigio, a cambio de un contingente de sufragios que puede servir para hacer la diferencia cuando los comicios llegan a ser muy reñidos.
Porque el Quinazo es una operación inviable y porque tanto los partidos como sus futuros candidatos no encuentran, en su particular cinismo, razones para enfrentar tal anomalía de nuestra democracia, es que puede afirmarse que Elba Esther Gordillo no tiene, ni ha tenido, rival. Este argumento conduce directamente hacia la resignación. Contra el poder arbitrario, las actuales instituciones formales mexicanas tienen muy poco que hacer. Ora que la indignación social que provoca el distorsionado arreglo entre el Estado y el SNTE sí tiene solución. Es muy distinta a la que se emprendiera en 1989 porque sería más efectiva y sobre todo más democrática.
Habría que utilizar como vacuna al mismo motivo de la enfermedad: el voto. Si los candidatos no se atreven a enfrentar la circunstancia por miedo a perder en las urnas, la clave estaría entonces en provocar con los sufragios para que esos políticos cambien de actitud. Si en el 2012 se produjera un gran movimiento de ciudadanas y ciudadanos, todos dispuestos a castigar a quien se asocie tanto con el Partido Nueva Alianza como con su verdadera cúspide, la realidad en nuestro país comenzaría a ser otra. Uno, tres, cinco millones de mexicanos dispuestos para aprovechar efectivamente su sufragio —y con éste sancionar el eventual descaro de los candidatos que contenderán en los próximos comicios federales— harían toda la diferencia.
Elevarían los costos para las negociaciones impertinentes y romperían el círculo vicioso que tanto poder le ha entregado a quien no debería tenerlo. ¡Ni un voto de tres! Podría ser la consigna: ni un voto para la corrupción, ni un voto para la manipulación electoral, ni un voto para la catástrofe educativa que afecta hoy a 27 millones de niños mexicanos. El sufragio efectivo contra el PANAL sería una causa que a muchísimos mexicanos sin duda nos honraría.
Twitter: @ricardomraphael
Analista político
Fue Manuel Bartlett, entonces secretario de Educación, el encargado de escoltar a Jonguitud hasta la oficina del jefe del Estado para que ahí entregara su renuncia. Aquel domingo 23 de abril de 1989 su carrera política se eclipsó, al tiempo que estaba a punto de nacer el liderazgo sindical más poderoso que haya tenido México. La manera como Carlos Salinas procedió en aquella ocasión es irrepetible.
El país ha cambiado mucho desde entonces. En aquel tiempo ningún líder de los trabajadores podía oponerse a la voluntad presidencial y salir ileso en el intento. El petrolero Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina, sólo tres meses antes había perdido todo lo que tenía por haberse permitido tocar la barda electrificada del sistema. ¡Cuánto ha cambiado la política mexicana durante los últimos 22 años! Hoy la relación entre el Estado y la camarilla que controla al SNTE opera en sentido inverso. Muy probablemente si el Presidente quisiera invadir la esfera del poder magisterial sería él quien saldría electrocutado. Es ingenuo pensar que Felipe Calderón, o quien vaya a habitar en Los Pinos después del 2012, pueda emular el Quinazo o el Jonguitudinazo. El tablero del poder mexicano es distinto. Paradójicamente, buena parte de la fuerza que hoy ostenta el liderazgo del SNTE se deriva de la pluralidad política.
A partir de las elecciones del 2000 esa camarilla halló un mecanismo muy eficaz de sobrevivencia. Con la transición supo diversificar el apoyo electoral que antes sirviera sólo al PRI, ofreciendo al mejor de los postores el voto que es capaz de coleccionar. Como bien confirmó recientemente el converso, Miguel Ángel Yunes, a cambio de tan valioso favor se suelen luego exigir cargos y recursos públicos que son utilizados para financiar un sofisticado aparato de promoción en las urnas. Según quienes le conocen desde dentro, éste se halla integrado por alrededor de 150 mil operadores muy bien pagados. En un contexto más honorable serían pocos los dirigentes de los grandes partidos los dispuestos a transar con esta insólita maquinaria. No obstante, en la clase política mexicana son aún mayoría los que prefieren pagar el magro costo del desprestigio, a cambio de un contingente de sufragios que puede servir para hacer la diferencia cuando los comicios llegan a ser muy reñidos.
Porque el Quinazo es una operación inviable y porque tanto los partidos como sus futuros candidatos no encuentran, en su particular cinismo, razones para enfrentar tal anomalía de nuestra democracia, es que puede afirmarse que Elba Esther Gordillo no tiene, ni ha tenido, rival. Este argumento conduce directamente hacia la resignación. Contra el poder arbitrario, las actuales instituciones formales mexicanas tienen muy poco que hacer. Ora que la indignación social que provoca el distorsionado arreglo entre el Estado y el SNTE sí tiene solución. Es muy distinta a la que se emprendiera en 1989 porque sería más efectiva y sobre todo más democrática.
Habría que utilizar como vacuna al mismo motivo de la enfermedad: el voto. Si los candidatos no se atreven a enfrentar la circunstancia por miedo a perder en las urnas, la clave estaría entonces en provocar con los sufragios para que esos políticos cambien de actitud. Si en el 2012 se produjera un gran movimiento de ciudadanas y ciudadanos, todos dispuestos a castigar a quien se asocie tanto con el Partido Nueva Alianza como con su verdadera cúspide, la realidad en nuestro país comenzaría a ser otra. Uno, tres, cinco millones de mexicanos dispuestos para aprovechar efectivamente su sufragio —y con éste sancionar el eventual descaro de los candidatos que contenderán en los próximos comicios federales— harían toda la diferencia.
Elevarían los costos para las negociaciones impertinentes y romperían el círculo vicioso que tanto poder le ha entregado a quien no debería tenerlo. ¡Ni un voto de tres! Podría ser la consigna: ni un voto para la corrupción, ni un voto para la manipulación electoral, ni un voto para la catástrofe educativa que afecta hoy a 27 millones de niños mexicanos. El sufragio efectivo contra el PANAL sería una causa que a muchísimos mexicanos sin duda nos honraría.
Twitter: @ricardomraphael
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