Considérese el planteamiento. Una historia muy actual de bullying escolar, en la que Elías, un adolescente danés muy sensible, hijo de un médico en misión humanitaria en África, debe padecer continuamente el abuso verbal y los golpes de sus compañeros de escuela, hasta la aparición liberadora de Christian (William Johnk Nielsen, estupendo), un camarada taciturno y parco que decide protegerlo para –mediante este pretexto providencial–, hacer él mismo un ajuste de cuentas con la hostilidad moral que percibe en torno suyo. Christian acaba de sufrir la pérdida de su madre, víctima de cáncer, y también el aparente distanciamiento cobarde de su padre. Adoptando una vocación justiciera, el adolescente intenta probar que a la violencia física y moral ejercida por los demás, sólo es posible responder con dosis parejas de violencia. Irónicamente, su propio nombre contrasta con esta negación de las virtudes de una caridad cristiana.
En un mundo mejor coloca en paralelo situaciones de violencia extrema en el ámbito de una miserable comunidad africana y en el confortable entorno doméstico danés. Los dilemas morales se plantean, sin embargo, con igual agudeza en los dos territorios. Antón, el médico padre de Elías, llega a sanar las heridas que sufre el mayor depredador de la comarca, un hombre autoritario que para diversión propia y de los suyos, y por apuesta, abre en canal el vientre de jóvenes embarazadas para verificar el sexo de los fetos. La caridad o inclusive el rigor profesional son aquí, por decir lo menos, conductas escandalosas. Christian tendrá a su vez una experiencia límite que también cuestionará sus certidumbres morales. De este modo, entre episodios brutales y largos procesos de reconciliación moral, la película plantea de modo eficaz los temas de la culpa y de la redención. Este cuidado en la trama y en el diseño de los personajes, muestra de nueva cuenta la enorme solvencia de la directora. Un cine comercial de calidad, con reconocimientos muy merecidos.
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