4/15/2013

En manos del Senado, una ley que terminaría con el acoso extrajudicial de cobranza


Nosotros ya no somos los mismos

Ortiz Tejeda
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Imagen de 1969 de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, quien falleció a los 87 años el 8 de abril pasadoFoto Ap

Quedamos en que esta semana empezaríamos la columneta con la buena noticia. Aquí va: se han planteado en el Senado las reformas y adiciones a las leyes de Protección al Consumidor y a la de Transparencia y Ordenamiento de los Servicios Financieros, mismas que fueron aprobadas ya por las comisiones unidas de Comercio y Fomento Industrial, de Hacienda y Crédito Público y de Estudios Legislativos.

Es de justicia hacer notar la participación del senador Benjamín Robles Montoya en la aprobación del dictamen correspondiente. No lo conozco, no sé a qué partido pertenece, de qué entidad es originario, de qué prepa viene o qué desodorante lo patrocina, pero no hay duda del empeño que le ha puesto al asunto: Los abusos que cometen estas oficinas de cobranza extrajudicial podrán ser considerados como causales de denuncia ante las autoridades, ya que ocasionan daño civil al entorno del deudor, así como las maniobras de hostigamiento, acoso e intimidación en contra de deudores, avales y familiares, compañeros de trabajo o empresa que representa. El Senado aprobó, además, la prohibición del uso de documentos que aparenten ser escritos judiciales, u ostentarse como representantes de algún órgano jurisdiccional. La reforma aprobada prohíbe utilizar cartones, anuncios o cualquier medio impreso y realizar llamadas telefónicas agresivas e imprudentes.

Por otra parte, desde agosto de 2007 la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que era inconstitucional que los bancos cedieran a empresas especializadas en adquisición de deuda sus carteras vencidas, es decir, a esos despachos de cobranza de los que millares de ciudadanos somos víctimas. Violación que se inicia en las direcciones de las instituciones bancarias que ilegalmente otorgan esa cesión de derechos. Como bien dice un antiguo principio jurídico del derecho romano, que muchos le adjudican al jurisconsulto Domicio Ulpiano (170 dC, aunque yo no avalo la referencia): tanto delinque el que cede la cartera vencida como el que la transforma en un cuerno de chivo para extorsionar al deudor.

La conclusión evidente es que debemos divulgar a todo el mundo estas reformas legales que, seguramente, serán aprobadas en la Cámara de Diputados. Si hay posibilidad, habrá que ir a la sesión en la que se discutan, y dar seguimiento y marcaje personal a los diputados sobre su comportamiento y sentido de su voto. En cuanto a los bancos, o se deslindan de estos atracadores y les retiran la patente de corso otorgada, o los corresponsabilizamos por igual: chipote con sangre, sea chico sea grande (ésta sí no es de Ulpiano): ¿o, es contrario a los reglamentos del buen gobierno de la ciudad repartir algunos dossiers (nótese que no dije volantear, propio de cualquier Noroña o Batres) a las afueras de las sucursales? Los despachos de los atracadores piden que los llamemos por teléfono para que nos den cita y logremos evitar el ilegal embargo. Lo podemos hacer durante todo el día(s). Ojalá no se bloqueen, ante nuestra pronta respuesta, sus teléfonos. Conclusión de la conclusión: si nos organizamos, les partimos... las demandas.

He recibido cantidad de correos, quejas, solidaridades que me sobrepasan y abruman. Me da pena estar remitiendo a todo el mundo con don Enrique Galván Ochoa, pero les explico que me consta que sus conocencias e influencias hacen milagros. Yo soy un pésimo litigante y peor componedor: me embronco a las primeras y lo echo todo a perder. Hay, sin embargo, unas historias tan increíblemente injustas y absurdas, que me siento en la obligación de que esta columneta las dé a conocer en su oportunidad.

Como habrán visto, ni los bancos mencionados ni las agencias o el chifonier de crédito han desmentido nada de lo afirmado. Me ofrecen solucionar un asunto personal (que además ya prescribió) como si ese fuera el problema de fondo. Su preocupación es simplemente mediática. De lo demás no entienden nada ni les interesa. El poder es el origen de su importamadrismo e impunidad, pero pienso que en México les ha fallado el cálculo en mesurar, calcular, calibrar, evaluar o simplemente medir el agua a los boniatos, chacos, ipomeas o, simplemente, camotes. Aquí, un mexicano desesperado (aunque no sea de Guanajuato), que decidiera pasar a retirarse en definitiva, aplicaría la misma costumbre que priva cuando decide interrumpir su partida de dominó para ir a los sanitarios (palabra muy de uso en nuestras cantinas): nunca se va solo.

Margaret Thatcher. Seguramente porque venía yo de uno de los círculos más terribles y tenebrosos del averno dantesco, que representaba haber trabajado cerca de Margarita López Portillo, llegué con un aceptable training a mi plática con la señora Margaret Thatcher.

No sé cuántas veces los embajadores mexicanos: Manuel Tello, Héctor Cárdenas y Juan José de Olloqui, o nuestro canciller Jorge Castañeda hayan podido platicar con la señora y por cuánto tiempo, cara a cara. Yo lo hice y lo relato de memoria, a reserva de corregir o agregar tan pronto logre transferir los casetes de esa época antediluviana al dvd, formato que espero esté vigente unos meses más.

Eran finales de 1981. El presidente López Portillo estaba por cuajar el acto más importante de su gobierno en el ámbito internacional: la llamada Cumbre Norte-Sur o Reunión Internacional de Cooperación y Desarrollo, a celebrarse en Cancún. A ella asistieron 22 naciones, representadas por 17 jefes de Estado o de Gobierno y cinco ministros de Relaciones Internacionales.

Con el apoyo invaluable de algunos de los damnificados por el tsunami Margarita L.P. (si hubiera podido reunir a todos los afectados habría superado a MGM), elaboré un proyecto para dar a conocer a escala de estudiantes de enseñanza media (y también de El Colegio de México) la trascendencia de esa reunión: la historia y actualidad de los países participantes, sus regímenes políticos y la biografía de sus gobernantes. Como nuestros presupuestos eran de subsistencia y para la televisión privada el acto no resultaba de mayor interés (se concretó a cubrir el aspecto noticioso), la Presidencia contrató nuestros servicios. No es lo mismo estudiar, investigar, recopilar material, filmar, editar y realizar un producto capaz de ilustrar sin aburrir que publicar o trasmitir sólo color: escenografía, vestuario, chismes, anécdotas. Además, los patrocinadores están en los partidos del Super Bowl y no en las discusiones sobre el hambre, la economía racional, el comercio equitativo, las fuentes de energía.

Concebimos, entonces, una serie a la que le dimos el nombre de una producción inglesa que en esos momentos era muy conocida y reconocida: Los de arriba y los de abajo. O séase los países del norte y los del sur que se reunían en Cancún.

El trabajo, obviamente, no fue nada fácil; no representábamos a ningún medio importante y, sin embargo, en la primera ronda de la reunión, en la que se encontraron los altos funcionarios de cada país –que son quienes lo discuten y aprueban todo, para que luego los jefes vengan, se echen un discurso, firmen y se tomen la foto–, conseguimos entrevistas con el general Alexander Haig, secretario de Estado de Ronald Reagan y, ¡quién lo creyera!, con Peter Alexander Rupirt, o sea, el sexto barón de Carrington. Lord Carrington, quien había sido secretario general de la OTAN y era ahora el secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de la señora Thatcher. Sería aventurado decir quién fue el autor de la seducción diplomática a lord Carrigton: ¿Lilia Rossbach o yo? Pero después de una conversación en la que brilló el humor británico, nos aseguró una entrevista con la llamada dama de hierro. Cuando me estrechó la mano le dije: es la primera vez que saludo a un noble. ¿Y se siente usted excitado?, me contestó con una etérea cuasi sonrisa, plena de ironía y complicidad. Había, por supuesto, condiciones y limitaciones sobre los temas de la conversación. Estos serían los asuntos de la reunión, sobre ellos bordaríamos y no habría referencias a cuestiones de política interna de la Gran Bretaña.

No estábamos en posición de regatear. Aceptamos emocionados y nos comprometimos a respetar el acuerdo. Más allá del innegable ‘diez’ que nos íbamos a anotar profesionalmente, la posibilidad de estar frente a la mujer cuyo carácter, más que cualquier otro elemento de su personalidad, fue factor definidor del apocalipsis en que se convirtió el mundo en el vetusto siglo XX, representaba para nosotros un reto irrenunciable. Este era un incentivo de tal magnitud que ni todo el poder de la bruja, no del Este, sino de los cuatro puntos cardinales, logró evitar. En el tintero electrónico quedan la entrevista con la señora Thatcher y la única versión mexicana del funeral de Pablo Neruda (recién exhumado), o las ventajas de la senectud.

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