Pedro Miguel
La
concentración del domingo 22 de septiembre en el Paseo de la Reforma ha
colocado al país en una vela de armas. El régimen oligárquico ha
exhibido las suyas, desde las muy literales que fueron paseadas en el
desfile del 15 de septiembre hasta la capacidad de bombardeo televisivo
con armas prohibidas: la grosera distorsión histórica, por ejemplo, que
pone a Lázaro Cárdenas como un privatizador de clóset, o la suma
fraudulenta que presenta a Pemex como empresa quebrada. Armas y dinero
sin límites para promover lo que se quiere hacer en nombre de la
escasez.
En cambio, las resistencias cívicas al programa de desmantelamiento nacional han ido ocupando un espacio físico e informativo creciente en la vida del país y han sido casi obligadas, por la fuerza de las circunstancias y por la terquedad de las bases, a intentar caminos unitarios para enfrentar las reformas de Peña. La paradoja es inocultable: el conjunto de adulteraciones legales concebido para dar un segundo aire al régimen (además de ganancias astronómicas a sus propietarios) podría generar una insurgencia cívica capaz de causar, a su vez, el colapso de una institucionalidad socavada por su propia falta de representatividad.
No
es que la perspetiva de un colapso semejante sea deseable, ni mucho
menos, tanto porque la construcción de esa institucionalidad ha
consumido un vasto esfuerzo social como porque no necesariamente
implicaría el advenimiento de un gobierno con sentido nacional capaz de
revertir la barbarie neoliberal; siempre se puede estar peor. El
problema es que si la actual administración prosigue su curso de
colisión con la mayor parte de los sectores sociales el derrumbe
institucional podría resultar inevitable, así fuera porque el poder de
cooptación y atomización de las oposiciones y disidencias que ha
caracterizado al llamado sistema político mexicano podría resultar
insuficiente para todas las que está generando.
Los operadores –que no los autores– del más reciente paquete de reformas estructurales tendrían que cobrar conciencia del peligro de su propia situación: lanzados frontalmente contra una resistencia que podría llegar a ser nacional, mayoritariamente repudiados por el país y tocados de ilegitimidad, su sometimiento a las corporaciones trasnacionales, a los estamentos mafiosos del sistema y a las instrucciones de Washington podrían empezar a resultarles un mal negocio.
navegaciones.blogspot.com
Twitter: @Navegaciones
Los operadores –que no los autores– del más reciente paquete de reformas estructurales tendrían que cobrar conciencia del peligro de su propia situación: lanzados frontalmente contra una resistencia que podría llegar a ser nacional, mayoritariamente repudiados por el país y tocados de ilegitimidad, su sometimiento a las corporaciones trasnacionales, a los estamentos mafiosos del sistema y a las instrucciones de Washington podrían empezar a resultarles un mal negocio.
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